Hace cuatro meses que
vivo en Estados Unidos, después de haberlo hecho toda mi vida en Chile,
específicamente en la “empalmerada” ciudad de San Diego. Inmunizada
frontera con Tijuana, en donde se levantan los ocho muros prototipos de
la administración de Trump. Violenta hibrys [1] de la supremacía blanca,
es esta la que sirve para sustentar el discurso que hizo presidenciable
la misoginia y el racismo blanco, capitalista e imperialista,
recrudecido y legitimado en el púlpito estatal (¡cuándo no ha sido
así!). Por supuesto que la historia de Estados Unidos, su propia
constitución como Estado, ha demostrado en múltiples ocasiones la fuerza
que esa hibrys posee para perpetuar la voluntad de poder entendida como
dominación (¡cuándo no ha sido así!, again). Sin embargo, la embestida
trumpista ha puesto en juego nuevamente las reaccciones más mortuorias
del pasado, pero ahora engolosinadas frente y en contra de la crítica
pública de medios masivos ante soportes del poder o de las afirmaciones
de incapacidad mental del presidente por parte de agrupaciones
psiquiátricas, como también entre otras, pero principalmente, de la
reactivación de la calle.
Hoy
marchamos en San Diego como lo hacen también casi la totalidad de las
ciudades del país para celebrar el primer aniversario de la Women's
March, convocada en Washington contra el nombramiento de Donald Trump en
enero de 2017. Aquella marcha que se replicó por todo el país y su
significación actual, presentifica la memoria feminista de Estados
Unidos, sobre todo pienso en su formación interseccional. El feminismo
negro de los setenta nos legó esa importante noción surgida desde el
activismo [2], a veces olvidada su genealogía se vuelve tan vacía en los
circuitos académicos del norte y el sur (¡arena para otro debate!), y
que me parece sumamente relevante para comprender el triunfo de la
supremacía blanca y la violencia misógina y clasista que la cruza.
La
calle se viste de rosa y púrpura, bello gesto del Pink Powers [3], no
solo en rechazo a Trump –todo lleno de “pussy hats” como signo de
revuelta en su contra–, sino para volver a reivindicar demandas
históricas para las mujeres, la disidencia LGTBI, derechos civiles y
educativos, políticas ecologistas y antirracistas. Un llamado con unidad
feminista a la acción y en un clima general de demanda contra el
patriarcado en todas sus formas. Pensemos que este es un año en que han
cobrado fuerza movimientos como el #MeToo, iniciado también desde el
territorio del feminismo afroamericano a través de la figura de Tarana
Burke, que simbólicamente se expande a partir de los casos de abuso
sexual en Hollywood. Siempre en una escena tambaleante está Trump con
todas las acusaciones que pesan sobre él, recordemos que la palabra
“pussy” hace referencia a los audios de 2005 que se filtraron en la
prensa mientras era candidato y en donde señalaba que la fama le
permitía hacer lo que quería con las mujeres, incluso agarrarlas “by the
pussy” . Toda la marcha llena de “pussy hats” con orejas de gato
(aunque la cosa se está volviendo un poco comercial, tan propio de este
país), mueca brava en el juego de palabras gatito/vagina.
Este
aniversario me hace pensar en la importante reactivación de los
feminismos a un lado y al otro del Río Bravo, sabernos más feministas
que nunca en los últimos años es un logro que debemos conmemorar.
Marcho
con toda esta gente en una ciudad sin anclaje familiar aún para mí, y
la analogía me asalta como el modo más silvestre de aprehender lo ajeno.
Recuerdo la celebración del 8 de marzo de 2004 en Santiago de Chile.
Hoy por hoy las marchas en Chile son multitudinarias, pero a comienzos
de los 2000 cuando el feminismo se había replegado a la universidad y
las ONG ―aunque desapareciendo estas aún reunían a las mujeres
feministas de la resistencia a la Dictadura―, las marchas del Día
Internacional de la Mujer eran pequeñas en Santiago y su recorrido solo
iba por el Paseo Ahumada hasta la Catedral, a diferencia de la ocupación
que hoy hacemos de la Alameda. Las marchas son fundamentales para la
composición de lugar feminista, nos ayudan a discernir de modo
ostensible la expresión del deseo feminista. La simbólica que las viste
anuda los debates históricos y actuales.
Las marchas, podríamos
decir recordando a la feminista chilena Julieta Kirkwood, son nudos para
los feminismos. Al reconocer una rearticulación mundial del feminismo,
pienso también en sus tensiones, reacciones, discusiones: ¿son marchas
feministas o marchas de mujeres? Kirkwood en los ochenta proponía la
distinción entre feministas y políticas para pensar en el nudo de los
lugares comunes entre mujeres provenientes de la política más
tradicional de izquierda y las mujeres feministas en América Latina.
Operatoria analógica que utilizo para leer ahora esta Marcha de la
Mujeres en Estados Unidos.
El feminismo es el significante que
agrupa mayoritariamente a todas las subjetividades devenidas en
diversidad y disidencia para no seguir pensando solo en una noción
heteronormativa y muchas veces racista de mujer. Ampara una nueva fase,
este movimiento que orbita su novedad en la apertura crítica frente al
fascismo histórico de un Estado y del patriarcado colonialista
capitalista que necesita nuevos ciclos de quema de brujas, como diría
quizás Silvia Federici. Esta marcha convoca multitudes y multiplicidad
de miradas, corporalidades, ideologías, pero es la “gritería” feminista
la que se escucha más potente, la que se lee en los carteles, la hoja de
ruta de esta jornada.
Notas:
[1] Recurro al uso que alguna vez ha hecho Santiago Castro-Gómez de este concepto griego.
[2]
Históricamente es posible atribuir al colectivo feminista negro
Combahee River Collective y su manifiesto de 1977 la conceptualización
de una simultaneidad entre las opresiones de clase, raza, género y
sexualidad, como también las estrategias de resistencia feminista. Más
tarde, a fines de la década de 1980, desde el campo del derecho,
Kimberlé Williams Crenshaw popularizó el término “intersectionality”.
[3]
El color rosa ha sido emblema de las marchas en contra el cáncer de
mamas históricamente, sin embargo, ahora se reviste de un nuevo sentido
de la mano del activismo feminista.
Fuente original: http://razacomica.cl/sitio/2018/01/25/a-un-ano-de-la-womens-march/
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