Violencia & Machismo supremo
TribunaFeminista
Las mujeres denuncian y los pleitos se archivan sin ser investigados. En los juzgados los hombres no parecen encajar en el perfil de maltratador y las mujeres se presumen mentirosas. La presunción de inocencia se distorsiona y el garantismo se transforma en indefensión. |
Las mujeres hemos ido conquistando cotas de igualdad y libertad, pero
muchos hombres nos observan agazapados, llenos de resquemor, deseosos
de ponernos en el lugar que creen que nos corresponde. Como sostiene Amelia Valcárcel,
esa rabia contenida suelen ejercerla mediante formas sutiles de
violencia, como la verbal, en los medios de comunicación, en las
relaciones con nosotras o en las que desarrollan al margen de las
mujeres en su ámbito profesional, de ocio o de militancia. Aunque esté
reprimida, la ley patriarcal es un código oculto que permea cada poro de
nuestra sociedad. La amenaza de la ira desatada y del castigo ejemplar
está siempre presente. Cuando uno de los miembros de la manada comete un
crimen atroz invocando la ley patriarcal, los demás miembros de la
fratría salen como alimañas en su defensa.
En Castellón, un hombre ha asesinado con un cuchillo a sus dos hijas de 4 y 6 años para vengarse de su exmujer.
La mujer había pedido protección a la justicia, pero la justicia no
confió en ella. Ella había solicitado medidas de protección en el
juzgado, pero la jueza consideró que el riesgo era bajo y desestimó las
medidas destacando que ambos progenitores se encontraban inmersos en un
pleito por la custodia y que había contradicciones entre el testimonio
del hombre y el de la mujer. Hoy sus hijas están muertas, los gritos de
horror de la madre se escucharon en todo el vecindario y, mientras los
pequeños cuerpos aún están calientes, la fratría escribe comentarios a
la noticia como los que siguen, inventando todos los datos que sean
necesarios para excusar el crimen:
“Era un hombre cuyo matrimonio había fracasado y su mujer se había largado con sus hijas, había perdido su empleo y su ex le había demandado por no pagar la pensión logrando que le embargaran sus cuentas bancarias. Estaba tocando fondo y no le quedaba moral para buscar una salida. (…) se suicidó llevándose a sus hijas con él. ¿Fue por venganza o fue por desesperación?”.“La madre tenía trabajo, él estaba en paro, ella le había arruinado. Por eso ha pasado esto”. “Los asesinatos tienen su causa en que los varones se ven obligados a pagar pensiones a sus exmujeres o hijos, cuando ellas se quedan el piso o no les dejan ver a sus hijos”.“La madre había alquilado otro piso a dos manzanas, que es lo que suelen cubrir las órdenes de alejamiento, ¿por qué pidió entonces una orden de alejamiento? Imagino que estas circunstancias debieron de influir en la decisión de quienes instruyeron el caso. Probablemente vieron indicios de mala fe por parte de la mujer”.“Se culpa a todos los hombres arbitrariamente, ¿por qué no se habla de los infanticidios cometidos por las madres?”.“La violencia de género es un concepto absurdo que fomenta el odio al hombre. No hay ningún patriarcado, no hay discriminación hacia las mujeres. Hay relaciones tóxicas con agresiones mutuas. Las mujeres mueren más porque tienen menos fuerza física”.“La pobreza energética mata más gente en España que la violencia de género. El alcohol mata a más gente que la violencia de género”.“Las socialistas se han montado un tinglado a costa del sufrimiento de los demás. Tapan la parte de la realidad que no les interesa. Llevan así unos doce años. La violencia engendra violencia, y esta ley de violencia de género es muy violenta contra los hombres y provoca que muchos hombres, al ver las desproporcionadas medidas que se les aplican reduciendo su existencia a la miseria moral más absoluta (que empieza con detenciones aleatorias si su ex pareja lo decide, el arrebato instantáneo de su descendencia, la ruina económica, el estigma social, etc.), pasen la raya al sentirse agredidos y maltratados por el sistema y pierdan cualquier atisbo de humanidad hasta puntos como el que nos ocupa. Una Ley equilibrada, es decir, otra diferente a la actual, generaría mucha menos violencia de género que la que actualmente sufrimos”.
