Si la dependencia de la economía mexicana con respecto a la de Estados Unidos es un hecho fehaciente y ampliamente aceptado por todos, habría entonces que tomarla mucho más en serio y ser activos en función de ella. No es una fatalidad, ni es el destino, ya sea cuando aquella crece o no. Es una cuestión eminentemente práctica.
Esa perspectiva pragmática no se puede escapar ahora y hay que tomar nota de lo avisado por Obama, pues las cosas no van a ser iguales. Pero el mismo día 27 el gobernador del Banco de México presentó el Informe sobre la inflación de octubre a diciembre de 2009 y el Programa Monetario para 2010.
El análisis y las perspectivas que ofreció están sustentadas en una ortodoxia irremediable, la misma que ha marcado el carácter de la política económica, en especial en el entorno de crisis prevaleciente.
Se parte de una sabiduría convencional que está cuestionada a fondo. Atiende a los indicadores más usuales y con la misma visión fatal de la dependencia. Vaya, la veladora puesta en que allá se arregle la situación y se genere crecimiento, aunque sea poco.
Dada la gran influencia del gobernador Carstens es presumible que lo mismo ocurra en las secretarías de Hacienda y Economía; cuando menos no hay ninguna evidencia o señal en contrario.
La política, que de eso es lo que se trata, no es estática, y esta crisis es distinta a lo que están acostumbrados nuestros funcionarios; sus repercusiones en la gestión de los asuntos públicos y en el modo de pensamiento son más grandes de lo que se advierte todavía. Están a la zaga.
Obama tiene fuerte presión política y dio cabal cuenta de ella al admitir la pobre aceptación pública de su administración. Así que ofreció un plan bastante pragmático en el Congreso, al que también condenó por su ineficacia.
Primero y sobre todo está el énfasis en el empleo. La pérdida de puestos de trabajo ha sido enorme y aún no termina. Para recuperarlos aludió a los efectos de contención que ha tenido el Acta de Recuperación o Plan de Estímulo, y demandó que ahí esté el enfoque primordial en 2010.
Dijo que el verdadero motor de la creación de empleos serán los American businesses, con énfasis en los pequeños negocios. La preferencia por los trabajos para los estadunidenses parece que no será sólo un tema de discurso. La verdad es que no queda de otra, sea por convicción o conveniencia.
Se abandona de tajo la idea de que el mercado de trabajo se ajusta de modo automático a partir de las variaciones de los precios y las cantidades, y en un entorno de abierta competencia con el exterior. Se propone, pues, una versión de proteccionismo que no queda velada, y que se complementa con el fomento de las exportaciones. Se fijó la meta de duplicarlas en los próximos cinco años con una Iniciativa Nacional de Exportaciones con ayudas a granjeros y pequeñas empresas.
Obama quiere impulsar un Estado que interviene de modo directo, movilizando recursos financieros para apoyar a los bancos comunitarios que prestan a los negocios pequeños para sacarlos de las restricciones del crédito de los grandes bancos. Además, se les otorgarán beneficios fiscales y se eliminarán los impuestos sobre ganancias de capital.
Quiere exportar productos, no empleos. La vieja postura de Ross Perot en la época en que se iniciaba el asunto del TLCAN. Habló de participar activamente en establecer acuerdos comerciales, pero imponiendo reglas en el marco de la Ronda de Doha y la OMC. Señaló el refuerzo de las relaciones de intercambio con Corea, Panamá y Colombia. Todo ello es más competencia para México.
El modelo de crecimiento apocado, distorsionado y con gran desigualdad de la economía mexicana impuesto a mediados de la década de 1990 ya está agotado y esta crisis le va a dar la puntilla. Será más difícil mantener la exportación de trabajadores a Estados Unidos, que fue la válvula de escape social; será más difícil exportar manufacturas a ese mercado, será más aguda la competencia.
Pragmáticamente hay que sacar la credencial del TLCAN y aprovechar todas las ventajas con pactos claros y exigibles. Embonar la dinámica económica interna a los ajustes propuestos por Obama, y buscar otras alternativas complementarias. Quitarse de encima la ortodoxia monetaria del banco central y redefinir la política fiscal. Promover la actividad económica con enfoques claros y medidas efectivas para producir, financiar y emplear a la gente. Todo esto se llama crear riqueza y de manera obsesiva.
Eso es darle la vuelta al marasmo del gobierno y expulsar esa visión que cumplió lo que predijo Ángel Gurría luego de las reformas salinistas, cuando dijo que durarían 20 años. Tuvo razón, pero no pueden los de ahora volver a sumir al país en otras dos décadas de estancamiento. ¡Ya no estamos en Kansas!
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