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El
4 de febrero del año en curso, se dio a conocer por El Mostrador, parte
del trabajo que el Observatorio Contra el Acoso Callejero de la
Universidad de Chile, está realizando en torno a esta materia, bajo el
titular: “Sociólogos chilenos luchan contra el acoso callejero que
sufren las mujeres”[1] . En esta escueta columna, se abordan algunas
nociones respecto a los tipos de acoso que sufren las mujeres en
espacios públicos, los efectos psicológicos que estos les ocasionan,
algunos análisis someros en cuanto a las implicancias
politico-culturales de género y la necesidad de legislar en torno a
esta problemática; junto a algunos esbozos acerca de los avances de
investigación del centro y su trabajo publicitario en su página de
facebook.
Previo a esto, Chilevisión exhibió en su noticiero una
nota periodística para dar a conocer la propuesta del observatorio, que
en su versión online figura con el título: “La insólita campaña
pretende censurar los clásicos piropos callejeros”[2]. En ella, se
comenta en tono pseudo-jocoso acerca de la iniciativa, señalándola como
una campaña que surge de las redes sociales y que es seguida por “unas
7.000 fanáticas”, mencionando al observatorio y mostrando fragmentos de
entrevistas a sus profesionales, sin señalar su carácter investigativo
o procedencia. Por otro lado, la mayor parte de la nota se centra en la
opinión de mujeres acerca de cómo reaccionan frente al piropo, de
hombres acerca de si los efectúan y cuáles, mientras la cámara se aboca
a mostrar traseros de mujeres.
Como era de esperarse, estas
incursiones en los medios de comunicación, acerca de lo que parece ser
una propuesta de investigación seria, ha redundado en simplificaciones
y reforzamiento de estereotipos culturales que poco aportan a un debate
necesario e indefinidamente postergado, tanto por los mismos medios,
como por los distintos agentes que intervienen directamente en la
posibilidad concreta de su legislación. Más aún, ha levantado una serie
de reacciones desinformadas y motivadas principalmente por los mismos
viejos patrones culturales nocivos que promueve el patriarcado y que
caracteriza a nuestra sociedad machista. Pero, antes de tomar posición
y re-accionar, sería interesante repasar algunos antecedentes, hacernos
algunas preguntas y reflexionar en torno a un tema de tal envergadura,
sobre todo, en vistas de su posible entrada en el espacio de la
legislación.
1. Orientación de prácticas de género en Chile, en base a patrones culturales heredados del colonialismo.
Chile, como ex colonia del país de la contrarreforma católica, aún en
su hibridación cultural, expresa en sus lógicas anquilosadas como
imperativos del sentido común, aquellos “valores” impuestos desde su
herencia judeocristiana. En ellos, es posible distinguir entre la mujer
santa y la mujer puta [3] como aquellos prototipos escindidos por la
diferencia de comportamiento sexual, consistente en la negación
religiosa del placer femenino en virtud de la procreación, la fidelidad
y el abocamiento a las labores domésticas para el primer caso; y la
vida promiscua o “licenciosa” que se vuelca hacia diversos intereses
por fuera del hogar y la protección masculina, en el segundo. Ante los
cuales, el hombre encuentra el modo de circunscribir a cada mujer un
determinado rol al interior de la familia, las relaciones de
intercambio sexual y las jerarquizaciones morales al interior de la
sociedad como un todo, gozando a su vez de esta distinción, al poder
relacionarse con ambas de distinto modo, a decir, “la mujer para
casarse y la mujer para pasarlo bien”.
Por otra parte, esta
construcción social en base a distinción de roles por género, es
protegida, fomentada y consolidad por el Estado y sus instituciones,
que administran el cuerpo, la sexualidad, la reproducción y las
conductas generales de los individuos [4], mediante leyes y estatutos
basados en las lógicas patriarcales y de la “razón de Estado” [5]
Esta distinción implica de base una apropiación/cosificación del cuerpo
y la sexualidad de la mujer, que es administrada por un orden
patriarcal. Y es justamente ahí, en el cuerpo, donde se ejerce y
suministra la primera violencia de género. Así, el traspaso de la mujer
desde el seno familiar hacia el futuro marido, la exigencia de la
virginidad, las cláusulas de obediencia y exclusividad sexual en el
matrimonio, el valor fundamental de la maternidad, la discriminación
hacia la mujer en el trabajo y la vida pública, y la circunscripción en
la esfera del oikos, forman parte de una cara de la moneda de
esta violencia que, preponderantemente, lleva asociada la idea de
protección masculina y sumisión femenina. La otra cara, aquella que en
el presente adquiere connotaciones de corte delictivo, se expresa con
una serie de acciones violentas que también se ejercen en el cuerpo,
pero en el cuerpo de la mujer que queda fuera del círculo de protección
masculina, el cuerpo que como cosa administrada por el orden patriarcal
no se encuentra bajo la protección de un dueño.
