El fotógrafo Cartier Bresson en Bellas Artes.
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“Si no hay emoción, si no hay un shock, si no reaccionamos a la sensibilidad, no se debe tomar la foto. Es la foto la que nos toma…”.
“Una cosa que me conmueve y me apasiona es la mirada sobre la vida,
una especie de perpetua interrogación y de respuesta inmediata. La
fotografía como una cosa intuitiva que se pega a la realidad y que
surge de la profundidad de uno mismo”, Henri Cartier-Bresson.
Cartier-Bresson el intimista, el cazador de segundos, el mirón
furtivo, “el padre del fotoperiodismo”, expuso por primera vez en
Bellas Artes en 1935, junto al fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo.
Cartier Bresson y su mítica e inseparable cámara Leica, regresan
ochenta años después a los muros del palacio de mármol: “Henri
Cartier-Bresson. La mirada del siglo XX”. “Los distintos
Cartier-Bresson” (350 de sus obras: fotografías, pinturas, videos,
dibujos), como escribe Clément Cheroux, curador de la muestra. “El ojo
del siglo”, como lo llamó su biógrafo Pierre Assouline. Una
sensibilidad capaz de captar y eternizar a través de un rostro, un
desaliño, un gesto, las devastadoras consecuencias de una guerra, y los
más bellos y delicados momentos de lo que podríamos llamar: la dulzura
de vivir.
Nació el 22 de agosto de 1908 en Chanteloup, Seine en Marne. Estudió
secundaria en París en el Liceo Condorcet. En 1926 estudió pintura en
el atelier del pintor cubista André Lothe, a quien consideró
siempre como su entrañable maestro. La muestra comienza con una foto
tomada a Henri en un campamento scout en 1922. Luego carta a
su madre, con un dibujo de guía hecho por el niño: “el doctor quizá
viene esta noche”. Una pintura (1924) de la pequeña iglesia de
Guermantes. Para 1928 pinta a su casero y a su esposa en Cambridge, en
donde estudió literatura y arte. Pero lo suyo era –sobre todo- una
cámara.
La época Surrealista
Casi al final de la exposición se exhibe un video de Cartier-Bresson
paseando con su Leica. Camina, observa, camina. Es genial poder
presenciar cómo trabajaba: se desplaza con el brazo extendido y su
cámara colgando de la muñeca, encuentra la escena que lo llama… pasa
despacito sin detenerse realmente. Click. Click. Nadie sabe, nadie supo. Alguien les “robó” ese instante para hacerlo eterno. “Images à la sauvette”,
que podría traducirse como “Imágenes a hurtadillas”, se publicó en
1952 (con una portada de Henri Matisse) y es el libro que reúne los
primeros 20 años del trabajo de Cartier-Bresson. Retomo el título
porque es eso lo que el video nos muestra: Un hombre que fotografía “a
hurtadillas”.
Su cámara utilizada apenas unos segundos vuelve a colgar de su
muñeca y él continúa caminando como si nada hubiera pasado. “La
fotografía no es nada, sólo la vida me interesa. La vida, ¿me
entiendes?” Y él “a hurtadillas” nos ofrece “la vida”. Con su carga
–también- de crueldad, de dolor y de muerte.
Cartier-Bresson conoció al escritor René Crevel uno de los
fundadores -junto a André Breton- del movimiento surrealista. Se
apasionó por ese movimiento que reivindicaba los sueños, el
inconsciente, el juego, el azar. La belleza del instante. Admiró la
obra de Eugène Atget, ex actor de teatro, ex pintor y luego fotógrafo
de lo cotidiano: los viejos oficios que amenazan con extinguirse, las
calles y fachadas que tienden a desaparecer. Escaparates, maniquíes.
Los surrealistas encontraban en el trabajo de Atget esa conversión que
les era tan cara: Atrapar la realidad y subvertirla hacia lo surreal.
Para 1927 Cartier-Bresson fotografía maniquíes, mercancías
amontonadas, rótulos de viejas tiendas. A la manera de Atget se encanta
con los escaparates y las fachadas.
En 1930 viaja a Costa de Marfil, Camerún, Togo, Sudán, reúne
máscaras y fetiches (los surrealistas los coleccionaban). Viaja con su
libro de poemas de Rimbaud bajo el brazo. “África me marcó hasta el fin
de mis días”. Su viaje iniciático. A su regreso decidió ser
fotógrafo. En 1932 compró su Leica y con su amigo el escritor André
Pierre de Mandiargues y con la pintora argentina Leonor Fini (no dejen
de “googlear” su obra, les va a gustar) viaja por España e
Italia. Mandiargues dijo refiriéndose a su amigo: “Descubrimos lo que
se convertiría en esencial: la pintura cubista, el arte negro, el
surrealismo, Rimbaud, Lautréamont, James Joyce, la poesía de Blake, la
filosofía de Hegel, Marx y el comunismo”.
