1/19/2010

Ricardo Robles y la interculturalidad radical
Magdalena Gómez

Ados semanas del fallecimiento de Ricardo Robles, nuestro querido Ronco, compartiré algunas reflexiones sobre lo que a mi juicio entraña el significado y valía de su experiencia de varias décadas de vida con los rarámuris. Es un acto de justicia visibilizarlo y no se trata de colocarse en una lógica de valoraciones subjetivas emanadas sólo del afecto.

Habría que señalar que El Ronco fue un jesuita que supo mantener su misión como tal y a la vez se mostró dispuesto a reconocer y asumir en los rarámuris una cultura y valores que habría que respetar. Para ello hubo de transformarse de evangelizador en evangelizado. Asumió con gran convicción al Dios de los rarámuris y la relación que con él tiene la cosmovisión del pueblo. En uno de sus artículos, en los cuales siempre buscaba colocar la voz rarámuri antes que la propia, relató: “Vino a saludar un amigo rarámuri que vive lejos, a ocho horas de mi pueblo cuando menos. Sus principales preocupaciones eran en torno al turismo. Llega un funcionario de Chihuahua y sin más, sin invitar, sin consultar, cita a la gente para que bailen matachines ante otros funcionarios mayores. Él, que es autoridad en su región, reclama por ello, explica que las danzas son sólo para el Dios, que no son para divertir gente, que son como rezar y que no se debe rezar a los turistas; busca dialogar y recibe una reprimenda. ‘Ustedes están atrasados porque no quieren el progreso’, le espetan para ignorarlo luego. Quisieran vernos con un bote ahí en medio, bailando para que nos echen morralla, dijo mi amigo. Para los legisladores, al parecer, los indios deberían estar agradecidos porque bailando para el dios turismo podrán recoger limosnas del suelo. Esta visión racista es tan omnipresente que denota una política de Estado” (Para que no existan, La Jornada, 29 de octubre de 2008).

Un parteaguas en la trayectoria del Ronco fueron los diálogos en San Andrés, donde el EZLN reconoció su capacidad para propiciar entendimientos y su sensibilidad para colocar en el centro las demandas de los pueblos indígenas. Este hecho siempre le generó asombro, pues su sencillez y modestia le llevaban a suponer que su experiencia era algo muy simple.

Pero, como todo en él, ésta no fue una tarea que lo llevara a capitalizar personalmente su influencia en el zapatismo, sino que le permitió comprender y asumir que era el momento de servir de puente para que los rarámuris se relacionaran con los otros pueblos, con sus luchas, con sus sueños.

Antes de 1995 varios pueblos indígenas en el país no sabían de la existencia de los otros. El rarámuri en especial ha sido un pueblo que por su ubicación territorial había permanecido más aislado. El Ronco, con su participación en el Congreso Nacional Indígena junto con otros rarámuris, empezó a nutrir su revista Kwira, misma que fundó y dirigía desde 1985, con análisis, información y demandas de los diversos movimientos.

Practicante así de una interculturalidad que entraña involucrarse con y en la cultura del otro, más allá de las retóricas oficiales que por estos años se han instaurado para sustituir con ellas el sentido profundo de la libre determinación.

Para vivir y convivir con los rarámuris y hacer suyos los agravios que históricamente han recibido, así como asumir la misión de defenderlos a toda costa, El Ronco se apoyó en su vertiente humanista. Felipe Ruiz, coordinador de la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos, recordó una frase muy característica en él: había que luchar por la creación de un mundo nuevo donde las personas aprendieran a ser gente, gente, gente (Oserí). Con esta reiteración mostraba su oposición a la barbarie que significa la imposición y atropello de una cultura sobre otra. Se cuidó de no incurrir en el apoyo paternalista o en el reduccionismo de la cultura al folclor y ubicaba con precisión el papel activo del Estado en contra de los rarámuris.

Después de la masacre de Creel, en 2008, escribió uno de sus artículos más valientes, donde relató cómo para los rarámuris “la conquista del narco es la misma” (La Jornada, 4 de septiembre de 2008). Muy recientemente señaló: Como suele concebirse en las cosmovisiones indígenas, el bien y el mal son siempre ineludibles en la historia humana y van tejiéndose perpetuamente en una trama paradójica, injusta y admirable por lo que hay de muerte y hay de vida, por lo que hay de crueldades y cariños, de ultrajes y de amores. Sobra decir así, que en este número, descuellan las humildes e invencibles dignidades indias y destacan también los jactanciosos abusos del poder(Presentación de Kwira, No. 99).

Sobre el fallecimiento del Ronco la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús dio cuenta de una cronología de vida y anexó comentarios de otros (Circular 03-2010) sin decir nada sobre el significado para la Compañía de la labor de uno de sus más destacados integrantes. En tanto, los rarámuris despidieron al Ronco danzando, como hacen con los suyos.

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