Mujeres ejercían maternidad con esperanza de un mundo mejor
La
brutalidad con la que el Estado mexicano combatió a los movimientos
armados socialistas que se gestaron durante los años 60 y 70 no sólo
laceró la vida de aquellas mujeres que se unieron a la guerrilla,
también dejó una cicatriz en la vida de sus hijas e hijos.
Algunas de las idealistas que se unieron a los grupos subversivos, pese
a saber que arriesgaban su vida, ejercían su maternidad pues vivían
convencidas de que con su lucha le darían a su descendencia un mundo
mejor.
Sin importar si de ellas dependían otras personas, las fuerzas
militares y judiciales las detuvieron, torturaron, desaparecieron e
incluso asesinaron.
Estas agresiones también fueron cometidas contra su prole, tal y como
se relata en el libro de reciente publicación “Guerrilleras”.
UN MUNDO DONDE VALIERA LA PENA VIVIR
Minerva Armendáriz Ponce, integrante del Movimiento de Acción
Revolucionaria (MAR), aprendió de su hermano, Carlos David, a soñar
despierta: creció con los cuentos que él le contaba en donde estaban
sus deseos “de construir un mundo donde valiera la pena vivir: sin
guerras, sin ricos y pobres, sin fronteras (…), en donde el mundo y sus
riquezas naturales pertenecieran a todos por igual”, se lee en un
testimonio del libro.
Carlos David perdió la vida en la Sierra de Chihuahua mientras peleaba
porque los cuentos se volvieran realidad; en ese momento Minerva
aprendió que para lograr un mundo mejor había que arriesgar la vida.
Tras esa pérdida, Minerva se apoderó de los libros de su hermano;
cuando los terminó de leer decidió seguir sus pasos y unirse a la
guerrilla para “demostrar a los asesinos que no habían logrado su
objetivo de matar a los luchadores, porque los ideales no se matan”.
En octubre de 1973 Minerva fue detenida y llevada a una cárcel
clandestina en la Ciudad de México. Ella no sabía que estaba embarazada.
Durante su cautiverio fue sometida a torturas constantes; pasó muchos
días con los ojos vendados y con las manos atadas a la espalda. La peor
de las agresiones fue escuchar los gritos de sus compañeros sin poder
hacer nada por ayudarlos.
Su hijo –Carlos David, al igual que su hermano asesinado– nació en
junio de 1974. Cinco años después de su nacimiento, él y su madre
volvieron a Chihuahua y comenzaron una vida más tranquila, alejados del
miedo de ser agredidos.
“Al entrar a la adolescencia, el dolor que había invernado en su
memoria desde antes de nacer hizo acto de presencia para no abandonarlo
jamás”, cuenta su madre, Minerva.
A los 23 años de edad, Carlos David presenció una nueva brutalidad del
Estado: mientras viajaba con su padre por la Sierra de Chihuahua fue
interceptado por un grupo de personas que le pidieron auxiliar a un
taxista a quien la policía quería despojar de su vehículo injustamente.
“Por oponerse a la acción de la justicia”, Carlos David y su padre
fueron golpeados y esposados. Al día siguiente, el joven decidió
quitarse la vida al comprender que no encajaba en este mundo en donde
“nada detiene a los salvajes”.
Minerva ha escrito tres libros contando la historia de las y los
compañeros guerrilleros, pero también la de los hijos de la guerrilla,
jóvenes de una generación distinta que vieron aplastados sus sueños por
un Estado represor.
“Nosotras no olvidamos, y recordamos, no sólo para recrearnos en
nuestro dolor, sino para tener siempre presente la fuente que nos
inspira a rebelarnos”, escribe la ex guerrillera.
SIN PERDER LA ESPERANZA
Hortensia García Zavala, ex integrante de los Comandos Armados del Pueblo, enfrentó una historia similar a la de Minerva.
Entre el 6 y 9 de junio de 1978 fue detenida junto con su esposo por la
Brigada Blanca en la colonia Maravillas en ciudad Nezahualcóyotl,
Estado de México. Su familia temió que los militares se hubieran
llevado también a su hijo Ramón, de apenas siete meses de nacido.
Afortunadamente Hortensia lo había encargado poco antes de ser
detenida. La gran brecha que separa la historia de esta guerrillera de
la de Minerva es que ella no tuvo la oportunidad de contar su
experiencia de viva voz.
Su hermana Reyna García Zavala luchó por 25 años para encontrarla con
vida, pero fue hasta 2008 que al revisar los archivos de la extinta
Dirección Federal de Seguridad (la policía política en los años 70) se
encontraron las fotografías del asesinato de Hortensia y su esposo.
“Mataron mi esperanza de encontrarla viva, pero no mataron mi
determinación de seguir luchando porque estos crímenes se aclaren y los
responsables sean castigados, y estos hechos no se repitan nunca más”,
escribió Reyna García.
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Anaiz Zamora Márquez
Cimacnoticias | México, DF.-
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