Sara Lovera
Nueva
York, marzo 2015, (AmecoPress/SeMéxico/SEMlac). No se sabe cómo fue.
Los espacios del edificio de las Naciones Unidas y una decena de
universidades y espacios culturales de la Gran Manzana, están topados
por las mujeres del mundo; suceden mesas redondas, conversatorios,
discusiones de pasillo, con antiguos y relativamente nuevos discursos.
Se confunden funcionarias públicas, ministras y jefas de delegación con
las ciudadanas de las organizaciones sociales y los movimientos de
base.
Están aquí
todas. Bueno casi todas: variopintas, profesionales del feminismo y
activistas. Algunas nuevas, como en cada encuentro de mujeres o
feminista, que discuten en los salones, porque hay 20 actividades
diarias. Otras se emocionan porque se encuentran. Eso, se encuentran,
abrazan y se ponen al día en dos minutos, porque cada una viene a su
tema, a su expertiz como se dice ahora, a su programa, al tema de su
preocupación.
Los hoteles
estudiantiles están llenos, y las misiones oficiales de los gobiernos
reciben a funcionarias y mujeres comunes que han llegado hasta aquí con
la esperanza de encontrar algunas respuestas. Hay como una sucesión de
pequeñas y grandes negociaciones.
También hay
exposiciones regadas por los recodos de un edificio complicado;
volantes que se reparten en los tres cafés de acceso al público y el
elegante restaurante del segundo piso reservado para las delegaciones
oficiales que en este recinto han discutido desde el fin de las guerras
civiles en África, hasta las dificultades entre países, las crisis
democráticas hace 40 años en América Latina hasta la caída del Muro de
Berlín, la expansión de Asia y la urgente necesidad de que los derechos
de las mujeres se reconozcan y cese la violencia contra sus cuerpos y
sus vidas.
Un sitio,
diría una antigua amiga mía, donde se reúnen no las naciones, sino los
gobiernos del mundo, con todas sus diversidades culturales y sus
interpretaciones de la democracia y la igualdad. No cabe en mi cabeza
que el grupo de gobiernos africanos diga no a las reivindicaciones
feministas y Mexico, en voz de su delegación oficial, se comprometa a
mirar y actuar frente a la persecución a periodistas y defensoras de
derechos humanos.
Por los
pasadizos del edificio de Naciones Unidas, que por su cristalería se
espejea con el río Hudson, además, hay una bella expresión que recuerda
que las mujeres fueron esclavas y eso terminó hacia 1807, mientras en
un salón contiguo, se discute sobre la trata con fines de explotación
sexual o laboral que en la práctica es una nueva forma de esclavismo.
También se
muestra en esa exposición que se halla en el primer módulo de la
entrada, tras el gran hall, la semblanza de una reina de Angola que
actuó como Eréndira en la mitología purépecha, salvando a su pueblo de
las manos del tirano y a las mujeres de la furia de los violadores.
Se puede leer
el paso histórico de las sufragistas inglesas a las sufragistas
estadounidenses. Al lado de las fotografías cien por ciento masculinas
de los secretarios generales de la ONU, y los delegados, eso, los
hombres que armaron esta mole de cristal de 28 pisos, donde actúa el
Consejo de Seguridad donde apenas hay las primeras mujeres
representantes, mujeres por la paz, en un consejo que tiene que
planificar las guerras y los conflictos recurrentes en el medio oriente
y ahora en esa zona de África pluriétnica y pluricultural.
El mundo al revés
Elsa María
Arroyo viene de una de las colonias o asentamientos urbanos de la
ciudad de México: “Yo me represento a mi misma: se habla de muchas
cosas, de información valiosa para todas las mujeres, es información
que da aprendizaje, pero ¿Saben qué? Que las mujeres de mi barrio ni
idea tienen, hay que llevar esta discusión al territorio”.
Elsa María me
recordó los antiguos encuentros feministas, antiguos porque hace 30
años que se celebran en América Latina; me recordó a Domitila la ama de
casa de Bolivia que en 1980 en Dinamarca reclamó que la dejaran hablar;
a las mujeres del socialismo estalinista que no sabían cómo actuar
frente a los performance feministas, atrevidos y provocadores: me
recordó a las antiguas políticas que iban encantadas a los encuentros
feministas, a respirar un poco de paz y libertad, porque en los
parlamentos donde llegaron poco a poco las asfixiaba el lenguaje y la
actitud masculina.
Eso es el
espacio del edificio de la ONU, resguardado por un sistema electrónico
de seguridad, que se ha convertido en una gran discusión: lo mismo se
habla de las nuevas tecnologías como de los derechos pospuestos para
las mujeres indígenas. Pocas declaraciones y pocos acuerdos. Nada de
nuevos planes.
En cambio, si
que hay, posicionamientos, mea culpa de los gobiernos que no han
avanzado en la igualdad de las mujeres, ninguna discusión ministerial
sobre los medios de comunicación, constructores del pensamiento; mesas
redondas donde muchas panelistas vienen a descubrir la piedra filosofal
de un nuevo protocolo para mitigar la violencia contra las mujeres y un
gusanito que circunda por todo el edificio: será que de aquí, de esta
celebración de los 20 años de la Conferencia de Pekín, y los 15 de las
Metas del Milenio, saldrá algo que cambie la vida de millones de
mujeres, de las que habla Elsa, una mexicana que fruta vendía y que
esta reunión con todo, le ha quitado la venda de los ojos.
Sin duda aquí
se respira el avance de las privilegiadas, de las que ya controlan sus
vidas, las que llegadas a ministras administran los recursos en sus
ministerios y secretarias o institutos, para empujar lo que se ha dado
en llamar el avance de las mujeres.
No faltan aquí
las militantes feministas, que no se han cansado como las mexicanas
Delia Selene de Dios, o amigas peruanas, costarricenses, venezolanas,
cubanas, chilenas, canadienses, norteamericanas que se reúnen de vez en
vez, por los derechos sexuales y reproductivos, por la ciudadanía de
las mujeres, por la tarea de disminuir o enfrentar la violencia contra
las mujeres, las jefas de los observatorios de todo tipo, las
académicas que buscan respuestas y todas las que alguna vez tomaban la
calle y que también lo hicieron aquí el domingo pasado. El examen de la
plataforma, tiene meses discutiéndose, hoy toca encontrarse y constatar
que todavía hay energía para un día conseguir la hoy definida como
igualdad sustantiva. Probablemente el mayor cambio es el lenguaje con
que se nombran antiguos y persistentes problemas.
Foto: archivo AmecoPress
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