Hoy queda claro que una puerta de entrada a la violencia feminicida es el acoso y el hostigamiento.
Lo que me asombra es la desmemoria que caracteriza a quienes usan su
voz para opinar en México. El movimiento contra el acoso apareció en las
calles de nuestro país desde junio de 2011, con la suma de mexicanas a
una iniciativa canadiense. La marcha de las putas, ¿se acuerdan?, ahí,
para el asombro de quienes solamente miran a las “ninis”, miles de
jovencitas tomaron las calles para decir #MiCuerpoEsMío; a eso
continuaron varias expresiones hasta la campaña #24A sucedida en 2016.
La identificación del acoso callejero y en el transporte público, así
como los casos de abuso y asesinato a manos de extraños, también ha
movilizado, especialmente a las muy jóvenes, que en Twitter lanzaron ¿se
acuerdan? la campaña #MiPrimerAcoso. Muy impresionantes
los testimonios.
El acoso como fenómeno naturalizado, como algo que se practica por el
poder que la sociedad da los hombres, es un asunto relacionado con la
pederastia donde decenas de ministros de la Iglesia han estado
involucrados. Lo mismo sucede tras bambalinas en las escuelas de todos
los niveles; en las universidades acosadas y hostigadas por los maestros
y los jefes administrativos en la estructura laboral,
incluso académica.
Elementos suficientes tenemos para evitar la trasnochada actitud de
que ahora sí, ya empezamos a saber, porque las actrices de Hollywood
levantaron el silencio y dijeron, como dijeron de famosos directores de
cine; de ahí surgió el movimiento #MeToo, la revolución de las mujeres.
¿No se acuerdan? De la denuncia de Mia Farrow contra Woody Allen, por haber abusado de la hija de Mia, la joven Dylan.
Así en la línea del tiempo, como aparecieron las cifras de la
violencia feminicida y el asesinato, ha quedado hoy claro que una puerta
de entrada es el acoso y el hostigamiento. Temas que desde 1989 no han
merecido la atención de las y los legisladores; de las legislaturas, con
políticos y algunas políticas que sospechan de las voces de las
mujeres, de las jóvenes, que han desestimado el gravísimo problema, que
no es parte ni del “coqueteo” ni del “galanteo”. Sino de una costumbre
del poder patriarcal, donde el cuerpo de las mujeres se considera del
dominio público.
Quién no recuerda la campaña #MiCuerpoEsMío. Pues los opinadores que
creen que allá, en el norte, nos ponen el ejemplo e imitamos.
Tras la marcha de Las Putas, en el gobierno de la ciudad de México se
documentó el acoso en el transporte público. Antes en el mismo gobierno
surgió el programa de “viajemos seguras” con los transportes rosas que
fueron motivo de burlas y se consideró divisionista y exagerado. Las
cifras este sexenio mostraron lo contrario.
La denuncia de que nueve millones de cibernautas mujeres han sido
acosadas, han recibido ataques y ofensas, son datos suficientes
para actuar.
A las señoras que este año se postularán para muy diversos cargos,
habría que decirles que es hora de documentar un poco más a fondo este
problema, de tomar cartas en el asunto, de hacer nuevas reglas, de
abatir culturalmente, haciendo efectivas las reglas de los medios de
comunicación, para enfrentar el fenómeno. Del que antes, hace mucho
tiempo, no se hablaba, como cuando Hilda Anderson, dirigente de la CTM
documentó como las obreras de las empresas maquiladoras de Yucatán,
identificaron el acoso sexual en sus centros de trabajo. Y nadie oyó.
El acoso sexual en la legislación vigente no tiene más que una multa
insignificante y quienes deciden ir a los tribunales tienen de dos,
retirar su denuncia por el infierno del proceso judicial, que acabará en
una multa pírrica o mantener, por dignidad y convencimiento, la
denuncia y lograr que estos hombres sean castigados, a pesar de
los escollos.
Y no solamente son los jueces. Ya sabemos que la impunidad es
construida ahí, donde la justicia no existe, ya sabemos que el principal
dique para parar la violencia contra las mujeres está en el sistema
judicial, cuando se llega ahí, y ya sabemos que la sociedad, además de
los poderes, consciente estos oprobios.
Pero urge hacer algo. El acoso sexual, el hostigamiento, el abuso, en
todos los espacios donde se desarrollan las mujeres es una desgracia
nacional, dice el INEGI que es un asunto de salud pública, forma parte
del asombro de los gobiernos, de cómo se han construido las formas de
relacionarse en la vida cotidiana. Los hombres no se frenan.
No son suficientes, por ahora, los protocolos y las previsiones. Por
ejemplo, el acoso y la violencia política están clarísimas. Las mujeres
estamos documentando hechos, las legisladoras tendrán que actuar. Tienen
que darse cuenta de que este es un problema de la democracia y el buen
vivir. Dejar a un lado los prejuicios, es una revolución en la que
tenemos que trabajar.
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