1/22/2010

Mañana 22 de enero es el día oficial del Aniversario de Roe v. Wade.

Escribí algo que publiqué en el blog y les comparto.

ngm

El derecho al aborto y los roles de género

Blog: Poder, Cuerpo y Género

Tomado de: Memorias feministas

Por Nahomi Galindo-Malavé

Existen muchas y diversas razones para defender el derecho al aborto. Algunas personas defienden el derecho al aborto como asunto de salud pública, pues cuando está criminalizado, el aborto no deja de existir; por el contrario, a menudo ocurre con mayor frecuencia y se realiza bajo condiciones precarias, poniendo en riesgo la salud de las mujeres. Otras defienden el derecho al aborto como un asunto de derechos humanos, que abarca derechos tan diversos como el derecho a la integridad física, la libertad de decidir y el propio derecho a la vida, pues miles de mujeres la pierden anualmente al procurar abortos ilegales bajo condiciones precarias.

Todos los argumentos para defender el derecho al aborto son importantes, e incluso pueden articularse entre sí. No obstante, en el Aniversario #37 de Roe v. Wade, me parece que es apremiante para quienes defendemos este derecho entender, ¿Porqué es problema para los fundamentalistas, entre otros, que una mujer termine su embarazo? ¿Porqué se proyecta como monstruos a las mujeres que deciden terminar sus embarazos? Son múltiples los factores, pero el principal resulta ser los roles sociales construidos históricamente y culturalmente para las mujeres, y la inequidad en el poder sobre el cuerpo que se le ha asignado a cada género. Se trata, pues, de una relación de poder sobre el cuerpo de las mujeres, la cual se ha desplegado a través de la historia. Cuando una mujer decide abortar, o defiende el derecho aborto, los roles de género son transgredidos.

A pesar de las limitaciones que ocasionalmente tiene el marco teórico de Michel Foucault – pues sus análisis no incluyen perspectiva ni de clase ni de género – este provee una herramienta útil para analizar la transgresión, que se puede extender a la transgresión de los roles de género. Según Foucault, la transgresión "es un gesto que concierne al límite; es allí, en la delgadez de la línea, donde se manifiesta el relámpago de su paso, pero quizás también su trayectoria total, su origen mismo. La raya que ella cruza podría ser efectivamente todo su espacio. El juego de los límites y de la transgresión parece estar regido por una sencilla obstinación: la transgresión salta y no deja de volver a empezar otra vez a saltar por encima de una línea que de inmediato, tras ella, se cierra en una ola de escasa memoria, retrocediendo así de nuevo hasta el horizonte de lo infranqueable. Pero este juego pone en juego muchos otros elementos más; los sitúa dentro de una incertidumbre, dentro de certidumbres de inmediato invertidas, donde el pensamiento se tranca rápidamente por querer captarlos". Además, según Foucault, la transgresión no es al límite como el negro es al blanco, lo prohibido a lo permitido, lo exterior a lo interior, lo excluido al espacio protegido del resguardo. Para entender la transgresión hay que desprenderla de sus sospechosos parentescos con la ética. Liberarla de lo que está animado por la potencia de lo negativo. [1]

Resulta interesante que cuando la relación de poder sobre los cuerpos de las mujeres no es muy exitosa, o existe la posibilidad de no lograrse ese éxito, el cuerpo de las mujeres ha sido negociado, por los hombres en poder. Un ejemplo de ello resulta ser Nicaragua. Este país pasó por el proceso de la Revolución Sandinista (1979-1990), en el cual muchas mujeres participaron. Durante ese proceso, se logró descriminalizar el aborto. Sin embargo, el actual Presidente Daniel Ortega, quien había sido dirigente revolucionario, usó el cuerpo de la mujeres como ficha de negociación para regresar al poder. Transó con sectores fundamentalistas, particularmente de la Iglesia Católica, y tras resultar electo en el 2006, volvió a criminalizar el aborto en Nicaragua. Actualmente algunas mujeres en Nicaragua transgreden la ley. Ante esto, las nicaragüenses son perseguidas y castigadas por tomar la decisión de terminar su embarazo.

En Puerto Rico el aborto fue criminalizado hasta 1973. A pesar de ello, muchas mujeres transgredían la ley en Puerto Rico, recurriendo a esta práctica porque no existían otros métodos eficaces y accesibles para limitar el número de nacimientos.[2] El Código Penal de 1902, aunque no eliminó el aborto como delito, permitió excepciones a la prohibición total que había existido hasta entonces.[3] En el 1937 se revisó el Código Penal; sin embargo, no se alteró ninguna disposición sobre el aborto.[4] Hubo dos formas a través de las cuales se respondía a la demanda para obtener abortos. Una de ellas eran las clínicas privadas, las cuales resultaban innaccesibles para la mayoría de las puertorriqueñas. La otra, que era más frecuente entre mujeres pobres y de menos recursos,[5] era a través de comadronas y enfermeras. En la década de 1930, la quinina – que se usaba para tratar la malaria y la proveían los programas de salud pública – también era usada como abortivo.