Vemos que estos comentaristas son incapaces de sentir empatía por las
niñas asesinadas y por la madre, que ha sufrido el daño más grande que
se puede infligir a una persona. Son incapaces de ponerse del lado de
inocentes y víctimas. En lugar de ello lo primero que se les ocurre es
escribir un comentario quejándose de que la sociedad, las leyes y la
prensa criminalizan a los hombres y santifican a las mujeres. Como solo
piensan en sí mismos, su única preocupación en ese momento es la
reivindicación de que las noticias en las que el criminal sea un hombre
concluyan con una coletilla del tipo “sabemos que no todos los hombres
sois asesinos” o “también hay madres asesinas”. Otros van más allá en su
iniquidad y justifican al asesino o culpan a la víctima. Sus
comentarios ponen de manifiesto que se identifican con el asesino y se
sienten parte de un mismo grupo agraviado.
Sabemos que la consideración social de los hombres como seres
superiores a las mujeres ha sido ilegalizada formalmente en la
Constitución y en las leyes. Sin embargo, como sostiene Amelia
Valcárcel, la idea sigue funcionando en muchas mentes masculinas como algo de sentido común.
Muchos hombres perciben que los tiempos son distintos y que es
políticamente incorrecto decir en voz alta lo que en el fondo creen,
pero en su fuero interno creen en su superioridad y en su derecho a la
violencia. La fratría (podríamos llamarla también la manada) se mantiene
completamente vigente. En las conversaciones privadas y en los espacios
de hombres la fratría puede actuar sin contención. La manada es un
conjunto de iguales potencialmente violentos acostumbrados a que la
violencia pueda ser utilizada como instancia definitiva de poder. Cada
individualidad prueba su igualdad, su masculinidad, su pertenencia a la
manada, mostrando su capacidad de usar la violencia.
Las mujeres somos consideradas objetos, seres inferiores que pueden
ser utilizados sexualmente por todos los hombres o ser sometidos en
exclusiva a uno para ejercer los roles naturales de cuidado abnegado y
entrega fiel. Las demandas legítimas de libertad, de igualdad y justicia
que parten de las mujeres son percibidas como ataques contra los
derechos de los hombres. Ejemplos de estos razonamientos son los
siguientes: “cómo se atreve esta a separarse”, “que las haya cuidado más
tiempo hasta ahora no le da ningún derecho a quedarse la custodia de
las niñas, ni a pedir dinero”, “no voy a pagar ni un duro a esta zorra
que se ha ido para follar con otros”, “se quejan de que ganan menos,
pero es que trabajan menos”, “prefieren ser madres, pues que no se
quejen de cobrar menos”, “yo trabajando toda la vida para que esta lista
se quede con el piso”, “todo el mundo sabe que me ha dejado tirado como
un perro, pero yo la voy a destrozar”, “es una mentirosa, una falsa que
me denuncia para quedarse con todo, con la ayuda de las leyes
hembristas”.
Los hombres que piensan de este modo se exhiben públicamente como
negacionistas del patriarcado y ponen en cuestión las estadísticas y
datos oficiales relativos a la discriminación de las mujeres, como si
fuesen fruto de una conspiración. Tienen tan naturalizada la
subordinación de las mujeres que les resulta intolerable la rebeldía
femenina, hasta el punto de justificar el más espantoso de los crímenes.
Cuando ocurre un crimen machista, lo justifican con un nada creíble “es
horrible pero…” seguido de la excusa expuesta en un lenguaje
revanchista, frío y calculador.
El código patriarcal de la fratría infesta la sociedad. Difunde
la visión de las mujeres como mentirosas que denuncian con la intención
de arruinar a los hombres (y esta perspectiva alcanza los juzgados).
Al pasar por el tamiz legal, una larga historia de violencia de género
queda reducida a unos pocos eventos aislados que resultan en fragmentos
inconexos de escasa gravedad, de apariencia poco peligrosa. Las medidas
de protección se deniegan. El riesgo se estima insignificante. Mientras
tanto, en la vida cotidiana de la mujer, el proceso la señala
socialmente con una sombra de sospecha. Para la familia de su ex (que si
tienen descendencia, también es su familia), ella es una arpía
mentirosa. Para el maltratador, el proceso marca un punto de inflexión:
ella le ha humillado y va a pagar por ello. Las criaturas son el arma
para la destrucción definitiva de la enemiga.
Las mujeres experimentan que se las revictimiza, que se las juzga,
como si el asunto central del pleito fuese si su denuncia es falsa o no
lo es. Si denuncian, no encajan en el perfil pasivo que se espera de una
víctima. Si se retiran, el asunto se archiva y para la fratría esto
implica que la denuncia era falsa. Aunque las asesinadas
sistemáticamente sean las mujeres y sus criaturas, la fratría logra
imponer su discurso. La sociedad debe vencer a la fratría para poner fin
a los feminicidios y a su impunidad.
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