Nacida en Guayaquil, Ecuador, la escritora María Fernanda Ampuero está marcada por el trópico, ese lugar en donde el calor no da tregua y asfixia todo el año. Dice, parafraseando a su paisana y también escritora Mónica Ojeda, que “Guayaquil es como el Derry que se inventó Stephen King, un lugar de peligros que no son el payaso.” Para Ampuero, como para muchas latinoamericanas, los territorios que nos vieron nacer son lugares peligrosos, atravesados por una brutal desigualdad social, en donde el maltrato social y económico es intrínseco a la racialización. Ciudades con barrios privados, con guardias de seguridad privados, con piscinas privadas. Lugares en donde hasta la belleza está privatizada. Pero que también, como todos los lugares perversos, tienen sus insubordinados que la hacen habitable. Sus espacios de lucha y rebelión contra la crueldad.
La escritura de Ampuero es esa rebelión contra la crueldad, contra la colonialidad que reproduce el terror desde hace 500 años. En su último libro, Visceral, habla de su madre y de los vínculos tóxicos maternos, habla de la no maternidad, habla de la pandemia, del confinamiento y del horror de la muerte. Habla de la criminalización de la migración, de la construcción de la otredad para maltratar a las personas migrantes y racializadas. Habla de la violencia hacia las mujeres, de la violencia sexual como una historia de terror que vivimos día tras día. Del cambio climático, de la devastación del planeta y también de su ciudad natal. Para Ampuero, la verdadera historia de terror es lo que vivimos cotidianamente bajo el capitalismo racial, ese es el monstruo, el depredador.
Parece que la verdadera historia de terror es la vida misma, ¿escribes terror porque eres guayaquileña?
En parte sí. Ser una mujer en Guayaquil es literalmente vivir contra todos los elementos y, sobre todo, contra el mandato de que las mujeres existimos en el mundo solo para conquistar a alguien. La frivolidad de Guayaquil, que cataloga al dinero como una cualidad humana, hace de las mujeres una posesión, con lo cual si tú no eres lo suficientemente apetecible te vas a quedar solterona, o te vas a casar mal. Con esto me refiero a que no vas a seguir con el mandato de “mejorar la raza”, de tener dinero. Por otro lado, es difícil crecer en una ciudad en la que hay una amenaza que no es un monstruo debajo de la cama, sino que alguien puede entrar en tu patio, romper la puerta y de pronto encontrarte con un ladrón en medio de tu casa. Vivimos en una permanente alerta que te quita la vida, porque gran parte de ella está dedicada a evitar que te roben o te secuestren. El ciudadano vive en una absoluta orfandad para enfrentarse a las cosas que le suceden. Eres tú contra la delincuencia, contra la violencia, contra los elementos: la lluvia, las plagas, el dengue, la tifoidea. Si no tienes dinero para ir al médico privado te mueres en el hospital público. Somos las nadie en la ciudad. También es una ciudad profundamente conservadora y que, estoy segura, voluntariamente quiere destruirnos modificando la naturaleza. Me parece muy cruel que en el trópico, ese lugar en el que las plantas son enormes para poder dar mucha sombra, se haga negocio arrancando nuestros árboles, ceibos por ejemplo, y los cambien por palmeras. Una ciudad que podría ser verde como nada es gris, gris, gris. Salvo cuando entras a los barrios de los ricos, en donde te encuentras la máxima belleza y el imponente esplendor del trópico. Nos roban todo, incluso la belleza, la posibilidad de la belleza.
“Mi gran compañía en tiempos oscuros y apocalípticos es la literatura”
Últimamente se habla mucho del “terror social” como género literario. ¿Qué piensas de este término? ¿Hay algún tipo de terror que no sea social?
No hay ningún tipo de terror que no sea social. Me llama la atención que esta clasificación haya surgido porque las mujeres nos dedicamos cada vez más a escribir terror. Es decir, nadie diría que Stephen King hacía terror social o Clive Barker, que además era una persona queer a quien el terror le permitía explorar muchos temas que la sociedad no le permitía. King habla mucho de su época de alcoholismo y drogadicción y el terror que significaba para él no poder cuidar de su familia porque estaba ido. Entonces, un problema social como el alcoholismo de repente genera historias como la de El Resplandor, en donde el padre alcohólico da más miedo que cualquier fantasma. Si pienso en todas las historias de terror que para mí han sido inolvidables, tengo que pensar en Carrie, que es una historia sobre el bullying y, si quieres ir más atrás, Mary Shelley escribió sobre el desafecto de los padres y las expectativas de perfección hacia les hijes. Las historias de terror son bien poderosas, por eso creo que de ninguna manera puede existir alguno que no sea social, incluso el más de serie B, slasher o sangriento tiene algo, tiene el body horror que nos dice que nuestros cuerpos son frágiles. Si no hay algo con lo que tú conectes, el terror no funciona.
