Carlos Monsiváis
Razones para hablar bien de México
El presidente Felipe Calderón ha exhortado a la población, sobre todo a los viajeros a no desperdiciar oportunidad y verter elogios y llantos admirativos sobre México. Puede estar en lo justo y, para certificarlo, abordo algunos de los motivos para el ditirambo: “México creo en ti/porque el águila brava de tu escudo/se divierte jugando a los volados/con la vida, y a veces con la muerte” (Ricardo López Méndez).
1. La impunidad
Si alguna vez lo fue, la impunidad ya no es una característica de la clase gobernante sino su razón de ser y su esencia, lo que se ha acentuado con el desprecio a la opinión pública, a la que consideran un invento premoderno. La impunidad (la clase gobernante) cree estar sola, algo parecido a una “impunidad autista” y por lo mismo, no obstante la ceremonia de las auditorías, estremecedora en los niveles medios, lo que priva es la creencia gubernamental, empresarial, eclesiástica, de que nadie los supervisa, nadie se entera y nadie se informa. Según creen, la memoria de la opinión pública no es un disco duro sino una emoción volandera “Si no se acuerdan de lo que van a hacer cuando se mueran, menos recordarán nuestros actos si es que se enteran”. La élite misma es un prodigio de la ignorancia bipolar sostenida sobre la fuerza, la manipulación (el otro nombre de la falta de opciones) y la inercia.
2. El alud de actos inmisericordes
Súmale a esto el sistema tributario que excluye a los todopoderosos y que acentúa la crisis; la cárcel para los disidentes a los que se les asestan penas monstruosas (el caso de Atenco, con sentencias de 160 años de cárcel); la destrucción del SME, manejada como una operación militar contra un sindicato; la indiferencia a las denuncias por violaciones de parte de representantes de la fuerza pública; la grotecidad del Tribunal Electoral Federal al servicio descarado de las decisiones del gobierno panista. “El pueblo votó, Jehová enmendó el votó”; la insolencia de los grandes defraudadores que obtienen la devolución de sus bienes…
3. Y tú que te creías el rey de los spots
El régimen de Calderón y la turba de los gobernadores se atienen a la mercadotecnia, la nueva Clío, musa del renombre. Gobernar es anunciarse. El gasto obsceno en publicidad es una inmersión en la fantasía, complementada con las encuestas a pedido: “el 99% de los encuestados declara a Felipe Calderón el mejor gobernante desde Abraham Lincoln o, en su defecto, desde Hammurabi”. A esto, ¿qué se le opone?. El descuido, el fastidio, el olvido inmediato. Pero eso no intimida a los mercadólogos. No se admite desde los gobiernos la existencia de un espacio público no regido por la mercadotecnia, y las amenazas y las promesas ridículas. “Resolveremos todo de una vez y para siempre, o el futuro se atiene a las consecuencias”. Todavía me llama la atención aquella vigorosa campaña publicitaria que quiso convencernos de un milagro: el 2 por ciento del impuesto revertiría en el 4 por ciento para los pobres. La multiplicación de los panes y las fábulas. Esta insolencia de la mercadotecnia desata en primera instancia el pesimismo y el desánimo, pero estoy convencido: sólo en primera instancia.
4. El aplastamiento a como de lugar: la APPO
Una demostración de las dificultades para transitar de la adquisición de poderes a la falta de poder es el caso de la APPO en Oaxaca, un movimiento anti-autoritario iniciado con fuerza y con un acento utópico considerable. Ante el desafío directo y pacífico el gobernador Ulises Ruíz, que se siente cacique-virrey-capitalista acumulador, ve la oportunidad de ejercer su tiranía y filtra provocadores en la APPO, aprovecha a los ultraizquierdistas que siguen viviendo a la luz de la toma del poder por los soviets, y utiliza los recursos complementarios de la compra de voluntades y de la represión. La APPO moviliza la ciudad de Oaxaca y muchos otros lugares, incorpora a maestros, estudiantes, ciudadanos antes apolíticos, crea la sensación del cambio a la mano. Ruíz, apoyado por el PRI y por Calderón en su etapa legitimable, desata sobre la APPO su furia. Sobre las grandes marchas descienden la policía y los provocadores con actos de barbarie (asesinatos entre ellos) que buscan malquistar a la APPO con el resto de la población (por desgracia la APPO no se deslinda a tiempo). Los ultras o los provocadores, hermanos gemelos, se portan con el salvajismo previsible y la APPO no logra contrarrestar su efecto porque tiene encima una andanada mediática. El gobierno de Ruiz se siente autorizado para desplegar su gana. Hay crímenes de Estado, hay mentiras inconcebibles y todo se resuelve en la impunidad. La Suprema Corte de Justicia responsabiliza a Ruíz, y éste se ríe de los ministros criticándoles su exclusión de Vicente Fox en la adjudicación de culpas. La declaración de ilegalidad es otra nueva virtud de los gobiernos.
