María Teresa Priego
Güeras y prietas
Prieta es una palabra herida. Güera también. Tan heridas las palabras, como las identidades que nombran. Desde el mestizaje no hay güerez sin prieteidad, ni prietez sin güereidad. “¿Cómo se habla desde la piel? Mi intención con este libro es paradójica: abrir una herida que no ha cerrado. ¿Cómo se abre una incisión expuesta?”, escribió Marisa Belausteguigoitia, en el libro: Güeras y prietas: género y raza en la construcción de nuevos mundos.
El libro surge de los coloquios organizados por el programa de Estudios de género de la UNAM. La mayoría son textos intimistas. Vivencias cotidianas del “colorímetro” (H. Moreno), narradas por mujeres de distintos colores de piel, clases sociales, posiciones políticas, orígenes regionales.
¿Cómo se transmiten en cada familia los significados asociados al color de la piel? ¿Cómo sucede que casi cada familia está atravesada, no por lo que podría ser la diferencia natural y desjerarquizada del fenotipo, sino por el güerómetro y el prietómetro? Entre padres e hijos, entre hermanos, con un discurso organizado alrededor de la piel. Letrero del ideal imaginario de casi cada mexicano: “Acá no somos racistas”. Sólo que “hay que mejorar la raza”. “Las güeras son desneuronadas”. “Es bonita, lástima que es morenita”, o “No güera, tú-no puedes-ser-mexicana”.
El indecible que no para de decirse. Ser “la prietita rara” en una familia de güeros o “la güerita rara” en una familia de prietos. El mestizaje retóricamente reivindicado y tremendamente dolido. Sabemos de Malintzin y Cortés. Hablo de hoy, pasado mañana, de la capacidad de elegir un México distinto. Un más allá de la riña descalificadora, de ese narcisismo ultra que no tolera la alteridad, la más ruda de todas: la que traemos dentro.
“¿Cómo se abre una incisión expuesta?”. Negada justo porque está tan expuesta. Se convierte en velo de sí misma. La evidencia de un desgarramiento, trae inscrita su necesidad de negarlo. “No somos racistas”. ¿Cómo se llama eso que sí somos? “Los de EU son racistas con los mexicanos”. “Los franceses con los argelinos, los alemanes con los turcos”. Lo afirmamos, a veces, casi aliviados. Infinitamente más simple, en términos de economía emocional.
¿Cómo se soporta la herida abierta para irla sanando? “El vínculo social se define por condiciones inconscientes, del lado del sujeto, existe un sujeto inconsciente que tiene, como un Jano de dos cabezas, un ‘lado’ colectivo y un ‘lado’ individual”, Paul Assoun (El perjuicio y el ideal). Reconociendo que para que la herida sangre en lo colectivo, primero sangra en lo individual. No hay “inconsciente colectivo” que no sea suma de inconscientes individuales. Una persona, más otra, que no sabe muy bien qué hacer, con el conflicto de la identidad partida. Con su herida, que es histórica, pero también es íntima, y sangra a chorros o en gotitas con su carga de realidad e imaginarios y con las consecuencias que los imaginarios rotundos y negados, imprimen en la cotidianidad.
“¿Por qué un libro que fomente el análisis de las formas en que el color de la piel influye en nuestras vidas, en nuestras relaciones, en la manera en que nos comportamos y somos percibidas?”, Marisa. Nos es indispensable. No este libro aislado. Los más posibles. Teoricemos acerca del cuerpo. Siempre y cuando la teoría no termine arrebatándonos el cuerpo. Siempre y cuando la teoría no nos permita continuar colocando el racismo mexicano ordinario, en ese espacio otro, que sentimos tan engañosamente ajeno. Sin escondernos. Desde cada uno: “Hablo de mi piel, de los ‘decires’ del Gran Otro acerca de mi piel, de mis propios ‘decires’ acerca de la piel del otro”. Qué lejos estamos de la equidad en la diferencia. Qué cercanos estamos —cuando nombramos la piel— a esa tiranía que nadie podría imponernos desde arriba, si no nos sumáramos de una en uno a la dictadura del colorímetro.
N. Alarcón: “Si no reconocemos nuestras raíces no blancas, ya sean indígenas o africanas, sea cual sea su tamaño o lejanía, o si pensamos que la raíz con marcas de raza y corporeizada se ha dejado atrás o ha sido superada, no estaremos confrontando nuestra propia formación en el pensamiento y las prácticas racistas. En esta oscura economía de las taxonomías del mestizaje, los hombres y mujeres indígenas y africanos son parte de nuestra genealogía”.
El “Aguijón” de Elías Canetti: ese impulso, salto súbito con el cual ejecutamos sin reflexión, sin empatía, los mandatos introyectados. “Algo” desconocido para la consciencia se nos entierra en la piel y nos lleva a actuar de cierta forma: “soy güera, te ataco a ti prieta”. Y viceversa. Enterramos el aguijón. Reaccionar ante una herida antigua. Quien está enfrente, tal vez no tenga nada que ver con nuestra calidad de aguijoneados. No importa. Ante “el aguijón” cualquier resarcimiento es bueno, aunque sea injusto.
