Miguel Carbonell
La Constitución extraviada
Hoy se cumplen 93 años de que fue publicada la Constitución. El país es muy diferente al que era en 1917, cuando sólo tenía 15 millones de habitantes y las comunicaciones entre ciudades eran precarias. Gobernaba Carranza, intentando hacer frente a los caciques regionales que imponían su propia ley.
Se podría pensar que en 93 años el aprecio por la Constitución debería haber aumentado. Pero no es así.
Tenemos la Constitución más anticuada y más reformada de América Latina. Desde el sexenio de De la Madrid se han modificado 287 artículos (muchos han sido alterados más de una vez; por eso es que el número es superior al total de artículos). Desde 1982 se han publicado 90 decretos de reforma, es decir, una casi cada cuatro meses durante 28 años seguidos. En los tres años de Calderón como Presidente se han publicado 21 decretos de reforma, es decir uno cada 51 días. El ritmo de la locomotora constitucional se ha incrementado en los años recientes y no parece haber nada que la pueda detener a corto plazo.
Lo que hoy día sea la Constitución nadie lo sabe. No responde en modo alguno a ningún tipo de modelo, no está articulado ningún proyecto ni se vislumbra ningún tipo de discurso coherente. Es una acumulación errática de cambios en todas direcciones. Contiene tanto un proyecto modernizador como las bases que hicieron posible un régimen autoritario dominado por un partido hegemónico-pragmático. Es todo y nada a la vez. Todos quieren dejar su huella personal en ella, proponiendo una reformas tras otra, pero nadie se ha tomado en serio sus alcances y sus significados.
Hay quienes, desde la más absoluta ignorancia, prefieren manipularla antes que leerla. Eso hacen quienes encuentran significados inexistentes en la Constitución. Por ejemplo cuando le hacen decir a la Constitución que están prohibidos los matrimonios entre personas del mismo sexo, un tema que en modo alguno está regulado. La manipulación sirve sobre todo para hacer avanzar una agenda claramente ideológica, no jurídica y menos constitucional.
Las violaciones constitucionales se multiplican, pero nadie parece sentirse concernido. Los derechos fundamentales se hacen trizas todos los días en distintos frentes de batalla: torturas, desapariciones forzadas, negligencias médicas, discriminación, financiamiento ilegal de campañas, amenazas a la libertad de expresión, extorsiones, matanzas en reclusorios, pobreza, etc. La división de poderes es una quimera en el feudo de muchos gobernadores, por no hablar ahora del caciquismo a nivel municipal.
¿Alguien responde por esas violaciones? Todos parecen mirar hacia otro lado cuando se trata de exigir responsabilidades. En casos extremos se eligen chivos expiatorios, casi siempre del último escalón burocrático y se les sanciona como una forma de acallar a la opinión pública. Nada más.
El compromiso con la Constitución es tan precario que ni siquiera el Congreso de la Unión que aprueba las reformas está dispuesto a aplicarla. Llevan años de retraso las legislaciones que desarrollen aspectos tan importantes como la justicia para adolescentes, el derecho de réplica, la regulación en materia de transparencia, el desarrollo legislativo de la importantísima reforma penal, etc. La indolencia demuestra algo más que mera pasividad: un abierto desdén por el texto de la Carta Magna. No hay ningún partido que se haya atrevido a poner como tema único de su plataforma de campaña el cumplir con la Constitución. Así de simple y así de alejado de las prioridades de los políticos.
Por eso creo que tenemos pocas cosas que celebrar este 5 de febrero. La Constitución cumple años, en efecto. Pero casi nadie parece querer acordarse. Se va pareciendo cada vez más a un esqueleto en el clóset. Y no saldrá de ahí mientras la ciudadanía no decida sacarla y blandirla como instrumento de deslegitimación permanente de gobiernos y oposiciones. Cuando por fin decidamos tomar en serio la Constitución es cuando estaremos dando los primeros pasos hacia el México del mañana. Ojalá no tardemos mucho. Podríamos llegar demasiado tarde si lo hacemos.