¿Las vidas de las mujeres son una historia de terror y por eso ahora escribimos sobre eso?
Sí. Pero escribiendo terror tenemos predecesoras: Amparo Dávila, Shelley Jackson, incluso Clarice Lispector tiene toques de terror, Cumbres borrascosas. Hay un elemento de terror femenino que es posible que antes no estuviera catalogado como terror, pero que son terroríficos. Por eso yo escribo en Visceral que el libro El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza, es un libro de terror. Es un libro sobre el asesinato de un ser amado y que amaba la vida. El libro de Gabriela Wiener sobre el racismo y los zoológicos humanos es algo profundamente aterrador.
“Tal vez el error es pensar que podemos ser tan libres como los hombres”
¿Cómo fue el proceso de escritura de Visceral?
Me llevó muchos años. Hay textos que no he podido volver a leer porque los escribí en un momento determinado como una especie de purga, sin intención de publicarlos, sino para intentar explicarme lo que vivo. Era necesario escribir esos textos tanto como era necesario desollarme los pies caminando por todo Madrid sin parar y sin darme cuenta de en dónde estaba. Hay textos erráticos, que viene de errar, pero de errante también. Tenía que escribirlos para contarme lo que siento, porque también la gente se cansa de escucharte cuando tienes una pérdida o un dolor, una muerte, o una separación. Yo me quedé muy sola porque la gente se cansó y porque probablemente no eran tan amigos como yo pensaba. Mi gran compañía en tiempos oscuros y apocalípticos es la literatura, y cuando tienes un oficio y te dedicas a mirar lo que otros han hecho con ese mismo material con el que tú trabajas, te decides a hacer algo también. En Visceral no hay un proceso como tal porque hay textos muy antiguos, hay otros sobre el covid, que es reciente, hay textos de cosas que me pasaron en la vida que no me había caído el veinte de que me habían pasado y eso es algo que le debo al feminismo, a las mujeres que han contado, al MeeToo, a Cristina Fallarás. Me han ayudado a desbloquear recuerdos, a aceptar que yo también he tenido miedo de denunciar y que tal vez por un tema de cobardía, pero sobre todo por la revictimización, no he denunciado una violación. Siempre digo que no quiero que mi mamá lea este libro, no por lo que hablo de ella, sino porque no quiero que se entere de que su hija de más de 40 años fue violada por lo que parecería una tontería. Tal vez el error es pensar que podemos ser tan libres como los hombres, tan sexuales como ellos y que podemos tener deseos y buscar satisfacerlos y ahí el mundo te hace ocupar tu lugar. Tanto que incluso terminas dando las gracias por no matarte.
“La migración es la gran periferia, es el gran margen”
Últimamente se escribe mucho desde la maternidad, ¿cómo es escribir desde la no maternidad?
Es muy duro, porque es algo de lo que no se habla. Cuando yo hablo de esto la gente me pregunta “¿pero tú eres consciente de que tu generación probablemente es la primera que puede decidir no ser madre?”, ¡por supuesto! Donde haya una marcha abortista ahí estaré yo la primera, el aborto debe ser libre, legal y gratuito en Ecuador y en todos los países en donde todavía no lo es. Que yo luche por la maternidad decidida es, posiblemente, porque yo sí quería ser madre. Tenía una narrativa que me decía que a esta edad yo ya tendría une hije, una pareja y una familia, sobre todo eso, una familia. No ocurrió. No tiene nombre y no se le da espacio. No se considera un duelo y no te preguntan tampoco si has querido tenerlos, porque ciertamente a nadie se le debe preguntar por qué no tiene hijos. Creo que las no madres por razones médicas, económicas o de vida estamos muy solas porque no se le da el espacio a este vacío inmenso que anida dentro de nosotras, parece que al no haber habido nunca gestación no hay drama y no es así. Se vive con esto a diario, con los embarazos de las amigas, con los bebés que ves por la calle, porque si hay algo que vemos constantemente es la maternidad. Espero que con el tiempo deje de doler un poco, pero me temo que cuanto mayor vas siendo más tienes ganas de que haya una persona en el mundo que piensa en ti mientras al resto del mundo le da igual si vivo o muero. Como me pasa a mí con mi mamá.
