Si el gobierno entrante quiere
materializar su plan de lograr un crecimiento económico de 4 por ciento
anual, como mínimo (el doble que en los pasados 36 años), tendrá que
poner especial atención al rubro de la inversión, tanto pública como
privada, y enfocarse a la más productiva.
Dice el presidente electo que será bienvenida todo tipo de inversión,
incluida la foránea, siempre y cuando ella implique reactivar el motor
de crecimiento y desarrollo del país. Pero un buen deseo no es sinónimo
de buen resultado, y el rezago en ese renglón es más que preocupante,
especialmente en lo que se refiere a inversión pública.
De acuerdo con indicadores oficiales, la inversión en el país
–pública y privada– a duras penas registra un crecimiento anual promedio
de 2 por ciento en los pasados cuatro sexenios (Zedillo, Fox, Calderón y
Peña Nieto), y la administración que está por concluir (la que prometió
mover a México) es la de peores resultados (caída de 5.2 por ciento en inversión pública, aumento de uno por ciento si se considera la inversión privada), sin que ello implique que las tres previas arrojen excelentes resultados.
Como bien apunta el Instituto para el Desarrollo Industrial y el
Crecimiento Económico, de cuyo análisis se toman los siguientes pasajes,
la desaceleración de la inversión productiva es una de las herencias
que recibirá el gobierno entrante. La baja inversión pública y privada
no es algo coyuntural, sino un problema sistémico que se generó desde
hace casi cuatro décadas y que se ha exacerbado en años recientes.
Por ello, la próxima administración deberá garantizar el entorno
propicio para incentivar el incremento de la inversión productiva. Sin
la participación del sector privado nacional, no existen recursos
suficientes para hacer crecer a la economía más allá de 2.5 por ciento.
Las cifras del Inegi (indicador mensual de la inversión fija bruta,
agosto de 2018) muestran un pronunciado declive, tanto al mes inmediato
anterior como al mismo mes del año pasado, reflejando caídas de 3.4 y
2.2 por ciento, respectivamente.
La debilidad estructural de lo que se conoce como formación bruta de
capital fijo es evidente: el crecimiento promedio a lo largo de la
actual administración (hasta agosto de 2018) es de sólo uno por ciento.
La cifra previa es inferior al promedio, de por sí modesto, de 3 por
ciento, exhibido por la inversión desde 1994, cuando la economía
mexicana implementó el ambicioso proceso de apertura mediante el Tratado
de Libre Comercio de América del Norte. El incremento promedio de la
inversión en México es inferior al ritmo de expansión que la misma
manifiesta en Asia del este (10 por ciento en Vietnam o China, por
ejemplo), la principal región competidora de México.
Uno de los pendientes más evidentes de la economía mexicana es la
debilidad en materia de crecimiento, y ello tiene su reflejo en la
precarización del mercado laboral y del entorno empresarial. La
consecuencia es el aumento de la pobreza e informalidad. Por ello la
inversión representa una de las fuentes de crecimiento económico que
toda nación debe fomentar.
Para que México puede romper la inercia de bajo crecimiento
económico, inequidad, cierre de empresas y precarización del mercado
laboral se debe crear un entorno propicio para elevar el ritmo de
inversión productiva, tanto privada como pública.
En México existen notorias carencias de infraestructura educativa,
agua potable, drenaje, vivienda, electricidad, gas, carreteras, puertos,
aeropuertos, ferrocarril y una larguísima lista de pendientes.
Entonces, ¿por qué se frenó la inversión y generó incertidumbre,
particularmente cuando el sector público federal contó, entre 2003 y
2017, con ingresos excedentes cercanos a 4 billones de pesos?
Las rebanadas del pastel
El Rey Zambada encendió el ventilador, y a toda velocidad salpica mugre con tintes blanquiazules. Y lo que falta.
Twitter: @cafevega
No hay comentarios.:
Publicar un comentario