Los comicios de julio
venidero estarán signados de manera transversal por dos hechos
antagónicos desde su origen el primero de enero de 1994, y que tendrán
un significado profundo en el mediano y corto plazos para México como
Estado nación: la renegociación del Acuerdo de Libre Comercio de América
del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés) y el proyecto autonómico
liberador impulsado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN).
Veinticuatro años después, ambos procesos siguen exhibiendo las
contradicciones del capitalismo como sistema político y económico
dominante, incluidos la lucha de clases y el colonialismo interno
(articulado al internacional y trasnacional, y como expresión de una
estructura de relaciones sociales de dominación y apropiación del
excedente y de la riqueza a costa de los trabajadores y los pueblos), y
la persistencia del EZLN como sujeto sociopolítico que a partir de la
construcción de redes autonómicas en un puñado de pueblos indígenas
chiapanecos –los caracoles como espacios de resistencia
comunitaria–, ha mostrado al mundo una alternativa al actual modelo de
dominación clasista, étnico-racial y depredador.
Alternativa de lucha recogida por el Congreso Nacional Indígena (CNI)
y otras organizaciones sistémicas y antisistémicas del país, que junto a
la construcción de autonomías llevan a cabo una disputa por el
territorio y los recursos geoestratégicos contra las corporaciones y sus
megaproyectos extractivistas, articuladas, a su vez, al complejo
militar-empresarial-científico-tecnológico-mediático.
En un año electoral, la nueva fase de la confrontación en el
sur-sureste mexicano, entre los colonialistas internos –articulados con
los internacionales y trasnacionales– y quienes impulsan como
alternativa un mundo donde quepan muchos mundos, tiene que ver con la
puesta en marcha de las zonas económicas especiales (ZEE), como nuevo
dispositivo para la ocupación forzosa de territorios y la acumulación de
capitales por desposesión o despojo –vía el establecimiento de nuevas
economías de enclave–, y la candidatura de la vocera del Concejo
Indígena de Gobierno (CIG), María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy,
quien, en representación de los trabajadores oprimidos y explotados del
campo y la ciudad, ha venido llamando a luchar
desde abajocontra el capitalismo, como parte de un proceso que va mucho más allá de 2018.
En ese contexto, cabe consignar la firma de una serie de decretos por
Enrique Peña Nieto, desde finales del año pasado, para crear zonas
económicas especiales, que si bien dijo
no son una solución mágica ni una panacea, es la mejor forma para detonar el desarrollo en zonas caracterizadas por la marginación. El jefe nominal del Ejecutivo definió las ZEE como
polígonospara hacer
polos atractivos a la inversión, detonar empleos e impulsar el crecimiento económico y social.
Desde entonces, también, comenzaron a proliferar en los medios de
difusión masiva grandes inserciones pagadas por la Secretaría de
Hacienda, que bajo un titular que dice
Mejores condiciones de vida para nuestras familias, añade un subtítulo que reza:
Desarrollo productivo, mejores empleos y mayor bienestar. La imagen de una madre, un padre y dos niños, es rematada con un eslogan que expresa:
Zonas Económicas Especiales. Una zona mejor para ti.
La propaganda gubernamental busca encubrir los verdaderos
motivos de la ocupación y restructuración del espacio en territorios
habitados por una diversidad de etnias o pueblos originarios, pero
también por medianos y pequeños propietarios, artesanos, clases medias
pobres y excluidos de las ciudades y el campo. Es decir, a la
expropiación o el despojo de territorios, se añadirá la creación de
territorios colonizados o enclaves coloniales al servicio de
megaempresas capitalistas que asfixiarán la producción y los productos
locales, refuncionalizando esas
zonas especialesen
polígonospara la dominación, la superexplotación, la discriminación y la exclusión.
Como señalara Pablo González Casanova en un texto anticipatorio: Colonialismo interno. Una redefinición
(IIS/UNAM, 2003), la redemarcación de territorios y regiones “rompe y
rehace antiguas divisiones geográficas y crea nuevos límites y flujos.
Abre al país. Mueve, por distintos lados, el ‘frente de invasión’ (…)
Crea una ‘conciencia colonizadora’ entre las distintas clases con
pérdida de identidad de los nativos”. Lleva a un primer plano las
industrias extractivas frente a las industrias de transformación, y a
éstas las reduce a
maquilas, donde el trabajador recibe sueldos bajos por grandes jornadas de trabajo sometidas a un proceso de producción intensiva y con carencia de derechos de asociación.
Las megacorporaciones y los complejos militares-empresariales dominan
fábricas y regiones, gracias a que, como en el caso de México con Peña
Nieto y las zonas económicas especiales, los
inversionistasde la clase capitalista trasnacional y local reciben
estímulos(también especiales), entre ellos, facilidades fiscales y apoyo en infraestructura.
La propaganda oficial oculta, también, que en las ZEE previstas para
Lázaro Cárdenas, Michoacán; Puerto Chiapas, en el municipio de
Tapachula; Progreso, en Yucatán, y Coatzacoalcos (Veracruz) y Salina
Cruz (Oaxaca) en el Istmo de Tehuantepec, los trabajadores (y
sus familias) estarán sometidos al control represivo de sindicatos charros, policías patronales y/o paramilitares, como parte de una privatización de la violencia y/o de una virtual desaparición o delegación del monopolio de la violencia legal del Estado.
Ello ocurre, además, en el marco de una
guerra interna(disfrazada de lucha antinarcóticos), que como variante de la contrainsurgencia clásica opera hoy como una
nueva guerra de conquista, donde los aparatos de seguridad del Estado actúan como ejércitos de ocupación interna (de ahí las adaptaciones legales que se busca con la Ley de Seguridad Interior aprobada por Peña Nieto), articulados con los complejos militares-empresariales multinacionales y trasnacionales.
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