8/07/2020

Un despertar sin imagen


Delicioso para el arte es el jardín de San Jacinto. Joya de San Ángel, con sus encantadores jardines donde los surtidores juguetean entre las palmeras y árboles. Para que la vida se intensifique y la dulzura se vista de tiernos matices, nos embriague y esconda dolores como la muerte, el martes pasado, del dramaturgo José Luis Ibáñez, quien fue mi compañero en la primaria y secundaria con los hermanos lasallistas.
Con el hombre teatro nos enviábamos mensajes vía los taxis correos del sitio San Jacinto durante 30 años o más. Comunicación preverbial en la que entre saludos regresábamos a la infancia. ¿Y qué es la infancia sino el mundo interno? Todo esto en viajes rumbo a la Universidad Nacional Autónoma de México, tempraneros asomados a los portones sanangelinos turbadores del silencio. Perfumadas de aromas de jacarandas y bugambilias y uno que otro geranio en la emoción gustada de los momentos fugaces.
En el espíritu abierto del ser, todo se me abría a una ponderación de goces entrevistos. Viajes desconocidos al recuerdo, a las huellas mentales inconscientes y un exotismo teatral suprahumano del que fue maestro de maestros.
José Luis ya no despertó. Antonio Machado me presta su poesía para expresar ese despertar que se ve lastimado por la muerte del amigo:

“¡Ah, volver a nacer y andar camino, /
ya recobrada la perdida senda! /
Y volver a sentir en nuestra mano /
aquel latido de la mano buena /
de nuestra madre… Y caminar en
sueños /
por amor de la mano que nos lleva”.
La fugacidad del instante que no
encuentra su meta:
“De toda la memoria, sólo vale /
el don precario evocar los sueños.
Tras el vivir y el soñar / está lo que más
importa: despertar”.

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