1/28/2018

Fin del mundo: más que retórica


La Jornada 

El Boletín de Científicos Atómicos adelantó ayer su llamado reloj del Juicio Final en 30 segundos para ubicarlo a sólo dos minutos de la medianoche, hora que en su medición marca el fin del mundo. El boletín es una organización fundada tras el nacimiento de la era nuclear en 1945, cuando Estados Unidos lanzó sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, y tiene como misión vigilar los riesgos que enfrenta la humanidad debido a este tipo de armamento. Es precisamente el crecimiento de los arsenales nucleares, así como la desastrosa gestión que el presidente Donald Trump ha hecho del conflicto con Corea del Norte lo que empujó las manecillas hasta un nivel de peligro que no se había registrado desde 1953, en el punto más álgido de la guerra fría.
No menos preocupante resulta que el segundo factor considerado en el cálculo del apocalipsis, –el tercero son las tecnologías emergentes– sea el cambio climático, un desafío ante el cual el presidente estadunidense no ha desaprovechado oportunidad para hacer gala de ignorancia e irresponsabilidad desde que se encontraba en campaña, y ante el que ya en el poder ha tomado medidas tan desastrosas como la derogación de regulaciones ambientales para la industria, o el retiro de su país del Acuerdo de París. Sin embargo, debe señalarse que, a diferencia del manejo del armamento nuclear, cuya prerrogativa se han arrogado las esferas más altas del poder político, el cuidado del medio ambiente es un problema en el que la sociedad global entera juega un papel insoslayable, y sobre el cual cuenta con un poder de presión que no puede despreciarse.
Para alejar el riesgo de un daño irreversible a las condiciones de habitabilidad del planeta, es necesario, primero, que las potencias desistan de buscar la afirmación de sus posiciones en el tablero geopolítico mediante demostraciones de fuerza que en cualquier momento pueden salirse de control. Lo anterior atañe de manera primordial a las bravatas del mandatario estadunidense contra Corea del Norte, pero también a los contenciosos que Occidente mantiene con potencias contrarias como Irán y Rusia, así como a la injerencia regional e internacional en los delicados asuntos de Medio Oriente.
En segunda instancia, la sociedad civil, y en particular los ciudadanos de las naciones ricas, por ser quienes llevan estilos de vida a todas luces insostenibles, cobre plena conciencia acerca del impacto de las actividades humanas en el cambio climático, de manera que pueda actuar en dos sentidos: transformando sus propios hábitos, y exigiendo a los poderosos el cese de las prácticas de generación de riquezas que amenazan la viabilidad del planeta en un plazo más corto.

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