México es un país dividido. Al comprobarlo, es casi imposible el reconocimiento del otro, el diferente a nosotros. Es muy difícil, entonces, la reconciliación con el otro, con el excluido de la justicia. Se abre, por tanto, una alternativa: la resistencia violenta o bien la búsqueda de un camino para lograr una posible reconciliación con el otro.
La división existe en toda la nación; en lo económico, entre los pobres y ricos, en lo cultural, entre los herederos de las pueblos originarias del país, entre el occidente moderno y las poblaciones indígenas, en lo internacional, entre países soberanos y estados más o menos dependientes.
¿Frente a esta situación se ofrece un remedio? Sólo hay uno: la resistencia organizada hasta lograr un fin. Porque, como dice el poeta: Caminante no hay camino, se hace camino al andar
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En nuestro caso específico, el primer paso del camino consistiría en la comprobación de la flagrante injusticia plenamente documentada cometida en San Salvador Atenco contra los derechos humanos, hace ya cuatro años. Está en manos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación tomar una decisión en favor de la justicia o bien aceptar la impunidad. Esperaremos su decisión.
Pero, en segundo lugar, cualquiera que fuere el fallo del tribunal regional, cabe esperar la decisión de justicia al nivel mismo de la nación. Si no se logra en este caso específico, ¿cómo alcanzarlo también en los niveles más altos en toda la nación?
Porque el caso de Atenco es sólo un ejemplo puntual de la injusticia flagrante que existe en todo el país. Ante ello sólo cabría una lucha organizada de resistencia. En el nivel regional, sin duda, ¿pero también en el nivel nacional o incluso internacional?
El ejemplo del zapatismo es un caso que, contra la injusticia existente, es posible aún una resistencia organizada contra la ilegalidad. Porque se puede, pese a todo, hacer camino al andar
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