5. “Tú no me escuchas pero yo no me fijo en lo que digo”
Desde el poder hay un juego declarativo cada vez más cansado y torpe, gracias al cual los políticos leen o gritan lo que saben que no va a ser oído, ya al tanto del desvanecimiento de la lectura entre líneas —que era su gran elemento de transmisión informativa. Ahora, ¿quién lee entre líneas un pronunciamiento de Gómez Mont o un discurso de Francisco Rojas? Son lo que dicen si es que alguien los lee fuera de las cabezas de los periódicos. Y todo contribuye al desencanto: el vaciamiento del lenguaje político, el trueque de la cursilería tradicional por la amenaza envuelta en promesas ante el espejo, la atrofia idiomática. Los gobernantes quieren que la ciudadanía se vaya a otro país mental. Lo consiguen en mínima medida, pero su castillo de naipes adulterados se derrumba en el camino porque la crisis económica es el factor que, de manera abrumadora, arraiga mentalmente en el país.
6. Las nuevas creencias
No son estrictamente nuevas pero si son dogmas de la temporada:
a) lo que no aparece en la televisión de manera destacada, no existe.
b), lo que se diga, a menos que se acuñe una frase notable (“Comes y te vas”) nace para el olvido en el primer segundo (“Te desdices y te borras”). Es decir, tampoco existe.
c) todo acontecimiento, por importante que sea, trae consigo su certificado de defunción rápida. Pensar que algo perdura en una sociedad tan convulsa y tan dinamizada por Internet, la moda o el chisme de hoy, es creer que el tiempo pasa en vano;
d) por grande que sea la resonancia de un conflicto y la incapacidad demostrada de los gobernantes, no perdura lo suficiente para incluirse en el imaginario colectivo, hecho de remembranzas, admiraciones perdurables y alucinaciones que se llaman indistintamente memoria o rencor, es decir, sólo existe para los memoriosos, y esto lleva a la filosofía de la clase o el grupo gobernante: “Yo me desdigo porque nada más lo dije”.
Escritor
1. La impunidad
Si alguna vez lo fue, la impunidad ya no es una característica de la clase gobernante sino su razón de ser y su esencia, lo que se ha acentuado con el desprecio a la opinión pública, a la que consideran un invento premoderno. La impunidad (la clase gobernante) cree estar sola, algo parecido a una “impunidad autista” y por lo mismo, no obstante la ceremonia de las auditorías, estremecedora en los niveles medios, lo que priva es la creencia gubernamental, empresarial, eclesiástica, de que nadie los supervisa, nadie se entera y nadie se informa. Según creen, la memoria de la opinión pública no es un disco duro sino una emoción volandera “Si no se acuerdan de lo que van a hacer cuando se mueran, menos recordarán nuestros actos si es que se enteran”. La élite misma es un prodigio de la ignorancia bipolar sostenida sobre la fuerza, la manipulación (el otro nombre de la falta de opciones) y la inercia.
2. El alud de actos inmisericordes
Súmale a esto el sistema tributario que excluye a los todopoderosos y que acentúa la crisis; la cárcel para los disidentes a los que se les asestan penas monstruosas (el caso de Atenco, con sentencias de 160 años de cárcel); la destrucción del SME, manejada como una operación militar contra un sindicato; la indiferencia a las denuncias por violaciones de parte de representantes de la fuerza pública; la grotecidad del Tribunal Electoral Federal al servicio descarado de las decisiones del gobierno panista. “El pueblo votó, Jehová enmendó el votó”; la insolencia de los grandes defraudadores que obtienen la devolución de sus bienes…
3. Y tú que te creías el rey de los spots
El régimen de Calderón y la turba de los gobernadores se atienen a la mercadotecnia, la nueva Clío, musa del renombre. Gobernar es anunciarse. El gasto obsceno en publicidad es una inmersión en la fantasía, complementada con las encuestas a pedido: “el 99% de los encuestados declara a Felipe Calderón el mejor gobernante desde Abraham Lincoln o, en su defecto, desde Hammurabi”. A esto, ¿qué se le opone?. El descuido, el fastidio, el olvido inmediato. Pero eso no intimida a los mercadólogos. No se admite desde los gobiernos la existencia de un espacio público no regido por la mercadotecnia, y las amenazas y las promesas ridículas. “Resolveremos todo de una vez y para siempre, o el futuro se atiene a las consecuencias”. Todavía me llama la atención aquella vigorosa campaña publicitaria que quiso convencernos de un milagro: el 2 por ciento del impuesto revertiría en el 4 por ciento para los pobres. La multiplicación de los panes y las fábulas. Esta insolencia de la mercadotecnia desata en primera instancia el pesimismo y el desánimo, pero estoy convencido: sólo en primera instancia.
