Julián Andrade *
Viernes 31 de julio de hace cinco años. No hay forma de olvidarlo. Por la noche, ya tarde, Hiram Almeida, entonces secretario de Seguridad Pública, me llamó para comentarme que había ocurrido un homicidio de cuatro personas en un departamento en la colonia Narvarte.
Por lo que se sabía hasta ese momento, sería de alto impacto porque una de las víctimas era una ciudadana colombiana.
Es un trancazo fuerte, prepárate.No teníamos, en ese momento, idea de la magnitud y de lo que ocurriría después.
Para el sábado ya sabíamos que entre los fallecidos se encontraban el fotoperiodista Rubén Espinosa Becerril y la activista Nadia Vera, además de la colombiana Mile Virginia Martin, su maquillista Yesenia Quiroz y la trabajadora doméstica Alejandra Negrete.
Espinosa Becerril había tenido que abandonar el estado de Veracruz luego de recibir amenazas.
El entonces jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, desde un primer momento instruyó a la Procuraduría para que las indagatorias se realizaran con el rigor debido. A mí me pidió, en mi carácter de coordinador de Comunicación Social del Gobierno de la Ciudad de México, que se cuidara mucho lo que se iba averiguando para evitar especulaciones.
Eso se hizo, pero algunos periodistas bastante avezados, obtuvieron sus propios datos, por lo que se creó la percepción errónea de que se estaba
filtrandola información para establecer una narrativa y descartar líneas de investigación.
Por supuesto que no fue así y, por el contario, la secretaria de Gobierno, Patricia Mercado, entabló contacto con los directivos de los medios donde colaboraba Espinosa Becerril y con agrupaciones de defensa de los periodistas. Este diálogo nunca se suspendió. El problema, con los asuntos relevantes, es que las expectativas de la sociedad no siempre se empalman con lo que se va descubriendo y mucho menos con lo que se puede probar ante los jueces.
Por el homicidio de la Narvarte hay tres implicados en prisión. Se estableció que estuvieron en el lugar de los hechos y en el momento del crimen: entre las 12 y las 15 horas de ese viernes.
En la actualidad, la Fiscalía General de Justicia tiene la indagatoria abierta y está revisando diversas líneas. Esto es bueno, aunque sospecho que no concluirán algo muy distinto.
¿Por qué? En buena medida porque los móviles de carácter político sí se investigaron, se declaró al ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte, y a quien era secretario de Seguridad de aquel estado. Adicional a ello, no se encontraron elementos que pudieran acreditar que se tratara de un crimen relacionado con el trabajo periodístico de una de las víctimas. La verdad, ya sabe, siempre es sospechosa, pero no quita ni un ápice de la gravedad de lo ocurrido, ni de su carácter de feminicidio ni mucho menos de la brutalidad con la que actuaron los asesinos. A veces esto se pierde vista, pero no debe ser así, porque una de las premisas centrales de la no impunidad es que los responsables de los hechos delictivos sean castigados, y es algo que sí está sucediendo respecto a ese suceso tan terrible.
También hay lecciones sobre la evidente necesidad de la información y al mismo tiempo el cuidado sobre las propias víctimas de los hechos. Es una tensión constante. Las autoridades y los medios de comunicación deben tenerla siempre presente. No hay solución fácil ante este dilema. En plena vorágine del caso, alguien me preguntó que cuál era mi valoración de lo ocurrido. Sigo pensando que esa mañana se desató el mismísimo infierno, que más allá del móvil, lo inquietante sobresalía por la dinámica del crimen, por la frialdad de quienes lo perpetraron y por el odio manifestado en esa escena dantesca.
Twitter: @jandradej
* Escritor y periodista
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