El surrealismo y lo maravilloso cotidiano
Nuestros ojos, con cámara o sin cámara. Nuestros ojos que desde un
segundo piso –atrapados en el tráfico espían las azoteas: Las
plantitas, la señora que alimenta a sus pájaros, la niñita que salta a
la cuerda. Nuestros ojos que nos regalan de golpe –apretujados en el
metrobús- una fachada de la ciudad que no conocíamos. Una escena
amorosa. Una escena oscura. Un gesto entrañable. Nuestros ojos que
admiran ese momento en que nuestro hijo distraído extiende la mano
hacia fuera de la ventana como para atrapar al viento. Momentos que
escapan. Estamos hechos de segundos, también. De escenas que guarda la
memoria. Cartier-Bresson las capta, las revela, las imprime, sus
escenas. El fotógrafo las/nos las revela.
“No dejaba nunca mi cámara, siempre en mi puño. Mi mirada barría la
vida de manera perpetua. Era allí donde me sentía muy próximo a Proust
cuando al fin de ‘A la búsqueda del tiempo perdido’, dice: la vida, la
verdadera vida por fin reencontrada es la literatura… para mí era la
fotografía”. Breton adhiere a la fascinación surrealista por los
objetos y los cuerpos empaquetados, deformados, cortados. Las personas
que duermen, como alusión a la inclinación surrealista por los sueños.
Los encuentros producto del azar (esos mismos tan entrañables para
Cortázar, y que el escritor recrea como una constante mágica en el amor
de Oliveira y la Maga en “Rayuela”).
En 1934 viaja a México con un equipo del museo de Etnografía de
Trocadéro, y decide quedarse más tiempo. El país que fascinó a André
Breton: “donde se abre el corazón del mundo”, escribió el escritor y
poeta surrealista. Fue el mismo Breton quien se refirió a la pintura de
Frida Kahlo como: “Un moño alrededor de una bomba”. En 1935 llega su
exposición junto a Álvarez Bravo en Bellas Artes y luego en Nueva York.
“La belleza será convulsiva”, proclamaban los surrealistas, y lo es sin
duda en Cartier-Bresson, quizá sobre todo en esta época a la que el
curador de la muestra describe cómo: “La más estética”.
“Soy visual… Observo, observo, observo. Es a través de los ojos que comprendo”, declaró en una entrevista para la revista Life. No
para de viajar: Arena, niños, una soga, anclas, mesas sin sillas en una
plazoleta vacía. Los muros y las sombras que se dibujan en los muros.
Los pequeñitos tan pobres y de pies descalzos en una calle de Livorno.
Las vísceras de un animal expuestas en el matadero de la Villette. “El
ser interior” decía Breton: “Forma tus ojos cerrándolos”. Para mirar
mejor. Cartier-Bresson toma imágenes de personas que duermen en Nueva
York, en Barcelona, en Trieste. En Juchitán, mujeres que duermen
ocultas bajo sus grandes rebozos.
A partir de 1935 Cartier-Bresson asume su compromiso comunista,
contra la extrema derecha en Francia y en España. Viaja a España.
“Primero tenemos a un Cartier surrealista en los comienzos de los años
30, luego un Cartier comprometido con los comunistas en la segunda
mitad de los años 30 y al final, un gran fotorreportero que capturó el
mundo… el primero, el surrealista, es el Cartier más interesante desde
el punto de vista estético; el segundo, el comunista es el más
interesante desde el punto de vista político y el tercero el reportero
es interesante por la calidad documental de sus fotografías”, dice
Cheroux, el curador de la extraordinaria muestra.
En París, en 1936 comienza su trabajo para la prensa comunista.
Fotografía de nuevo lo cotidiano: Las calles, la pobreza, los sin
techo, los espacios públicos tomados por los juegos de los niños.
Trabaja para el periódico Ce soir, que dirigía el poeta y
escritor Louis Aragon. Ese año viajó a México y Nueva York y a su
regreso conoció al cineasta Jean Renoir (hijo del pintor) y trabajó
con él en las películas: “La vie est à nous”, (“La vida es nuestra”). “Une partie de campagne”, “(Una partid en el campo”). “La règle du jeu”, (“La regla del juego”), reconocidas entre los grandes clásicos del cine francés.
En 1936, a la llegada del Front Populaire (la coalición de
partidos de izquierda) al poder, con la presidencia de Léon Blum, las
condiciones de los trabajadores se transformaron: La semana de cuarenta
horas, salarios un poco más justos y uno de los grandes logros de la
clase trabajadora: Las vacaciones pagadas. Antes de esa reformas a la
ley, los trabajadores podían tomar vacaciones sin salario. Raras
familias podían permitírselo. No las tomaban. Cartier-Bresson recorre
las áreas de recreos con su cámara. Las familias reunidas alrededor de
una mesa. La pareja debajo de la modesta tienda de campaña improvisada.