4. El aplastamiento a como de lugar: la APPO
Una demostración de las dificultades para transitar de la adquisición de poderes a la falta de poder es el caso de la APPO en Oaxaca, un movimiento anti-autoritario iniciado con fuerza y con un acento utópico considerable. Ante el desafío directo y pacífico el gobernador Ulises Ruíz, que se siente cacique-virrey-capitalista acumulador, ve la oportunidad de ejercer su tiranía y filtra provocadores en la APPO, aprovecha a los ultraizquierdistas que siguen viviendo a la luz de la toma del poder por los soviets, y utiliza los recursos complementarios de la compra de voluntades y de la represión. La APPO moviliza la ciudad de Oaxaca y muchos otros lugares, incorpora a maestros, estudiantes, ciudadanos antes apolíticos, crea la sensación del cambio a la mano. Ruíz, apoyado por el PRI y por Calderón en su etapa legitimable, desata sobre la APPO su furia. Sobre las grandes marchas descienden la policía y los provocadores con actos de barbarie (asesinatos entre ellos) que buscan malquistar a la APPO con el resto de la población (por desgracia la APPO no se deslinda a tiempo). Los ultras o los provocadores, hermanos gemelos, se portan con el salvajismo previsible y la APPO no logra contrarrestar su efecto porque tiene encima una andanada mediática. El gobierno de Ruiz se siente autorizado para desplegar su gana. Hay crímenes de Estado, hay mentiras inconcebibles y todo se resuelve en la impunidad. La Suprema Corte de Justicia responsabiliza a Ruíz, y éste se ríe de los ministros criticándoles su exclusión de Vicente Fox en la adjudicación de culpas. La declaración de ilegalidad es otra nueva virtud de los gobiernos.
5. “Tú no me escuchas pero yo no me fijo en lo que digo”
Desde el poder hay un juego declarativo cada vez más cansado y torpe, gracias al cual los políticos leen o gritan lo que saben que no va a ser oído, ya al tanto del desvanecimiento de la lectura entre líneas —que era su gran elemento de transmisión informativa. Ahora, ¿quién lee entre líneas un pronunciamiento de Gómez Mont o un discurso de Francisco Rojas? Son lo que dicen si es que alguien los lee fuera de las cabezas de los periódicos. Y todo contribuye al desencanto: el vaciamiento del lenguaje político, el trueque de la cursilería tradicional por la amenaza envuelta en promesas ante el espejo, la atrofia idiomática. Los gobernantes quieren que la ciudadanía se vaya a otro país mental. Lo consiguen en mínima medida, pero su castillo de naipes adulterados se derrumba en el camino porque la crisis económica es el factor que, de manera abrumadora, arraiga mentalmente en el país.
6. Las nuevas creencias
No son estrictamente nuevas pero si son dogmas de la temporada:
a) lo que no aparece en la televisión de manera destacada, no existe.
b), lo que se diga, a menos que se acuñe una frase notable (“Comes y te vas”) nace para el olvido en el primer segundo (“Te desdices y te borras”). Es decir, tampoco existe.
c) todo acontecimiento, por importante que sea, trae consigo su certificado de defunción rápida. Pensar que algo perdura en una sociedad tan convulsa y tan dinamizada por Internet, la moda o el chisme de hoy, es creer que el tiempo pasa en vano;
d) por grande que sea la resonancia de un conflicto y la incapacidad demostrada de los gobernantes, no perdura lo suficiente para incluirse en el imaginario colectivo, hecho de remembranzas, admiraciones perdurables y alucinaciones que se llaman indistintamente memoria o rencor, es decir, sólo existe para los memoriosos, y esto lleva a la filosofía de la clase o el grupo gobernante: “Yo me desdigo porque nada más lo dije”.
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