De este modo,
toda forma de violación de la intimidad de ese cuerpo redunda en formas
más o menos aceptadas de su administración y en una distribución de
“culpas” en torno a los comportamientos por parte de la misma mujer que
“los provocaría”. Por lo tanto, en la cultura patriarcal el hombre
viola, mata, intimida, golpea, coacciona, insulta, menoscaba, anula y
agrede de múltiples formas a la mujer, pero lo hace, principalmente,
porque se considera con un cierto derecho y poder para hacerlo, que le
serían otorgados por una condición de superioridad inculcada
culturalmente, por las distintas instituciones que conforman su
desarrollo humano, partiendo por la familia; del mismo modo que la
mujer aprende a asumir un rol secundario respecto de este, participando
muchas veces en la justificación de la violencia de género ejercida
contra ella misma u otras mujeres, y a reproducir este tipo de orden
socialmente establecido en las nuevas generaciones.
Desde
esta perspectiva, nada raro resulta, que un hombre luego de matar a su
esposa, declare “la maté porque era mía” o que otro, luego de haber
violado a una transeúnte, justifique su acto con un “ella se lo buscó”
o “ella lo provocó”: Por andar sola, en determinado lugar, a
determinada hora o con determinada vestimenta. Predomina en el primer
razonamiento la idea de la mujer como cosa y como propiedad masculina,
y en el segundo, la noción de que dicha mujer debería haber estado en
su casa, cuidando a su familia y protegida por algún hombre, y que de
no hacerlo, se expone para ser tomada como objeto, como cosa, por
cualquier hombre a falta de un dueño que la reclame. Bajo esta lógica,
aquello que conocemos como “hacerse respetar”, es decir, la
subordinación que supone asumir los comportamientos asignados para el
género, es lo que marcaría la diferencia entre ser un objeto merecedor
de protección, o uno que queda a merced del deseo masculino en su
faceta más depredadora.
2. Construcción de la mujer como objeto del deseo masculino en la publicidad.
Si, bajo esta concepción secundarizada e inferiorizada de la mujer, la
distribución de roles se establece desde la primera infancia,
reforzando en las niñas su cosificación al enseñarles que sus
cualidades radican en la capacidad que ellas tengan de lucirse como
adornos, ensalzando su belleza, modales, laboriosidad doméstica y
conductas dependientes y mimadas, mientras que en los niños, se
refuerza su posición de dominio enseñándoles a mandar, incrementar su
creatividad, resolver problemas, administrar espacios de libertad y
competencia; la irrupción de la publicidad en la construcción de las
subjetividades agudiza el problema.
Por una parte, los
estereotipos de belleza y femineidad adquieren una consistencia
definitorias para la percepción del espectador, revistiendo de un
cierto halo de aprobación a las mujeres que se ajustan al canon, y de
fracaso a aquellas que se comportan y/o se presentan ante la vista del
sujeto masculino bajo otras características estéticas. De este modo,
aumenta exponencialmente para la generalidad de las mujeres, una
necesidad socialmente creada de transformarse a sí mismas, en busca de
dicha aprobación. La moda, el control del peso, el maquillaje, la
depilación, los tacones, las tinturas u otros elementos de
transformación hacia ese ideal, se masifican y se homogeneízan en su
uso, diluyendo su carácter de artificialidad, e invisivilizando los
nocivos efectos que en la autopercepción como sujetos, puedan tener las
propias mujeres.
Por otra, como motor del capitalismo y con
mayor fuerza bajo lógicas neoliberales, la publicidad se orienta a la
producción de nuevas e infinitas necesidades, y deseos de consumo. Bajo
esta premisa, adopta estratégicamente la creación de necesidades
orientadas a un público masculino, bajo la forma de una imbricación
entre un determinado producto y una mujer estereotipada, donde el
cuerpo de la mujer, finalmente es una cosa a obtener al igual que el
producto junto al cual esta mujer posa. Lo que constituye, un tipo de
violencia simbólica[6], que induce a la construcción de una
subjetividad masculina orientada a la autosatisfacción inmediata, el
éxito y la depredación, propios de un ideario del macho. Si a esto, se
agrega el incremento de una sobresexualización de los contenidos que se
promueven en los medios de comunicación y que modelan la cultura de
masas, los resultados no debieran causar sorpresa.
Para
justificar la agresión sexual hacia las mujeres, en sus distintas
formas, tanto hombres como mujeres, esgrimen argumentos que se enmarcan
en la crítica a los mismos comportamientos que han sido promovidos y
construidos socialmente, y que han quedado naturalizados como propios
de cada uno de los géneros: “Pero si andaba con un pantalón tan
apretado, anda buscando que le agarren el poto”, “Las escolares se
ponen las faldas del uniforme cada vez más cortas, ¿Que esperan? Los
hombres no son de fierro”, “Les gusta andar provocativas y después se
quejan de que les griten cosas en la calle”.
