1/22/2010


Independencia y Revolución

Jorge Camil

Han comenzado las especulaciones: ¿cómo celebrar el bicentenario de la Independencia? Y el centenario de la Revolución, del que por razones obvias no habla mucho Felipe Calderón: tal vez por considerarlo un festejo que corresponde a los otros mexicanos, los impíos que cerraban iglesias, colgaban curas y prohibían el culto religioso; los enemigos acérrimos del PAN original, hasta que las líneas divisorias se fueron confundiendo en el horizonte (¿ilusión óptica?).

La Jornada presentó recientemente un magnífico ejemplo de las dos versiones que han comenzado a circular: la histórica, la de gracias al Cielo por la libertad, los 200 años de independencia, la infraestructura, la modernidad, la educación universitaria, el arte y la cultura; los héroes que nos dieron patria (y los que nos la quitaron también, porque en momentos como éste no estamos para escatimar generosidad). La otra versión, menos agradecida, más descarnada, pero también más humana, es la de quienes nos preguntamos frente al momento actual: ¿desfiles, festejos, bailes? ¿Verbenas en el Zócalo y Reforma? ¿En medio del hambre, la desolación, la inseguridad, el desempleo, los cierres de empresas, los nuevos impuestos y las alzas de precios para tapar el hoyo fiscal del doctor Carstens; frente a la muerte diaria y violenta de miles de mexicanos? (¿PAN y circo?)

La primera versión, cargada de optimismo, cultura y contenido histórico, fue de Soledad Loaeza. Olvidando sus dotes de excelente periodista y comentarista se subió a la cátedra universitaria para declarar que mientras políticos y comentaristas no saben qué celebrar el 2010, los historiadores, sociólogos, economistas, politólogos y los especialistas comprometidos con la producción de conocimiento, antes que con la formación de opinión, podrán decirnos que son muchas las hazañas que debemos conmemorar. Me quedo con la versión más realista de Adolfo Sánchez Rebolledo, para quien el juego de los números con el que podría disfrazarse la falta de crecimiento en 2010, será insuficiente para ocultar la tragedia de innumerables familias cuyos miembros, uno a uno, han venido perdiendo el empleo, sin saber si algún día lo recuperarán. Vale la pena leerlas (07/1/10).

Calderón nos ha invitado en dos ocasiones a elevar el corazón (una especie de sursum corda del rito católico) para festejar el bicentenario escribiendo páginas de gloria, orgullosos de los colores, sabores y canciones de México. ¿Quién hablará por el centenario de la Revolución: el partido revolucionario de Lázaro Cárdenas, o el neoliberal de Salinas de Gortari? (No olvidemos que el darling del neoliberalismo, no obstante la pretendida modernidad que habría de traer el TLC, montó el escenario que dejó al país entre cierres de empresas, desaliento e inseguridad, que después atribuyó al error de diciembre.) ¿Celebrará la Revolución un régimen panista que le ha dado la vuelta al 20 de noviembre? Lo invito a leer “¿…y la Revolución apá?” (La Jornada y www.jorgecamil.com 28/11/08/): “durante el siglo priísta era anatema dar un paso sin mencionar la palabra revolución; fue el leitmotiv del partido oficial, inspiración de presidentes y el ingrediente que jamás faltaba en los discursos oficiales; un ingenioso pegamento que mantuvo viva la santa unión entre gobernantes, obreros, campesinos y las llamadas organizaciones populares”. Después los gobernantes dejaron de ser revolucionarios, aunque gracias a ese movimiento armado México haya abandonado la dictadura y el atraso para entrar de lleno en la modernidad. Soledad Loaeza advierte, con razón, que la historia de los primeros 200 años es más diversa, rica y compleja que la historia del PRI, que es la obsesión de quienes pretenden explicar todo el pasado a partir de su hegemonía de cuatro décadas. Sin embargo, ¿cómo tapar el sol con un dedo?

Hasta la llegada de Vicente Fox, procaz diseñador del águila mocha, la celebración del 20 de noviembre había sido el festejo al que se aferraba el antiguo partido oficial para justificar la esquizofrenia de su nombre: revolucionario e institucional: un subterfugio que servía además para ocultar su ausencia de ideología. Después, en su primer discurso revolucionario, un flamante secretario de Gobernación panista, Fernando Gómez Mont, habría de banalizar la efeméride convirtiéndola en el día de la guerra contra el narcotráfico, que representa en cierto modo la revolución personal emprendida por Felipe Calderón. Las páginas de gloria (un título de telenovela) inspiraron además un cartón de Ahumada que lo decía todo (La Jornada, 08/01/10): aparecía una mano que empuñaba una elegante estilográfica y escribía una lista interminable de cosas por hacer: “aumento al diesel, a la tortilla, al frijol, al gas…” ¿Ésos serán los adornos de la celebración? ¿Vale la pena festejar que a 200 años de la Independencia, y 100 de la Revolución, los poderes fácticos que controlan nuestro peculiar sistema democrático se jacten de conocer en 2010 qué partido va a ganar en 2012, y conozcan además el nombre del nuevo presidente?

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