Katixa Agirre
En el libro 'Lo que quede', la autora mantiene un ritmo envidiable y logra un equilibrio casi perfecto entre hondura y ligereza, entre la sonrisa maquiavélica y la congoja, entre la sorna y la denuncia, a la vez que va desgranando su vida, sus aprendizajes y todas las violencias que sufre y ha sufrido.
Para qué escribimos realmente? ¿Y para qué leemos? O, dicho de otra manera, ¿sirve para algo la literatura? Es esta una pregunta que ha hecho correr ríos de tinta, una cuestión de raíces filosóficas sobre la que yo misma me he preguntado a menudo. Como suele sucederme con todas las preguntas realmente esenciales de esta vida, me he ido respondiendo cosas contradictorias entre sí, según el día.
Después de leer de un tirón el libro de memorias de Irantzu Varela Lo que quede (Con Tinta Me Tienes, 2024) estoy en uno de esos días con ganas de responder a gritos que sí, absolutamente, vaya si sirve de algo la literatura. En este caso por partida doble, además, sirve a la autora y sirve a las lectoras.
Empezaré por estas últimas, entre las que me encuentro.
Con una estructura milimétricamente calculada (27 capítulos, uno por cada letra del abecedario, y tres subcapítulos dentro de cada uno de ellos), Irantzu Varela mantiene un ritmo envidiable y logra un equilibrio casi perfecto entre hondura y ligereza, entre la sonrisa maquiavélica y la congoja, entre la sorna y la denuncia, a la vez que va desgranando su vida, sus aprendizajes y todas las violencias que sufre y ha sufrido.
Lo que quede se lee a veces como un libro de aventuras, como un diario íntimo y descarnado otras. Andanzas en Latinoamérica, experiencias como tertuliana (“lo más bajo que puede hacer una periodista”), escenas familiares costumbristas (atención a ese padre vasco-vasco friéndose su primer huevo), sinceras odas a la amistad, encuentros surrealistas con policías, infancia de clase obrera, homenaje a bares (donde ha conocido a todas las personas que merecen la pena) y violencia sistemática: primero por ser mujer, después por ser lesbiana, finalmente por no callarse nunca, caiga quien caiga.
Escribe Varela desde un conocimiento profundo y sincero de la sociedad que le ha tocado vivir, pero también con una gran conciencia de ella misma. Es como si Irantzu nos dijera: todo esto he aprendido, todo esto me ha costado llegar hasta aquí, ahora, quiero que quede por escrito. Quiero que quede por escrito para que lo leáis, os reconozcáis, sintáis que no estáis solas y que eso que os pasa, que pensabais que solo os pasaba a vosotras, en realidad nos pasa a muchas, a todas, porque el mundo está organizado de una manera que a veces da mucho asco.
Lo que quede ensancha nuestra imaginación e inflama nuestra empatía y nos da, también, esperanza y risas
Escribía hace no mucho Aixa de la Cruz, autora ella misma de esas memorias llenas de rabia tituladas Cambiar de idea (Caballo de Troya, 2019), algo que se aplica perfectamente a Lo que quede: “Creo que no es errada mi intuición —escribía Aixa — de que, tras el común de los proyectos autobiográficos, siempre late un afán justiciero”. Y es aquí donde vuelvo a la pregunta con la que inicié esta reseña y la lanzo hacia la autora. ¿Sirve de algo dejar por escrito, dejar que quede y permanezca? O dicho de otra manera ¿se hace justicia? ¿O al menos se consigue la venganza, que es un sucedáneo de justicia que a veces sabe incluso mejor? Lo digo porque podría parecer que no. El libro se adentra de lleno en el trauma, revive episodios duros, encuentros indeseables, vilipendios mediáticos a gran escala y violencia física. Para qué recordar, para qué ahondar en la herida, para qué revictimizarse, podría alguien preguntarse. Pero es que estas memorias vuelven a mirar todo aquello desde el otro lado. Analizándolo desde arriba. Con respeto, pero sin miedo, con sabiduría.
De X, antes conocido como Twitter, dice: “Es el sitio donde más violencia sufro y en el que soy más poderosa. O viceversa”. En esa ambivalencia, en ese difícil equilibrio, Irantzu Varela ha encontrado un lugar desde el que escribir. Un lugar sin duda luminoso, porque es el de alguien que se sabe querida, pese a todo. Es aquí, cuando habla del amor con todas sus letras, como en los capítulos dedicados a su familia, a sus amigas y a su pareja, cuando su prosa brilla con especial intensidad. De su madre, por ejemplo, escribe: “Dice que ya ha hecho bastante por el feminismo pariéndome a mí. Como si no hubiera hecho todo lo demás”. El amor, las amistades, la vida buena que nos damos unas a otras. Desde ahí escribe, y desde ahí se disfruta este libro.
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