¿Cuál es la solución? Hacer universidades. Cientos de Universidades.
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Miles
de muchachos y muchachas no ingresarán a la UNAM este año, como el año
pasado y el antepasado y los muchos años anteriores. Quizá en la
segunda ronda de exámenes de ingreso en mayo próximo, pero también,
como hoy, apenas un mínimo porcentaje de estudiantes solícitos se
sentarán en los pupitres y tendrán la vista fija y la atención puesta
en la palabra ‘universo’.
Digamos que ingresar a la Universidad Nacional Autónoma de México es
un sueño. Es una aspiración histórica y vigente de miles de mexicanos
que fruta vendían. Es la consagración de la primavera individual y
familiar. Es como si de pronto se pasara de la nada al todo universal y
concluyente.
Durante años, los padres de uno, cuando no se pertenece a familias
linajudas y ni siquiera burguesas, quieren ver a sus hijos estudiantes
y estudiosos: “Para que no sea como nosotros”. “Para que sean alguien
en la vida”. “Para que los respeten”. “Para que no los ninguneen”.
“Para que no tengan que pasar las de Caín”. “Para que nuestro sueño se
haga realidad en ellos”…
Y para que la muchacha o el muchacho no tenga que pasar las de Caín
mientras acude a la Universidad, con frecuencia los padres están
dispuestos a trabajar y a entregar lo que se consigue de aquí o de
allá. La familia toda.
O él o ella mismos que en muchos casos además de trabajar también se
entregan al sueño del conocimiento para ser ese profesionista hecho y
derecho que todos quieren: es cosa de unos cuantos años, que significan
toda la vida. La casi gratuidad del pago anual no es todo: Los libros,
material didáctico, transporte, alimentación… más: cuestan.
Por supuesto los hay que están ahí y tienen con qué. Digamos que no
están en la condición de una mayoría estudiantil que tiene los pesos
contados. Los hay que llegan con la panza llena y ropita de marca;
otros hasta con carro último modelo, a veces con el chofer que los
lleva y trae, y con dinero para no tener que comer las tortas de queso
de puerco –tan sabrosas- que se comen en las islas… “¡Fuchi!”, dicen.
Hay de todo, pero ahí todos son uno y uno mucho más que dos, que dice
el poeta.
Ingresar a la UNAM y ser Puma significa mucho para miles de
mexicanos. Llegar ahí y pasar por sus espacios amplios en donde se
respira inquietud, conocimiento, rebeldía, responsabilidad, unidad,
hermandad, cordialidad, adversidad, animadversión también, angustias
semestrales y la larga lista de sentimientos y conciliaciones en un
sólo espacio que tiene muchos espacios: la libertad.
La UNAM es la Casa Mayor Nacional y la más querida. Todos la
veneramos. Todos la miramos con cariño, con ternura y con los mejores
recuerdos de nuestras vidas.
Pero no todos pueden ingresar a ella. No todos aunque todos
quisieran. Aunque de los miles que año con año se inscriben para
concursar por una plaza estudiantil en las diferentes carreras que se
imparten ahí no lo consiguen. Son los que, como muchos, van con la
esperanza de quedarse ahí porque luego de estudiar y vivir ahí, la vida
ya nunca vuelve a ser la misma de antes…
¿Se quiere ingresar a la UNAM por estar en la UNAM o por lo que nos
proporciona en conocimientos, en desarrollo intelectual y emocional, en
responsabilidad social y colectiva? Parte y parte. No deja de ser un
privilegio ser estudiante o haber sido estudiante de la ‘Máxima Casa de
Estudios’. Pero sobre todo se está ahí porque se aprende a recuperar la
lección del primer día de primaria “la ‘O’ por lo redondo” ahora con
matices, ahora con la interpretación de porqué es “O” y por qué es
redonda y para qué sirve…
Intentarlo y no ingresar es un fracaso para todos los que quedan
fuera. Pero sobre todo es un fracaso del sistema educativo mexicano. Y
un país que no satisface las necesidades educativas de sus muchachos es
un país francamente desequilibrado e injusto. Y lo es aún más porque
quienes son responsables de estructurar la educación en México, para
sus niveles básico, medio o superior no ven más allá de cifras, de
datos, de organización institucional y de programas cumplidos.
Este año acudieron a la convocatoria de ingreso a las carreras de la
UNAM miles de egresados del bachillerato. De 138,253 que fueron, una
gran mayoría hizo el examen para ingreso y tan sólo lo consiguieron
11,490. Es decir, apenas el 8.9 por ciento.
Ridícula posibilidad la del ingreso a nuestra queridísima UNAM. Y no
se trata de falta de conocimientos. Si fuera así, peor aún porque
seríamos un país de reprobados. Muchos de quienes no ingresarán tienen
talento, capacidad, inteligencia, ilusión, fortaleza y carácter. Pero
no hay lugar para ellos. Como cada año tampoco en el Politécnico
Nacional y en otras más de carácter público. Miles quedan fuera.
Y con ellos se pierden miles de posibilidades de que México salga
del subdesarrollo educativo y de la dependencia del exterior; nos
faltan técnicos, científicos, sabios de todo orden, para poner al país
con los pies en la tierra. Pero el gobierno mexicano en una mala
interpretación del gasto no da prioridad a la prioridad: la de la
educación en todos sus niveles: a fin de cuentas el sistema público
educativo no es gratuito. Lo pagamos todos con nuestro trabajo.
Ya anuncian la segunda vuelta de exámenes para mayo próximo. Entrará
otra mínima parte de los aspirantes. ¿Y los que no ingresen?...
Si pueden, intentarán ir a estudiar a universidades privadas en
donde también se cuecen habas; irán a institutos mediante becas de
media cuota; irán a escuelas alternas de nivel técnico para ser
técnicos en algo: Está bien; pero sobre todo irán caminando por la
calle frustrados…
Muchos refugiándose en eso que hoy se llama “economía informal” y
que no es más que desempleo disfrazado. O se irán al empleo elemental.
O pondrán ‘su negocio’ o, si no hay para tanto, desesperados se irán a
la delincuencia en donde muchos –no todos- están ahí como una forma de
rebelión hacia un sistema que los marginó y que echó llave al cerrojo…
¿Cuál es la solución? Hacer universidades. Cientos de Universidades.
Miles de universidades. En donde todos nuestros muchachos vocados y
capaces tengan un asiento frente al pizarrón; en donde su futuro sea el
de la dignidad y el respeto y el de a México un país ‘con la ‘O’, por
lo redondo.
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