QUINTO PODER
Por: Argentina Casanova*
México
está viviendo una crisis de violencia que ha durado varios años. Ya lo
sabemos. Nunca nos imaginamos que durarían tanto ni los niveles que
alcanzarían, las razones, ni cómo ejercerían control sobre la población
para ocultarla.
Pero había un antecedente de violencia que predispuso y siempre ha
estado en la sociedad, que de alguna forma influye en la capacidad de
respuesta de las mujeres y hombres frente a la opresión, el acoso, el
hostigamiento, la discriminación y en algunos casos hasta la violencia
física… y que es ejercida en los espacios laborales.
Habrá quien piense que es “exagerado” ligar o establecer un paralelismo
entre la violencia social que hay en el país y la que viven a diario
miles de personas en sus espacios laborales, generalmente ejercida desde
personajes que ocupan posiciones jerárquicas de relación y poder como
las presidencias municipales, las gubernaturas, las secretarías o
titularidades menores.
No importa la posición, sino la tiranía con la que pueden llegar a
ejercer la responsabilidad de coordinar trabajos de los subalternos.
Hasta el punto de que para muchas personas sus espacios laborales
constituyen verdaderos campos de batalla dada la violencia a la que
están expuestas y expuestos, que es sólo diferente, pero no deja de ser
violencia como a la que están vulnerables apenas pisar la calle.
Pero también hay otras formas de “violencia” pasiva en los espacios
laborales, ésa a la que son condenadas y condenados trabajadores y que
va desde la incertidumbre de que no importa qué tan profesional o
responsable sea en su trabajo, cuando su jefe lo determine puede ser
despedido sin ninguna consideración: el temor a estar “parados” o
“paradas”, sin trabajo.
Y esa forma de acoso y hostigamiento laboral difícilmente es denunciada,
pocas veces las instituciones laborales saben cómo afrontar o qué
hacer, incluso los organismos defensores de Derechos Humanos se quedan
pasivos y actúan más como cómplices de las y los titulares de las
áreas, sin atreverse a dejar por escrito lo que las y los trabajadores
denuncien; actúan más para desanimar la denuncia que para plasmarla.
Junto a la violencia que se vive a diario en las calles, mujeres y
hombres trabajadores en este país viven diferentes niveles y formas de
acoso con total impunidad, porque sus jefes o jefas saben bien que poco
se hará, poco se denunciará y poca acciones se tomarán porque en la
mayoría de los espacios todavía se pueden tomar decisiones de despido o
marginación unilateralmente en contra de las personas trabajadoras.
Esa incertidumbre está latente y lo mismo se presenta en espacios de
universidades, escuelas, instituciones federales, organismos
descentralizados, paraestatales, y gobiernos estatales y municipales,
además de las secretarías. Y no hay garantía del servicio civil de
carrera, ni la inmunidad derivada del cumplimiento, ni respeto a la
ética y honestidad de la persona trabajadora.
Eso sin contar por supuesto el acoso y hostigamiento sexual contra las
trabajadoras en las oficinas paraestatales o descentralizadas, casos que
se han presentado en todos los estados en instituciones como el INE, la
CFE, la propia CNDH, las comisiones estatales; las Instancias de la
Mujer en las entidades federativas, donde coincidentemente es también
–en algunos estados– donde más se violenta a las trabajadoras que se
sienten en indefensión.
Violencias directas e indirectas, violencias activas y pasivas como
confinar a un escritorio sin permitir a las personas tener un papel
activo y cumplir con su trabajo. ¿Cómo puede llamarse a la violencia que
consiste en aislar, dejar fuera de toda participación, contratar
equipos externos con tal de no involucrar al personal de una
institución?
Ese proceso aleccionador de violencia y subyugamiento definitivamente ha
logrado sus metas, ha formado una sociedad atemorizada y hasta dócil
frente al mínimo indicio de ser despedidas sin que medie ni se respete
ningún derecho, porque no se visualiza ninguna posibilidad de cambiar
frente al autoritarismo con el que se ejerce la administración pública
en muchos espacios.
Lo que tenemos es una clase trabajadora atemorizada y en permanente
desconfianza y recelo una de la otra, bajo competencia de sobrevivencia y
no por el profesionalismo, con el temor de no ser víctima de la
denuncia, y por tanto estar en vigilia para evitar ser la próxima
despedida, de los gritos, de la indiferencia o del acoso y hostigamiento
laboral que parece estar en todas partes.
*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | México, DF.-
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