Como toda herramienta de rivalidad pantanosa, la diferencia en el color de la piel es una forma de imaginario poder. Cualquiera que sea el bando. Detenernos a preguntarnos si deseamos entrarle a esa fiesta dolorosa y confusa del narcisismo ultra, siempre desfalleciente, y en el caso de que estemos ya allí, si no nos parecería adecuado considerar nuestra salida inmediata. “¿Cómo se abre (al debate) una herida abierta?”.
Escritora
El libro surge de los coloquios organizados por el programa de Estudios de género de la UNAM. La mayoría son textos intimistas. Vivencias cotidianas del “colorímetro” (H. Moreno), narradas por mujeres de distintos colores de piel, clases sociales, posiciones políticas, orígenes regionales.
¿Cómo se transmiten en cada familia los significados asociados al color de la piel? ¿Cómo sucede que casi cada familia está atravesada, no por lo que podría ser la diferencia natural y desjerarquizada del fenotipo, sino por el güerómetro y el prietómetro? Entre padres e hijos, entre hermanos, con un discurso organizado alrededor de la piel. Letrero del ideal imaginario de casi cada mexicano: “Acá no somos racistas”. Sólo que “hay que mejorar la raza”. “Las güeras son desneuronadas”. “Es bonita, lástima que es morenita”, o “No güera, tú-no puedes-ser-mexicana”.
El indecible que no para de decirse. Ser “la prietita rara” en una familia de güeros o “la güerita rara” en una familia de prietos. El mestizaje retóricamente reivindicado y tremendamente dolido. Sabemos de Malintzin y Cortés. Hablo de hoy, pasado mañana, de la capacidad de elegir un México distinto. Un más allá de la riña descalificadora, de ese narcisismo ultra que no tolera la alteridad, la más ruda de todas: la que traemos dentro.
“¿Cómo se abre una incisión expuesta?”. Negada justo porque está tan expuesta. Se convierte en velo de sí misma. La evidencia de un desgarramiento, trae inscrita su necesidad de negarlo. “No somos racistas”. ¿Cómo se llama eso que sí somos? “Los de EU son racistas con los mexicanos”. “Los franceses con los argelinos, los alemanes con los turcos”. Lo afirmamos, a veces, casi aliviados. Infinitamente más simple, en términos de economía emocional.
¿Cómo se soporta la herida abierta para irla sanando? “El vínculo social se define por condiciones inconscientes, del lado del sujeto, existe un sujeto inconsciente que tiene, como un Jano de dos cabezas, un ‘lado’ colectivo y un ‘lado’ individual”, Paul Assoun (El perjuicio y el ideal). Reconociendo que para que la herida sangre en lo colectivo, primero sangra en lo individual. No hay “inconsciente colectivo” que no sea suma de inconscientes individuales. Una persona, más otra, que no sabe muy bien qué hacer, con el conflicto de la identidad partida. Con su herida, que es histórica, pero también es íntima, y sangra a chorros o en gotitas con su carga de realidad e imaginarios y con las consecuencias que los imaginarios rotundos y negados, imprimen en la cotidianidad.
“¿Por qué un libro que fomente el análisis de las formas en que el color de la piel influye en nuestras vidas, en nuestras relaciones, en la manera en que nos comportamos y somos percibidas?”, Marisa. Nos es indispensable. No este libro aislado. Los más posibles. Teoricemos acerca del cuerpo. Siempre y cuando la teoría no termine arrebatándonos el cuerpo. Siempre y cuando la teoría no nos permita continuar colocando el racismo mexicano ordinario, en ese espacio otro, que sentimos tan engañosamente ajeno. Sin escondernos. Desde cada uno: “Hablo de mi piel, de los ‘decires’ del Gran Otro acerca de mi piel, de mis propios ‘decires’ acerca de la piel del otro”. Qué lejos estamos de la equidad en la diferencia. Qué cercanos estamos —cuando nombramos la piel— a esa tiranía que nadie podría imponernos desde arriba, si no nos sumáramos de una en uno a la dictadura del colorímetro.
N. Alarcón: “Si no reconocemos nuestras raíces no blancas, ya sean indígenas o africanas, sea cual sea su tamaño o lejanía, o si pensamos que la raíz con marcas de raza y corporeizada se ha dejado atrás o ha sido superada, no estaremos confrontando nuestra propia formación en el pensamiento y las prácticas racistas. En esta oscura economía de las taxonomías del mestizaje, los hombres y mujeres indígenas y africanos son parte de nuestra genealogía”.
El “Aguijón” de Elías Canetti: ese impulso, salto súbito con el cual ejecutamos sin reflexión, sin empatía, los mandatos introyectados. “Algo” desconocido para la consciencia se nos entierra en la piel y nos lleva a actuar de cierta forma: “soy güera, te ataco a ti prieta”. Y viceversa. Enterramos el aguijón. Reaccionar ante una herida antigua. Quien está enfrente, tal vez no tenga nada que ver con nuestra calidad de aguijoneados. No importa. Ante “el aguijón” cualquier resarcimiento es bueno, aunque sea injusto.
Como toda herramienta de rivalidad pantanosa, la diferencia en el color de la piel es una forma de imaginario poder. Cualquiera que sea el bando. Detenernos a preguntarnos si deseamos entrarle a esa fiesta dolorosa y confusa del narcisismo ultra, siempre desfalleciente, y en el caso de que estemos ya allí, si no nos parecería adecuado considerar nuestra salida inmediata. “¿Cómo se abre (al debate) una herida abierta?”.
Escritora
No hay comentarios.:
Publicar un comentario