De hecho, ante las grandes limitaciones de acceso a las clínicas privadas, las mujeres se sometían a abortos clandestinos de todo tipo, a pesar de los riesgos y complicaciones por las pésimas condiciones de salubridad.[6] Este problema llegó a ser relatado por los médicos de hospitales públicos que atendieron mujeres desagrándose y con fiebres altas, a causa de abortos realizados en condiciones precarias sin el equipo ni las destrazas necesarias para enfrentarse a posibles complicaciones y emergencias.[7] A pesar de que la mortalidad materna en general había descendido, la mortalidad por hemorragias aumentó entre las décadas de 1920 y 1940.1 Entre las décadas de 1940 y 1960 se establecieron los programas del control de natalidad y se propició la no intervención estatal con relación al aborto.[8] Sin embargo, aunque a un nivel menor que en décadas anteriores, no dejó de criminalizarse el aborto hasta 1973, cuando se emitió la determinación del Tribunal Supremo de los Estados Unidos en el caso Roe v. Wade. [9]

A pesar del avance que significó esa decisión, cabe destacar que las mujeres que ejercen el derecho al aborto continúan siendo trangresoras, no ya de la ley, sino del rol de madre impuesto por la sociedad a todas las mujeres. Todavía muchas mujeres piensan que el aborto no es legal en Puerto Rico. El gobierno a través de los años no ha asumido la responsabilidad de que educar sobre sexualidad responsable, prevención de enfermedades venéreas ni prevención de embarazos. Peor aún, lo que predominó en los últimos años fue la campaña peligrosa y mediocre de la abstención. Dicha campaña diseminaba desinformación y no ayudó a prevenir embarazos no deseados, ni en Estados Unidos, ni en Puerto Rico. El resultado de toda esta trayectoria es que hoy en día, a pesar de que el aborto es legal, en una sociedad machista y con el resurgir fundamentalista, realizarse un aborto no es algo fácil. Ser activista en defensa del derecho al aborto tampoco.

La experiencia de la maternidad varía de mujer en mujer. Defender el derecho al aborto no significa obligar a las mujeres a realizárselo; por el contrario, implica que las mujeres que lo necesiten tengan la libertad de elegir sin ser perseguidas ni exponerse a morir en el proceso. Por eso es importante recordar un lema feminista que dice: "Imagina que te prohibieran parir. Ahora imagina que te obligaran". En esta frase invita a reflexionar sobre cuán macabro es ejercer el poder sobre el cuerpo de la mujer sin incluirla en la decisión.

El poder de decidir sobre el cuerpo y sobre la salud es un derecho que deben tener todas las mujeres, incluyendo el derecho al aborto. Cuando se habla públicamente del derecho al aborto se pide que aquella mujer que lo necesite tenga acceso gratuito, seguro y salubre a él, y que no se le criminalice por ejercerlo. De la mano con el derecho al aborto, reclamamos una educación sexual responsable que incluya formas de prevención de embarazos que no se limiten a la desastrosa campaña por la abstinencia.

Si aspiramos a una transformación social, sin duda alguna debe incluir la transformación política y económica. No obstante, como demuestra el ejemplo de Nicaragua, todo avance de las mujeres será negociable si no transformamos el problema desde su raíz. Si aspiramos a una verdadera transformación social que sea radical, esta debe incluir transformar las relaciones de género de nuestra cultura. Parafreasando a Emma Goldman, si tu revolución no incluye el poder de decidir sobre mi propio cuerpo, no me interesa.

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Referencias:[1] Michel Foucault, "Prefacio a la transgresión", en De lenguaje y literatura, Paidós Barcelona, 1996.[2] Alice Colón, Ana Luisa Dávila, María Dolores Fernós & Esther Vicente, Políticas, visiones y voces en torno al aborto en Puerto Rico, Centro de Investigaciones Sociales, Universidad de Puerto Rico, 1999, p. 76.[3] Ibid.[4] Alice Colón, Ana Luisa Dávila, María Dolores Fernós & Esther Vicente, 1999, p. 78. Ver también: Ana Irma Rivera Lassen & Elizabeth Crespo Kebler, Documentos del feminismo en Puerto Rico: Facsimiles de la historia, Volumen 1, 1970-1979, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2001, p. 231.[5] (6) (7) Ibid,[8] Alice Colón, Ana Luisa Dávila, María Dolores Fernós & Esther Vicente, 1999, p. 79.[9] Ibid.,[10] Alice Colón, Ana Luisa Dávila, María Dolores Fernós & Esther Vicente, 1999, p. 84.--

"Obedecer a ciegas, deja ciego"
- Mario Benedetti

http://galindomalave.com
Nahomi Galindo-Malavé
Estudiante de Programa Graduado
Departamento de Historia
Universidad de Puerto Rico

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