3. La tradición del piropo como parte de la cultura de la violación.
En Chile, cómo en muchos lugares del mundo, se ha establecido una
tradición en torno al ejercicio del, así llamado, piropo, que consiste
en un halago que realiza un hombre a una mujer, en relación a su cuerpo
(belleza, formas, atractivo, etc.) y aunque también, algunas mujeres,
realizan su equivalente hacia hombres, la tendencia es que se mantenga
la preponderancia y masividad del primero. Conocido y valorado como
parte de la cultura tradicional, es que los trabajadores de la
construcción, armados de su ingenio, elaboren y vociferen, toda clase
de piropos a las transeúntes. Estos van desde “a San Pedro se le
quedaron las puertas del cielo abierta, que se le están escapando los
angelitos”, hasta, “mijita, le daría naranja y le chuparía el potito
hasta sacarle Fanta”. Aunque, tampoco es un ejercicio exclusivo de un
determinado rubro, ya que se presenta como una expresión cotidiana en
el espacio público, por parte de una considerable y abrumadora cantidad
de hombres.
El repertorio es amplio [7], pero también
conocido para las mujeres que se ven obligadas a escucharlos a diario,
por cuanto no depende de su voluntad. Especialmente, cuando son muy
jóvenes y menores de edad. El piropo se expresa como un manoseo verbal
de ese objeto de deseo masculino que constituye el cuerpo de la mujer y
que abarca desde un manoseo virtual, en la apropiación simbólica de ese
cuerpo ajeno y desconocido, a partir de su descripción; hasta la
violación virtual, que se expresa en la enunciación de los actos
sexuales que la imaginería masculina evoca, como posibilidad, sobre
este cuerpo en tanto objeto, sin mediar consentimiento. En este
sentido, todas las formas de acoso callejero, incluyendo el piropo, son
prácticas indisociables de una cultura misógina [8].
Sin
duda, la larga data de esta tradición y el disfrute asociado al sentido
del humor que se expresa bajo su elaboración de doble sentido,
contribuye a que muchos hombres, no se cuestionen el carácter violento
y misógino de su ejercicio. Del mismo modo que la naturalización del
estatus decorativo de la mujer, redunda en que muchas de ellas, al
concebirse a sí mismas como tal, lo consideren un halago que refuerza
su valor en el mercado del intercambio sexual, permaneciendo
inconscientes del ejercicio de dominación de género y denigración que
se materializa en dicho accionar violento. Lo que, en ningún caso,
equivale a reafirmar que estas legitimaciones sociales deban sostenerse
en el tiempo o considerarse como valorables [9].
Por otra
parte, es indispensable considerar la delgada línea que separa el
piropo, de otras formas de violencia sexual, ejercida hacia las mujeres
en espacios públicos; y que, por una parte, muchas veces van de la
mano, y por otra, son difíciles de prevenir y demostrar. Algunos
ejemplos son: el acercamiento insinuante hacia el cuerpo de la mujer
(piropear al oído, acercar la cara con la vista al escote, acercar las
manos amenazando con tocar, etc.), agarrones, manoseos, “punteos”,
refregadas de la zona genital masculina en el cuerpo de la mujer,
exhibición del pene y/o masturbación, incluso hasta eyacular encima de
la mujer o niña, entre otros. Lo que, ciertamente, complejiza esta
problemática.
4. El acoso sexual callejero en Chile, expresado en datos.
Lamentablemente, en Chile estamos muy atrasados en esta materia. Si
bien, existen estadísticas en torno a diversas formas de violencia
ejercidas hacia la mujer [10], e informes que incluyen recomendaciones
de organismos internacionales en torno al tema; estos, se centran
principalmente en: El abuso sexual y la violación, la violencia de
género en el ámbito laboral que incluye el acoso sexual y la violencia
intrafamiliar, poniendo mayor énfasis, en el así denominado femicidio.
Otro aspecto de violencia sexual en contra de mujeres, que comenzó a
considerarse, es abordado por el informe de INDH, en torno a los abusos
sexuales a niñas y mujeres estudiantes, efectuados por miembros de
carabineros, en los procesos de detención en manifestaciones [11]. Lo
que, en suma, deja en un terreno ambiguo cualquier lectura cuantificada
posible, acerca de todas las otras formas de violencia sexual, ejercida
hacia las mujeres y niñas; especialmente, quedando invisibilizadas,
aquellas que se ejercen en el espacio público, ya sea: Transporte,
edificaciones, áreas verdes o vías.
