La pregunta es si las alianzas electorales con otros partidos ajenos al campo ideológico de la izquierda son viables cuando se afirma que el Estado, la economía y los medios están dominados y dirigidos por una reducida oligarquía que también detenta el poder político valiéndose por igual del Revolucionario Institucional que del Partido Acción Nacional. ¿Es legítimo aliarse a uno de ellos bajo ciertas condiciones para frenar al otro?
Hasta ahora la respuesta ha sido negativa, pues al subrayarse el arreglo esencial entre ambas formaciones, la aceptación de los acuerdos electorales, incluso en las elecciones locales, se convierte en un elemento distorsionador del papel que cada partido juega (o se atribuye) en el ámbito nacional, dándole credibilidad a la imagen pública de tolerancia de la pequeña minoría que es responsable de la terrible situación de México.
Esta caracterización, sin embargo, tiene algunos problemas, pues al subrayar como primordial la identidad de intereses entre el PRI y el PAN, sin hacer un análisis sistemático de lo que son y representan dichas fuerzas en el contexto de la sociedad y la historia mexicana, podría inducirse la falsa creencia de que la naturaleza y el funcionamiento del régimen, las formas políticas institucionales son irrelevantes, pues a la hora de proteger sus intereses la minoría dominante, agazapada en las instituciones, la economía y, en general, tras los aparatos ideológicos y los partidos, puede echar mano a voluntad de varias opciones, vengan del viejo monopartidismo autoritario o del bipartidismo en ciernes.
Pero no es tan fácil, pues no todos en la izquierda piensan que las cosas debieran ser de ese modo y actúan conforme a otras consideraciones tácticas
. Buscan a cualquier precio el diálogo
, como si la moderación en política fuera una variable independiente de la visión estratégica, de los fines y objetivos que se pretenden alcanzar. Sin embargo, nada explica la razón por la cual –lo mismo en el PRD que en otros partidos como el PT y Convergencia– los que no ven con malos ojos la búsqueda de una alternativa en este asunto no han dado la batalla ideológica y política para marcar con transparencia el terreno de las alianzas posibles, sin traicionarse a sí mismos, afinando la crítica, sin renunciar a los principios, pero evitando la inevitable confusión a la que remiten las excepciones tácticas
surgidas en varios estados bajo la inspiración del llamado pragmatismo
, enfermedad de vieja data y muy contagiosa en la historia del perredismo.
¿Cómo se puede justificar sin mayor examen la alianza entre el PRD y el PAN en Oaxaca con los representantes del gobierno ilegítimo
, cuando la derecha pone como condición que no se postulen candidatos lópezobradoristas
, apostando a la división del PRD o a presentarlo, una vez más, como inflexible e intolerante si no se pliega a sus deseos?
¿Cómo se explica siquiera la pretensión de airear –sin respeto hacia las consideraciones éticas más elementales– la candidatura de Lino Korrodi, el estratega del fraude cometido por Fox para ganar la Presidencia con dinero sucio? ¿O el intento de caminar junto con el PRI en Zacatecas ante la incapacidad de las fuerzas progresistas para arribar a un acuerdo lógico que les aseguraría el triunfo?
¿Se ha olvidado hasta qué punto la pugna entre izquierda y derecha marca el presente y, por tanto, el futuro de México? ¿A qué vienen los intentos de deslavar los límites de una crisis, cuyo desenlace aún no está resuelto?
Aunque Jesús Ortega declare que la alianza con el PAN permitirá en Oaxaca –y en otras entidades– ampliar y consolidar las libertades políticas y la democracia; consolidar gobiernos que reflejen pluralidad, así como gobiernos que garanticen el bienestar de la ciudadanía
, a la vista está que se trata sólo de un buen deseo, pues en el plano federal el panismo no ha hecho nada de eso ni parece dispuesto a rectificar, como se ha encargado de machacarlo el jefe del PAN. Tampoco la declaración de Andrés Manuel López Obrador en contra de las alianzas frenará automáticamente los acuerdos de conveniencia de hecho con el PRI en unos casos, con el panismo en otros.
Y es que la política de alianzas de la izquierda en general está corroída por sus contradicciones internas, por la falta de candidatos, por el hambre de votos, por la anemia de propuestas y la debilidad organizativa, que mezclados integran un coctel bastante tóxico. ¿Cuál es la prioridad en todo esto, la consolidación de una corriente política nacional definida por sus objetivos programáticos o el crecimiento circunstancial de la fuerza prestada por un candidato popular
con cierto arrastre electoral?
En todo caso, no es igual postular a una personalidad ciudadana
, apoyada por una pluralidad de fuerzas que aliarse al partido del gobierno para derrotar al tercero en discordia, olvidándose de las diferencias que en el plano nacional trascienden las cuestiones de última hora en torno a las libertades individuales, el respeto al Estado laico, pues, en definitiva, la izquierda promueve (o debería) un proyecto nacional que incluye por definición la equidad social, la reducción de los privilegios, en fin, una ruta de reformas democráticas que permita superar la pobreza, elevar la calidad de vida, proteger el medio ambiente, la cultura y la dignidad de las personas.
¿Se discutirán estos temas antes de suscribir las alianzas?
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