1/23/2010



María Teresa Priego
La vuelta al día en ochenta mundos

Mi amiga Chaneca tenía que hacer un trámite relacionado con su acta de nacimiento. Por razones que ignoro, en el Registro le solicitaron un testigo nacido antes que ella, y que pudiera dar fe de que Chaneca, es Chaneca. Me lo explicó y al final me dijo: “Ya no queda nadie mayor que yo, para constatar que yo soy yo”. Lo dijo así, tan tranquilamente. Esa frase. Creo que tembló de varios grados en mi balcón. Fue mi temblor. No el suyo. Conozco a poquísimas personas que sean tan ellas mismas, como ella misma. Tan cercana a su centro. Qué extravagante ironía. Es tan asumida, gozosa y temerariamente ella misma. Entiendo que no son el tipo de argumentos que aligeran los trámites burocráticos.

Ante una imposibilidad de testigos tan rotunda, las personas del Registro Civil tienen dos opciones: recurrir con éxito a la patafísica “ciencia dedicada al estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones”, (Chaneca podría sugerírselos) o creer en las palabras de la “enigmática”.

Imaginé la argumentación posdivanera de Chaneca: “Mire usted amable servidor público, como bien decía Rimbaud con respecto a sí mismo y tal vez al resto de la humanidad hasta ahora conocida, que a ojos vista a usted lo incluye: ‘Yo soy otro’, es posible entonces que más de una mujer me habite, me haya habitado, y me habitará en el futuro, puesto que el inconsciente existe ¿cómo le diré? ¿A usted no le pasa a sus horas? Desconocerse, dudar, reconocerse, extraviarse, reencontrarse, la vida es sorprendente y laberíntica, nadie es un ‘yo’ monolítico e inamovible, ¡ingenuo quien se lo crea! Corre el riesgo de mentir-se muy de más, pero para los fines de la identidad concreta a la que aquí hacemos referencia, baste con saber que yo soy yo, porque se lo digo yo”. El funcionario del Registro —mareado— coloca muchos sellos identitarios y entrega el acta. (Solución imaginaria).

Pero evado el punto. La frase: “Ya no hay nadie mayor que yo, para constatar que yo soy yo”, se me quedó en las manos como un ovillo enredado. (Es mi enredo, no el de ella) que jalé (o me jaló) primero hacia una canción de Liliana Felipe: “¿A dónde van los que se van?/y si se van ¿por qué se van?/¿por qué nos dejan si se van?”. Me gusta muchísimo esa canción. Cuántos encuentros en cada vida, cuantos acompañarse a lo largo del camino, compartir, cuántas bienvenidas, cuántas despedidas. Y qué cantidad y calidad tan distinta de despedidas. Las que suceden en un andén con la esperanza de un futuro. Las que suceden. Sin futuro. O porque así va la vida, o porque así fue la muerte. Y esa frase de Chane, surgida de la narración de una exigencia práctica, me hablaba de golpe de tantos adioses. No lo dijo ella. Sus adioses. Los escuché yo. Ya no hay nadie tangible de la generación que la precedió, para arroparla. Es inevitable e inaprehensible. Sobre todo inaprehensible.

Y esta mujer, con esa larguísima experiencia en la vida (y sus contrarios) se planta en el centro mismo de su existencia con la fuerza y las raíces de una ceiba. Y por eso, aunque me deteste unos días por escribirlo (espero que no pase de unos días) Chaneca es una maestra. Cuando se ríe, y nos hace reír a carcajadas, con su delicioso humor negro. Cuando narra sus aventuras rocambolescas. Cuando habla de todo lo que ha amado, defendido, leído, vivido, recorrido. La “enigmática”, posee un don raro y privilegiado para quienes la escuchamos: retirar la paja en una conversación personal, para llegar derechito al centro. Chane, constato que eres tú. Y cada vez, me siento afortunada de constatarlo, y vamos a hacer un desplegado: por el amor, la memoria y las lealtades a nuestros muertos, por el derecho a ser “constatados” por nuestros vivos.

¿Por dónde queda el sentido de la vida para cada una/? Sus distintos sentidos. Esos espacios donde nos “constatamos”. ¿Cuál es nuestra brújula de elección? ¿Cuáles son las constantes que marcan nuestras búsquedas? ¿Hay constantes? Deseé una travesía simbólica. Desplazar la necesidad de un viaje interior, hacia los avatares del viaje exterior. Guardé el libro Papeles inesperados de Julio Cortázar, y me eché a andar hacia la línea más cercana del Metrobús. Cortázar escribió refiriéndose a Rayuela: “Un libro que me contiene tal como fui en ese tiempo de ruptura, de búsqueda, de pájaros”.

La vida es tan compleja, tan feliz, tan inmunda, tan cuesta arriba y tan pasmosamente bella. Me puso metafórica ese señor del Registro. “Confieso que constato y soy constatada”. Además me sentía Jasón en ese último asiento junto a la ventana. Pensé: “Hasta donde llegue esta nave. Con pasión. Hasta donde se detenga. Hasta donde alguien me inste con insistencia a bajarme. Ahora. Viajamos. La vuelta al día en ochenta mundos. Quizá esa es una brújula de vida. Con nuestras rupturas, nuestras búsquedas y nuestros pájaros”.

Escritora

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