Son varias las denuncias que hay en el tribunal internacional
promovidas por diferentes organizaciones sociales por violaciones graves
a los derechos humanos e incluso por “corrupción sistematizada”.
Lo que ha caracterizado a las distintas administraciones desde la
salida del PRI, hace 18 años, ha sido la protección de sus antecesores.
Empezó Vicente Fox cuando en lugar de crear una Comisión de la Verdad
para después procesar y juzgar los crímenes del régimen priista, optó
por crear una fiscalía especial.
La “fiscalía del pasado”, como se le conoció, dependía en última
instancia del entonces titular de la Procuraduría General de la
República, el general retirado Rafael Macedo de la Concha.
El jefe militar por supuesto que no iba a investigar a los miembros
del Ejército implicados en graves violaciones a los derechos humanos
entre los años sesenta y ochenta.
Felipe Calderón tenía más razones para sepultar ese pasado. Había
decidido abrazarse con los militares para mantener la guerra que le
declaró al narcotráfico. La falta de castigo de los crímenes del pasado y
el decidido respaldo presidencial hicieron de ese sexenio uno de los
más graves en violaciones a los derechos humanos por parte de las
Fuerzas Armadas.
Por eso, Calderón está acusado en la Corte Penal Internacional. Peña
Nieto hizo todas las gestiones político diplomáticas para que las
demandas no prosperaran. Pero él mismo fue demandado por la masacre de
Apatzingán, cometida por elementos de la Policía Federal en enero de
2015, la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en Iguala, en
septiembre de 2014, y por “corrupción sistematizada” de su gobierno.
Las demandas siguen bajo estudio y le tocará al gobierno de López
Obrador determinar si el Estado mexicano seguirá encubriendo incluso
crímenes de lesa humanidad.
Aunque no quiere entrar en conflicto con nadie en relación con el
pasado, para “no conspirar contra la estabilidad política del país”,
López Obrador tendrá que definirse en los hechos: mantener el pesado
manto que ha impedido el castigo a los responsables de esos crímenes o
responder al imperativo moral de que el Estado mexicano se hago cargo de
sus actuaciones y, en consecuencia, actué.
El “punto final” del que habló para no enfrentar a los corruptos del
pasado, en una analogía con la ley que llevó ese nombre en Argentina
para detener los procesos judiciales contra los acusados de desaparición
forzada, podría ser un peligroso antecedente en el tema de los derechos
humanos.
Al igual que Calderón, ha decidido abrazarse con los militares para
su estrategia de seguridad. Como el expanista, los necesita para su
propuesta de Guardia Nacional. Las probabilidades de investigar el largo
pasado de violaciones cometidas por el Ejército y la Marina se reducen.
También como sus antecesores, y por la misma razón de militarizar la
seguridad pública, ya enfrenta cuestionamientos internacionales. No vaya
a ser que sea el próximo en la lista de los denunciados en La Haya, la
sede de la Corte Penal Internacional.
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