Las familias tumbadas en el pasto. La libertad.
En 1937, Henri se casó con la bailarina javanesa Ratna Mohini.
Realiza su documental acerca de la asistencia médica en España: “La
victoria de la vida”, y un año después “España vivirá”, a solicitud del
Seguro Popular Español. Participa en la segunda guerra en la unidad de
películas y foto. Cae prisionero y logra escapar tres años después. Sus
fotografías de la liberación y el regreso de los prisioneros de
Alemania son magníficas. Por ejemplo: Tres fotografías de un
departamento en la avenida Foch que fue un cuartel de la GESTAPO: la
mesa desierta y junto a la chimenea una foto de Hitler. Un montón de
objetos abandonados tomados a lo lejos, y en el centro de la escena una
bota Nazi. La imagen de una serie de maletas colocadas junto a una
puerta. La huida.
El pequeñito ruso liberado de un campo de concentración. Dessau, Alemania
Fotografía los campos de concentración, el momento en que los
aliados liberan a los prisioneros, los rostros y cuerpos de los
deportados, los procesos de desinfección de las personas que regresan.
Mujeres, niños, ancianos hacen gestos mientras los soldados les aplican
DDT en el cuerpo para evitar las epidemias. Fotografía un cuerpo que
yace sobre una calle en Alemania. Serie de nueve fotos del momento en
el que una mujer deportada reconoce –en una plaza- a su delatora.
A partir de 1944 comenzó a trabajar el retrato para las ediciones
Braun. “Hacer un retrato es para mí la cosa más difícil. Es como un
signo de interrogación colocado sobre alguien”, Cartier-Bresson. Las
revistas solicitan más retratos: Faulkner, Kennedy, Monroe. La pareja
de científicos Joliot-Curie. Henri Matisse, de quien dijo era su pintor
preferido. La foto maravillosa de Sartre en el Pont des Arts, Jean Gênet. Alberto Giacometti bajo la lluvia en la esquina de la rue d’Alésia (su taller estaba a media cuadra del lugar de la foto).
París, 1968. Y uno de sus lemas: “Bajo los adoquines la playa”
En 1947 conversa con su amigo el fotógrafo Robert Capa (¿recuerdan
la historia de “La maleta mexicana” con los negativos de las fotos
tomadas por Capa durante la guerra civil española? El documental está
en Netflix) con quien planea la creación de una agencia de
noticias: Magnum. Se unen en una cooperativa con William Vandivert y
Georges Seymour. De 1948 a 1950 pasó tres años en Oriente.
Era budista, defendió la causa del pueblo tibetano. Siguió las
enseñanzas del Dalai Lama. El 30 de enero de 1948 Gandhi lo recibe y él
lo fotografía. Pocas horas después lo asesinaron. Henri toma la foto de
Nehru anunciando la muerte del Mahatma. Fue el único periodista que
estuvo allí para tomarla. Fotografió el tren que trasladó las cenizas
de Gandhi abarrotado de personas que desearon acompañarlo. Los
funerales. Sus fotos recorrieron el mundo. Después viajó aChina. Unión
Soviética. Cuba. Como si cada vez hubiera logrado estar justo en donde
debía estar. La sociedad de consumo. El mayo del 68 en París. Su
reportaje “Vive la France” con escenas de la vida de decenas de francesas/es a las/los que fotografía en su vida cotidiana.
En 1966 se enamora de la fotógrafa Martine Franck, su segunda
esposa. En 1970 se aleja de la agencia Magnum y del fotoperiodismo.
Retoma el dibujo. Tuvieron una hija: Mélanie. “No hay nada en el mundo
que no tenga un instante decisivo… el reconocimiento simultáneo, en una
fracción de segundo, por una parte, del significado de un hecho, y por
la otra, de la organización rigurosa de las formas percibidas
visualmente que expresan ese hecho”. Al final de su vida y después de
darle la vuelta varias veces al mundo, se concentra en el dibujo, sobre
todo dibuja auto retratos.
“Es necesario colocar en la misma línea de mira: la cabeza, el corazón y el ojo…”.
Murió en Montjustin en el 2004.
A los 95 años.
El “ojo del siglo XX”.
Fotografías de Cartier-Bresson con fondo de Edith Piaf cantando “Je ne regrette rien” y “La vie en rose”.
El documental “Le retour”, (“El regreso”) al fin de la
segunda guerra. Está en francés, pero no es necesario entender las
palabras. Las imágenes son más que suficientes.
Jean-Paul Sartre en el Pont des Arts
El niñito precioso de la rue Mouffetard
Las citas de Cartier-Bresson en el texto las tomé del “Dossier pedagogique” publicado por el Centre George Pompidou.
También de textos publicados por su biógrafo Pierre Assouline.
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