Sara Sefchovich
Uno de los temas que más han interesado a los pensadores mexicanos, es el que se pregunta por una entidad así llamada, “el mexicano,” buscando comprender lo que constituye y define lo propio y específico de quienes han nacido en el territorio nacional.Este es un afán que se remonta al siglo XVII, cuando los españoles ya nacidos en la Nueva España hicieron por defender a su tierra de las acusaciones de salvajismo de que era objeto y adquirir una identidad. Luego, en la segunda mitad del XVIII, los pensadores y científicos de la época, particularmente Clavijero, hicieron de este esfuerzo una verdadera empresa intelectual.
En el XIX, a raíz de la Independencia, se enfrentaron el deseo de conservar las herencias españolas y su contrario, el deseo por diferenciarse de cualquier cosa que recordara el tiempo colonial. Esto último es lo que hicieron los liberales, quienes para lograr su objetivo tomaron la decisión de que lo que definía a los mexicanos eran los modos de vivir y de hablar de las clases populares. Y no sólo eso, también decidieron que “todos los mexicanos formamos una familia”.
La Revolución aterró a las “gentes decentes”, de modo que no sorprende que para los años 30 y 40 surgieran filósofos que aseguraban que el mexicano era un ser violento, oscuro y lleno de complejos, que “excede en el disimulo de sus pasiones —escribió Paz— no camina, se desliza; no propone, insinúa; no replica, rezonga”.Afirmaciones igualmente sombrías sobre lo que supuestamente es “el mexicano”, siguieron apareciendo desde entonces.
Miles de páginas escritas por novelistas y ensayistas, historiadores y antropólogos, sicólogos y sociólogos se han dedicado a estos asuntos: desde Gamio hasta O’Gorman, desde Bonfil hasta Bartra, desde Lomnitz hasta Tenorio Trillo, desde Basave hasta Castañeda. Este último, por ejemplo, se refirió a lo que considera “algunos de los rasgos más distintivos” del carácter nacional que en su opinión impiden acceder a lo que él llama “la modernidad plena”: el agudo individualismo, la renuencia al conflicto y el desprecio por la ley entre otros, y en un libro próximo a publicarse, César Cansino se refiere a “los aspectos en que se despliega nuestra mexicanidad”, entre los cuales destaca características como “estoicismo”, “incapacidad para la democracia” y “para la crítica”.Sin embargo, si uno mira alrededor, se encuentra con algo completamente distinto: con un país en el cual las personas se sienten con derechos, hablan en voz alta, se adelantan en la fila, reclaman, exigen, critican.
¿Dónde están entonces las características sombrías, los complejos, los miedos que se les asignan? Quién sabe. No los ve uno ni en los centros comerciales y vacacionales, ni en los cines u hospitales. Nadie parece ser lo que dicen los estudiosos de “el mexicano”.Lo mismo vale para la interpretación de México: si uno lee o escucha a los ilustrados, el mundo parece venirse abajo sin remedio, pero la gente común habla de “la era de la esperanza” y que “todas las dificultades se pueden superar.”
Y no son sólo los ricos los que así hablan, también las clases medias y los pobres.Cansino afirma que los cambios ocurridos en México en años recientes se deben a los ciudadanos y tiene razón. Sólo que en su opinión esos cambios tienen que ver con conseguir y completar la democracia y “lograr el orden deseado”. En cambio, cuando se les pregunta a las personas, no parecen identificarse con estos deseos. Lo que responden son asuntos menos trascendentes: “quisiera bajar de peso, tener un nuevo amor y ser tan feliz como hasta ahora lo he sido”. ¿Y la política? La despachan rápido: “Espero unas buenas elecciones, con candidatos óptimos”.Así que me parece que tendríamos que replantearnos nuestra manera de entender las cosas y dejar atrás esa búsqueda por “definir” a un supuesto ser mexicano, lo cual poco (o nada) tiene que ver con lo que sucede hoy en la sociedad.
En el XIX, a raíz de la Independencia, se enfrentaron el deseo de conservar las herencias españolas y su contrario, el deseo por diferenciarse de cualquier cosa que recordara el tiempo colonial. Esto último es lo que hicieron los liberales, quienes para lograr su objetivo tomaron la decisión de que lo que definía a los mexicanos eran los modos de vivir y de hablar de las clases populares. Y no sólo eso, también decidieron que “todos los mexicanos formamos una familia”.
La Revolución aterró a las “gentes decentes”, de modo que no sorprende que para los años 30 y 40 surgieran filósofos que aseguraban que el mexicano era un ser violento, oscuro y lleno de complejos, que “excede en el disimulo de sus pasiones —escribió Paz— no camina, se desliza; no propone, insinúa; no replica, rezonga”.Afirmaciones igualmente sombrías sobre lo que supuestamente es “el mexicano”, siguieron apareciendo desde entonces.
Miles de páginas escritas por novelistas y ensayistas, historiadores y antropólogos, sicólogos y sociólogos se han dedicado a estos asuntos: desde Gamio hasta O’Gorman, desde Bonfil hasta Bartra, desde Lomnitz hasta Tenorio Trillo, desde Basave hasta Castañeda. Este último, por ejemplo, se refirió a lo que considera “algunos de los rasgos más distintivos” del carácter nacional que en su opinión impiden acceder a lo que él llama “la modernidad plena”: el agudo individualismo, la renuencia al conflicto y el desprecio por la ley entre otros, y en un libro próximo a publicarse, César Cansino se refiere a “los aspectos en que se despliega nuestra mexicanidad”, entre los cuales destaca características como “estoicismo”, “incapacidad para la democracia” y “para la crítica”.Sin embargo, si uno mira alrededor, se encuentra con algo completamente distinto: con un país en el cual las personas se sienten con derechos, hablan en voz alta, se adelantan en la fila, reclaman, exigen, critican.
¿Dónde están entonces las características sombrías, los complejos, los miedos que se les asignan? Quién sabe. No los ve uno ni en los centros comerciales y vacacionales, ni en los cines u hospitales. Nadie parece ser lo que dicen los estudiosos de “el mexicano”.Lo mismo vale para la interpretación de México: si uno lee o escucha a los ilustrados, el mundo parece venirse abajo sin remedio, pero la gente común habla de “la era de la esperanza” y que “todas las dificultades se pueden superar.”
Y no son sólo los ricos los que así hablan, también las clases medias y los pobres.Cansino afirma que los cambios ocurridos en México en años recientes se deben a los ciudadanos y tiene razón. Sólo que en su opinión esos cambios tienen que ver con conseguir y completar la democracia y “lograr el orden deseado”. En cambio, cuando se les pregunta a las personas, no parecen identificarse con estos deseos. Lo que responden son asuntos menos trascendentes: “quisiera bajar de peso, tener un nuevo amor y ser tan feliz como hasta ahora lo he sido”. ¿Y la política? La despachan rápido: “Espero unas buenas elecciones, con candidatos óptimos”.Así que me parece que tendríamos que replantearnos nuestra manera de entender las cosas y dejar atrás esa búsqueda por “definir” a un supuesto ser mexicano, lo cual poco (o nada) tiene que ver con lo que sucede hoy en la sociedad.
Escritora e investigadora en la UNAM
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