¿Votar dividido?
Aunque detrás de cada voto haya argumentos con diferentes grados de sofisticación, cada boleta es sagrada. Los segundos en que cada ciudadano se encierra en la incómoda y rectangular mampara del INE constituyen el ejercicio de un derecho que costó años construir. Y mucha sangre.
La discusión sobre el “voto dividido” ha permeado en el ala crítica del lopezobradorismo. Hay buenos argumentos. Hernán Gómez Bruera, por ejemplo, ha escrito contra la visión “única, vertical y unilateral” que habita en Morena. No sin razón, Gómez Bruera ha señalado que “Morena no siempre ha sabido utilizar de la mejor forma posible su condición mayoritaria”. En su consideración, es “cada vez más importante generar incentivos para que sea necesario dialogar y negociar con otras fuerzas políticas, sin buscar una visión única”. Ejercer el voto dividido es —remata Gómez Bruera— una manera de “tener contrapesos, límites más claros y un poder más acotado”.
Insisto: es una posición razonable. Comparto su diagnóstico sobre los excesos en el ejercicio de poder que ha mostrado Morena en los últimos seis años y, quizás más relevante, conozco la historia de nuestro país y entiendo los riesgos que implica la búsqueda de visiones únicas. Dicho esto: no acompaño los llamados en favor del “voto dividido”. En esta elección de lo que se trata es de respaldar (o no) un proyecto político concreto. “Votar divido” es una forma de amortiguar las posibilidades de cambio social. Mi argumento se desdobla en tres partes.
Primero.
La teoría de los contrapesos encuentra su límite cuando conocemos el nombre y apellido de sus guardianes. Importa quiénes son, qué quieren y a qué aspiran las personas que venden su propuesta política como una forma de contención del poder presidencial. ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Qué han hecho? Este dos de junio hay poco hacia dínde moverse: los próximos senadores Marko Cortés y Alejandro Moreno son poco menos que extorsionadores profesionales. No veo por qué sus bancadas no vayan a convertirse en otra cosa que extensiones de su ambición. En la estricta distinción que plantea Max Weber en La Política como vocación, hablamos de personajes que viven de la política, no para la política. Son representantes de una generación de políticos que vieron en el servicio público una forma de enriquecerse, nunca de representar algo más que su bolsillo. Desde mi perspectiva aquí no hay matiz ni equilibrio posible.
MC, por su lado, es una incógnita. Aunque su planteamiento político es progresista, sus liderazgos relevantes tienen las mismas características que los del PRI y el PAN. Más que un partido, MC es un enigma.
En definitiva: los contrapesos en el contexto mexicano se parecen muy poco a lo que supone la teoría política.
Segundo
Milito en la idea de que el ejercicio del poder es tan importante como su contención. Un Gobierno dividido no siempre es más democrático ni garantiza una mejor representación de la voluntad popular. Como ha ocurrido en México durante las últimas décadas, la fragmentación del poder político ha sido utilizada por el poder económico (y por el crimen organizado) para cooptar con mayor facilidad las estructuras estatales. Hoy, el Estado mexicano no es más fuerte que hace 24 años para hacer frente a las redes que lo capturan.
La fragmentación del poder ha servido poco para representar mejor la voluntad popular y mucho para avanzar intereses de grupo. Con sus debidas acotaciones, tengo para mí que, en el contexto mexicano, la apuesta debe ser en función de fortalecer un proyecto estatal, no someterlo al chantaje de quienes han hecho del Estado una extensión de intereses privados.
Tercero
Como ya he escrito en este espacio, considero que en esta elección están en juego dos interpretaciones muy distintas de cuál debe ser la función y estructura del Estado [1]. Esa definición separa, desde mi punto de vista, una candidatura de la otra.
Mientras Xóchitl Gálvez imagina un Estado que se limita a gestionar programas y externalizar servicios públicos, Claudia Sheinbaum plantea un Estado que no sólo incentiva la inversión empresarial, sino que la dinamiza a través de inversión pública. Con sus votos, los ciudadanos tendrán la posibilidad de respaldar alguno de los dos proyectos, de las visiones de país que, insisto, son contrapuestas. En ese escenario: ¿qué sentido tiene votar dividido en el Legislativo y el Ejecutivo? Es apretar el freno y el acelerador al mismo tiempo.
Por último, una reflexión de sentido común. Aunque detrás de cada voto haya argumentos con diferentes grados de sofisticación, cada boleta es sagrada. Los segundos en que cada ciudadano se encierra en la incómoda y rectangular mampara del INE constituyen el ejercicio de un derecho que costó años construir. Y mucha sangre.
Que nadie le diga qué hacer o cómo hacerlo. Es una decisión personalísima. El domingo no habrá traidores ni puros. Hay ciudadanos ejerciendo derechos. Que nadie nos robe el placer de disentir. También de eso se trata la política.
[1] Carlos A. Pérez Ricart, Lo que está en juego, Sin Embargo, 16 de mayo de 2024. Disponible aquí: https://www.sinembargo.mx/16-05-2024/4501331
Carlos A. Pérez Ricart
Carlos A. Pérez Ricart es Profesor Investigador del CIDE. Es uno de los integrantes de la Comisión para el Acceso a la Verdad y el Esclarecimiento Histórico (COVeH), 1965-1990. Tiene un doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad Libre de Berlín y una licenciatura en Relaciones Internacionales por El Colegio de México. Entre 2017 y 2020 fue docente e investigador posdoctoral en la Universidad de Oxford, Reino Unido.
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