¿Cómo vives ese vínculo materno a 10.000 kilómetros de distancia?
Cada vez peor. Yo me fui cuando mis papás todavía eran muy jóvenes. 20 años después, mi papá ya no está y mi mamá es una señora mayor que vivió una pandemia que la envejeció. En Guayaquil la gente mayor después de la pandemia no volvió a ser la misma, vio la muerte tan cerca que envejeció 200 años. Siento culpa de que ella viva sola allá y yo acá, también. Tengo miedo de que se muera y no estar y que me llamen, la verdad es que no sé qué voy a hacer ese día. Además, pienso mucho en eso, en ese avión sabiendo que ya no hay nada en Guayaquil para mí. Llevo 20 años fuera de mi país, por eso siento que cuando ya no tenga razones para ir, me sentiré muy apátrida.
“Ser migrante es vivir constantemente con miedo y yo tengo miedo y estoy cansada”
¿La migración marca tu escritura?
Por supuesto, marca mi escritura, mi vida, mi forma de ver el mundo, mi empatía con el resto. Porque la migración es la gran periferia, es el gran margen. Si tú habitas los márgenes porque eres racializada, queer, loca, disca, ser migrante acentúa el margen. La migración es la potenciadora de todas las diferencias, las expone, las explota, las hace inmensas. Desde tu propio acento, que de pronto se convierte en una amenaza. Estoy muy cansada ya de ser migrante, más allá de mi lucha antirracista y por la regularización de las personas en situación irregular. A nivel personal me siento en un no lugar, yo no volvería a Guayaquil, que ahora es uno de los lugares más peligrosos del planeta. Llevo 20 años viviendo en un lugar en el que no tengo que cuidarme las espaldas, salvo de la policía. Yo en Guayaquil sería una presa fácil. Pero aquí me siento cansada, cansada de pagar alquiler durante 20 años, tengo terror de que, aunque mi casera es una maravillosa persona, me echen de mi casa, porque yo soy consciente de que en este barrio tan gentrificado podría pedirme mucho más de lo que me pide a mí, una escritora sola que gana solo el 10 por ciento de la venta de los libros una vez al año. Ser migrante es vivir constantemente con miedo y yo tengo miedo y estoy cansada.
¿Autodefensa o venganza?
Venganza. Yo quiero venganza. Lo bueno de estar con la menopausia es que no soportas tonterías de nadie ni de nada. ¿Que hay soledad? También era soledad estar con una persona tóxica, era peor que soledad. Estar con alguien que te maltrata, te utiliza, te considera inferior y que se aprovecha de ti, pues bendita soledad. La soledad es librarse de eso, ¡viva yo! Valoras mucho tu tiempo, tienes mucho valor, porque ya tienes una edad en la que tus padres son mayores y, si no tienes hijos, no tienes que explicarle nada a nadie. A mí nadie me da un centavo, no tengo mecenas, ni sugar daddy, ni nada que se le parezca. No hay nadie que me silencie y la maravilla en este momento de mi vida es poder decir que cortaría cabezas, muchas, muchísimas cabezas. Por eso mi animal totémico, virgen de cabecera es Carrie: agarró a todos esos cabrones y los vio quemarse. ¿Que la paz es el camino, qué paz? ¿Paz con Netanyahu? No.
Cinco autoras referentes de María Fernanda Ampuero
Qué difícil. Mary Shelley, por supuesto. Creo que Frankenstein es un libro que hay que leer, el libro es bellísimo. Es terrorífico que a un ser tan bueno lo odien. Mariana Enríquez, que fue un gran descubrimiento para mí, porque yo llevaba mucho leyendo a hombres que escriben terror, pero de repente encontrar a esta escritora, de mi generación, que hablaba sobre casos reales y les daba la vuelta y les subía el volumen, me dejó muy fascinada. Me gusta mucho Amparo Dávila, porque se adelantó a todas. Me encanta Clarice Lispector, por otras razones. Me parece que está tocada por una capacidad de ver el mundo que vemos todas, con una lupa que nadie más ha tenido. Tirando para mi tierra, Lupe Rumazo. Su Carta larga sin final es una carta a su madre devastadora. Creo que es la ecuatoriana más brillante que ha existido nunca. El plus, Ileana Espinel, también ecuatoriana, que tiene unos poemas tan adelantados a su tiempo que no se puede creer que no tuviera más representatividad.
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