Se podría pensar que en 93 años el aprecio por la Constitución debería haber aumentado. Pero no es así.
Tenemos la Constitución más anticuada y más reformada de América Latina. Desde el sexenio de De la Madrid se han modificado 287 artículos (muchos han sido alterados más de una vez; por eso es que el número es superior al total de artículos). Desde 1982 se han publicado 90 decretos de reforma, es decir, una casi cada cuatro meses durante 28 años seguidos. En los tres años de Calderón como Presidente se han publicado 21 decretos de reforma, es decir uno cada 51 días. El ritmo de la locomotora constitucional se ha incrementado en los años recientes y no parece haber nada que la pueda detener a corto plazo.
Lo que hoy día sea la Constitución nadie lo sabe. No responde en modo alguno a ningún tipo de modelo, no está articulado ningún proyecto ni se vislumbra ningún tipo de discurso coherente. Es una acumulación errática de cambios en todas direcciones. Contiene tanto un proyecto modernizador como las bases que hicieron posible un régimen autoritario dominado por un partido hegemónico-pragmático. Es todo y nada a la vez. Todos quieren dejar su huella personal en ella, proponiendo una reformas tras otra, pero nadie se ha tomado en serio sus alcances y sus significados.
Hay quienes, desde la más absoluta ignorancia, prefieren manipularla antes que leerla. Eso hacen quienes encuentran significados inexistentes en la Constitución. Por ejemplo cuando le hacen decir a la Constitución que están prohibidos los matrimonios entre personas del mismo sexo, un tema que en modo alguno está regulado. La manipulación sirve sobre todo para hacer avanzar una agenda claramente ideológica, no jurídica y menos constitucional.
Las violaciones constitucionales se multiplican, pero nadie parece sentirse concernido. Los derechos fundamentales se hacen trizas todos los días en distintos frentes de batalla: torturas, desapariciones forzadas, negligencias médicas, discriminación, financiamiento ilegal de campañas, amenazas a la libertad de expresión, extorsiones, matanzas en reclusorios, pobreza, etc. La división de poderes es una quimera en el feudo de muchos gobernadores, por no hablar ahora del caciquismo a nivel municipal.
¿Alguien responde por esas violaciones? Todos parecen mirar hacia otro lado cuando se trata de exigir responsabilidades. En casos extremos se eligen chivos expiatorios, casi siempre del último escalón burocrático y se les sanciona como una forma de acallar a la opinión pública. Nada más.
El compromiso con la Constitución es tan precario que ni siquiera el Congreso de la Unión que aprueba las reformas está dispuesto a aplicarla. Llevan años de retraso las legislaciones que desarrollen aspectos tan importantes como la justicia para adolescentes, el derecho de réplica, la regulación en materia de transparencia, el desarrollo legislativo de la importantísima reforma penal, etc. La indolencia demuestra algo más que mera pasividad: un abierto desdén por el texto de la Carta Magna. No hay ningún partido que se haya atrevido a poner como tema único de su plataforma de campaña el cumplir con la Constitución. Así de simple y así de alejado de las prioridades de los políticos.
Por eso creo que tenemos pocas cosas que celebrar este 5 de febrero. La Constitución cumple años, en efecto. Pero casi nadie parece querer acordarse. Se va pareciendo cada vez más a un esqueleto en el clóset. Y no saldrá de ahí mientras la ciudadanía no decida sacarla y blandirla como instrumento de deslegitimación permanente de gobiernos y oposiciones. Cuando por fin decidamos tomar en serio la Constitución es cuando estaremos dando los primeros pasos hacia el México del mañana. Ojalá no tardemos mucho. Podríamos llegar demasiado tarde si lo hacemos.
www.miguelcarbonell.com
twitter: miguelcarbonell
Investigador del IIJ-UNAM
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