En este sentido, los
aportes generados a partir de la iniciativa del Observatorio contra el
acoso callejero, por parte de un grupo de investigadores de la
Universidad de Chile, resultan indispensables [12]. “Vivir libres de
violencia significa mucho más que no vivenciar golpes, humillaciones,
violaciones y control abusivo en el cotidiano de la relación de pareja.
Implica recuperar el estatus de ciudadanía sin recortes ni opacidades,
escapar del miedo y la ansiedad, dejar el lugar de lo ambiguo e
instalarse con autonomía en los distintos ámbitos de la vida en
sociedad.”[13]
5. En perspectivas de legislar.
Legislar en torno al tema, es indispensable. El asunto es ¿Cómo
contribuir a la concreción de una ley que sea efectiva y que aborde el
tema de la mejor forma posible? El riesgo de promover una ley contra el
piropo, o incluso contra el acoso callejero, es alto, por tres razones.
Primero, porque una vez establecida la ley, las posibilidades de
legislar acerca del tema desde una perspectiva más global o amplia, se
ven obstaculizadas. Ejemplo: “Ley antidiscriminación de género”, que
entre uno de sus apartados, aborde la violencia sexual callejera hacia
la mujer. Segundo, porque una ley reducida a “esa” forma específica de
violencia, que ya sabemos naturalizada, corre serios riesgos de
banalizarse, “farandulizarse”, y convertirse, a falta de un marco
comprensivo mayor en el que se inserte, en una ley considerada como
poco seria y que, por lo tanto, tienda a ser más burlada que otras, en
forma socialmente legitimada. Y, tercero, porque la elaboración de esta
sola ley, sin un marco legal más amplio en el que se inscriba, podría
tender a una muy baja aplicabilidad, debido a las enormes dificultades
para la denuncia, seguimiento y captura del agresor; junto a la mayor
dificultad para la comprobación de los hechos.
Una campaña
que pretenda influir para que se legisle en torno al tema, debería
apuntar con la mayor cantidad de sus dardos (aunque sin dejar de lado
la sanción de sus ejecutores), a los contenidos emitidos por los medios
de comunicación y los contenidos de los discursos enunciados por
figuras públicas y de la así mal-auto-denominada clase política; que
son los que principalmente modelan la cultura de masas y refuerzan un
tipo de comportamiento u otro. Sin este horizonte, como pilar de las
transformaciones en las relaciones de género, con vistas al respeto, la
autonomía y los derechos, difícilmente, una ley contra el piropo o el
acoso callejero, impedirá que 7 de cada 10 mujeres, la mayoría de ellas
menores de edad, tenga que enfrentar esta violencia. Lo que,
probablemente, la convierta en otra ley muerta.
Por lo
pronto, es deber de cada ciudadano, informarse, debatir con otros y
considerar distintas posturas frente al tema, para comprenderlo en
profundidad. Sería recomendable que los hombres le preguntaran a
mujeres de su confianza, por su experiencia en torno al tema y sus
apreciaciones; es probable que se sorprendan. También, que se
preguntaran a sí mismos, la razón que los mueve a actuar de una
determinada forma frente al cuerpo de una mujer desconocida. Al mismo
tiempo, que las mujeres indagaran en su fuero interno, acerca de si
aquello que recepcionan como un piropo y un halago, es algo que
refuerza su autoestima y autovaloración, o es algo que más bien, les
demuestra que no los tienen. Así, el trabajo que queda para las mismas
mujeres, es contrastar, si a lo que ellas debieran apuntar, es a
“hacerse respetar” o a respetarse a sí mismas, que son cosas muy
distintas.
Referencias.
[3]
Muchembled, Robert. “El orgasmo en occidente. Una historia del placer
desde el siglo XVI hasta nuestros días.” Fondo de cultura económica.
[4] Foucault, Michel. (1988) “Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber. Siglo XXI Editores. México.
[5] Foucault, Michel. (2010) “El nacimiento de la biopolítica” Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, Argentina.
[7] Como muestra, una producción musical chilena, donde se exhibe un nutrido repertorio de piropos
[8] callejeros. http://www. youtube.com/watch?v= 76dAvJxPYQc
Carías,
Adelay. (2011)”Violencia contra las mujeres y misoginia: Una relación
indisoluble. Un estudio sobre la misoginia en los espacios físicos
públicos” Centro de derechos de mujeres CDM Tegucigalpa, Honduras.
[10]
Torres E, Carmen. “Informe monográfico 2007-2012 Violencia de género en
Chile. Observatorio de Equidad de Género en Salud (OEGS)”
.
[11]
Coddou, Alberto. Informe anual sobre Derechos Humanos en Chile. 2012.
Editorial Universidad Diego Portales. Santiago, Chile.
[13]
Torres E, Carmen. “Informe monográfico 2007-2012 Violencia de género en
Chile. Observatorio de Equidad de Género en Salud (OEGS)” Pág. 23.
Fuente: http://coteavello.wordpress. com
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