Fabrizio Mejía Madrid*
Lo hemos oído del ex presidente Felipe Calderón sobre el servicio que su secretario de seguridad, Genaro García Luna, le prestaba a El Chapo Guzmán, y lo seguiremos escuchando de quienes sean mencionados como corruptos en los procesos de Emilio Lozoya. Es un tipo de ignorancia premeditada, y fue definida así por la corte de Gran Bretaña en 1861:
Si el acusado sospechaba el hecho; se dio cuenta de su probabilidad, pero se abstuvo de obtener la confirmación final porque pretendía negarlo, esto, y sólo esto, es ceguera voluntaria. La ceguera intencional es uno de los tipos de ignorancia que le favorecen sólo a los poderosos: los directivos de Enron; los habilitadores de los abusos sexuales del productor de cine Harvey Weinstein o de Roger Ailes en Fox News; el dueño de los tabloides británicos acusados de grabar ilegalmente conversaciones privadas, Rudolph Murdoch; las calificadoras de deuda y los bancos en la crisis de 2008; todos, alegaron no saber ni preguntar. Sobre sus delitos se despliega un manto de ignorancia que protege a los jefes de las violaciones atribuibles sólo a la
mano invisibledel mercado, a sus subalternos o a sus subsidiarias fuera del país o, incluso, a no haber tenido la intención de que el beneficio personal acabara afectando el interés público.
Yo no supees casi lo opuesto al
sólo sé que no sé nadade Sócrates, porque al menos el filósofo co-nocía lo que desconocía. Aquí,con los juniors de la reforma energética que favoreció a Odebrecht a cambio de sobornos, aparecen los ciegos que señalan como error personal lo que, en realidad, es un sistema ilegítimo de enriquecerse: las privatizaciones que le legaron a particulares lo que costó décadas de inversión pública. Entre los ciegos están no sólo los funcionarios de energía y los dueños de plantas chatarra vendidas a 14 veces su precio, sino también los fiscalizadores, reguladores, auditores, los consejeros del INE que
no supierondel rebase monumental de los gastos en la campaña presidencial del PRI, y los legisladores que
no vieron malobtener un inusual bono anual por haber votado en favor de la reforma energética.
La ignorancia suele ser atribuida sólo a
las masas, los pobres, los votantes, a los no-escolarizados, o a los que no nos dan la razón. Pero la de los poderosos hace más daño. Piénsese en lo que revela un ensayo de la profesora de Essex, Linsey McGoey, publicado el año pasado sobre la ignorancia
estratégicade los que saben: durante tres décadas, los estudiantes de economía en Estados Unidos y en Gran Bretaña han leído ediciones de Oxford y de Penguin de la obra de Adam Smith que no tiene el capítulo quinto, en el que su paladín del liberalismo se declara en favor de la regulación de los mercados por parte del Estado. Con un conocimiento sesgado de sus propias fuentes, los neoliberales que egresaron como economistas de Chicago o Londres –como los mexicanos– ni supieron ni se preguntaron lo que Smith escribió sobre el capitalismo voraz en India; una compañía híbrida de particulares que esclavizó a sus trabajadores y un imperio que le abría camino con buques de guerra. La socióloga McGoey va más allá: el término
libre mercadoencubre el hecho de que los que participan en él no están nunca en el mismo nivel de oportunidades; que las fortunas del
hombre-hecho-a-sí-mismo–como Carnegie o Ford– dependieron de los aranceles del gobierno que protegían el acero nacional o de la explotación de olas de migrantes; que los monopolios son lo único que sobrevive una crisis; que 40 por ciento de la riqueza en Estados Unidos es heredada. Esos alumnos de economía que no leyeron completo a Adam Smith, son los mismos que sabían todo, hasta el rostro del porvenir: privatizar el petróleo mexicano iba a atraer inversiones millonarias y el precio de gasolinas y gas natural iba a bajar. Era el dogma antirregulatorio, aprendido en las mismas universidades que reciben de las corporaciones sus financiamientos, lo que no podía discutirse sin ser acusado de ignorante: Pemex es ineficiente porque es público no porque sea corrupto. Y, ahora que en la trama de la corrupción que fueron las reformas privatizadoras de Peña Nieto salen a relucir empresas como Altos Hornos, Sierra Oil & Gas, de Salinas de Gortari, Odebrecht o Repsol, se aduce la ignorancia premeditada:
no supeo, de plano,
es un caso aislado, no la manera en que realmente funciona el sistema. La ignorancia de las élites, a diferencia de la que ellas mismas le atribuyen a la baja escolaridad de las masas, resulta catastrófica para la nación.
Legalmente, la ignorancia no te excusa si eres responsable de tu propia ignorancia.
No se puede alegar ignorancia ante la ley, es otra forma de decirlo. En el caso del crimen organizado, Calderón tuvo múltiples oportunidades para investigar los preocupantes avisos de delitos de sus funcionarios de seguridad, pero decidió no preguntar. Y esa ceguera intencional resultó en crímenes que no pueden ser disimulados como simple ineptitud.
* Escritor y periodista
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