Víctor Hugo Michel
México
Solo
unas cuantas células en buen estado que hayan sobrevivido al fuego. Eso
es lo único que necesitan los científicos de la Universidad de
Innsbruck para determinar la identidad de restos humanos mediante la
técnica de análisis de ADN mitocondrial (ADNmt), de acuerdo con el
doctor Walther Parson, líder del grupo de investigadores que analizará
si los vestigios hallados en Cocula pertenecen a los 43 estudiantes
desaparecidos de Ayotzinapa.
En entrevista con MILENIO por correo electrónico, Parson detalla: "En teoría solo necesitamos una célula para identificar el ADN. Pero en términos prácticos, necesitamos el equivalente de ADN de 10 células intactas para conseguir resultados legales".
Y promete: "Nuestro equipo es capaz de trabajar con especímenes altamente descompuestos y degradados".
El historial de éxitos que han acumulado él y sus compañeros científicos indica que la anterior no es una presunción hueca. Bajo la batuta de Parson, investigadores de Innsbruck han participado en la identificación de restos óseos aparentemente secos, sin rastros de ADN y con siglos de degradación encima, como los cráneos de Friedrich Schiller y Wolfgang Amadeus Mozart. Ambas molleras, almacenadas con casi devoción religiosa por décadas, resultaron pertenecer a perfectos desconocidos.
Pero como en el caso de Iguala-Cocula, la obra magna de este laboratorio tiene relación con el fuego. En 2008, Parson y sus colegas ayudaron a esclarecer la identidad de dos cuerpos que habían sido incinerados y bañados en ácido en una fosa clandestina descubierta en los montes Urales. Se trataba de los hijos del último zar de Rusia, Nicolás II, un misterio que tuvo resolución hasta 91 años después de su muerte, durante la revolución bolchevique.
En los próximos días, las habilidades de ese equipo estarán a prueba con un caso de manufactura más reciente y peso no menos histórico: Cocula. Los restos hallados por la Procuraduría General de la República en un tiradero del municipio guerrerense ya se encuentran en ruta a Austria para ser entregados por agentes federales al Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Innsbruck. Una vez ahí serán estabilizados y después almacenados en una cámara especial para evitar contaminaciones.
Luego, bajo protocolo, los investigadores se dividirán en equipos de dos e iniciarán un análisis a nivel microscópico para determinar si es posible extraer de los fragmentos óseos rastros suficientes de ADN. La meta es compararlos con las muestras tomadas a sus familiares y responder a la duda de si los vestigios pertenecen a los 43 normalistas de Ayotzinapa. Es una tarea difícil que distintos laboratorios europeos y estadunidenses se negaron a emprender por considerarla imposible.
Especialista en casos de corte imposible —su biografía profesional está repleta de investigaciones que parecían insolubles—, el investigador austriaco insiste en que solo es necesaria una célula para dar con la identidad de su dueño. "Todas nuestras células contienen ADN que podemos extraer y analizar", afirma.
A horas de iniciar la que se antoja como una de las investigaciones más complejas que hayan llegado a manos de su equipo, Parson admite que por motivos éticos no se encuentra en libertad de abordar detalles particulares de cómo se enfocarán los esfuerzos en el caso Iguala-Cocula. Aun así, adelanta que cualquier resultado de las pruebas con ADN mitocondrial "tomará de un día a varias semanas".
LA VERDAD Y LA LUZ
El hombre que ahora encabezará los esfuerzos por resolver uno de los casos criminales más grandes de la historia de México está doctorado en biología forense molecular, colaboró en la fundación de la base de datos de ADN del Ministerio del Interior de Austria y forma parte de la Comisión Internacional de Personas Desaparecidas, un organismo internacional fundado en la década de los noventa del siglo pasado para identificar cuerpos en la extinta Yugoslavia. Ha colaborado en más de 800 investigaciones criminales y es autor de un libro aptamente titulado: La verdad siempre sale a la luz.
No estará solo en su nueva misión. Su equipo está integrado por un multilaureado grupo de científicos que ha publicado artículos con títulos como Investigaciones moleculares en el santo patrono de Austria, Leopoldo III; Quimerismo en muestras bucales; Control de ADN mitocondrial en el análisis de tres grupos étnicos de Macedonia y Comparación de género morfológico y molecular en restos esqueléticos humanos del medioevo, entre otros.
Aunque Parson y su equipo son científicos más habituados a un laboratorio que a una escena del crimen, el austriaco reconoce que han tenido que asumir también el papel de criminólogos que ayudan a esclarecer misterios y dar paz a familias. No son pocos los casos de homicidio en los que han participado, al estilo CSI estadunidense. "Nuestro objetivo es producir resultados de alta calidad basados en ciencia dura. Y sí. Creemos que el ADN puede resolver un crimen y ayudar a que un delito por fin cierre", expone.
En el caso de los restos hallados en Cocula y hasta que pasen por secuenciadores, computadoras y otros instrumentos, queda por verse si su ADN no está demasiado degradado por el fuego y la trituración a los que fueron sometidos, como presupone la PGR. Parson promete que, como todos los casos bajo su mando, se investigará con el mismo celo, independientemente de la atención mediática.
Como fuere, según Parson el rastro a seguir en los restos ahora se halla en las células de las madres de los desaparecidos. Serán ellas y su material genético las que podrán responder de forma concluyente si los huesos y dientes que han sido enviados al otro lado del Atlántico pertenecen a los 43 normalistas desaparecidos.
Parson lo explica: "el análisis de ADN mitocondrial (solo) es realizado por laboratorios especializados. En nuestro laboratorio, en el Instituto Legal de Medicina, somos una referencia mundial para este tipo de análisis por laboratorio. El análisis de ADN mitocondrial es más sensible que los convencionales e incrementa las posibilidades de obtener muestras útiles aun cuando estén severamente degradadas. Este ADN es heredado de madre a hijo y, por ende, puede ser utilizado para comparar la relación entre muestras, aun a lo largo de varias generaciones".
En entrevista con MILENIO por correo electrónico, Parson detalla: "En teoría solo necesitamos una célula para identificar el ADN. Pero en términos prácticos, necesitamos el equivalente de ADN de 10 células intactas para conseguir resultados legales".
Y promete: "Nuestro equipo es capaz de trabajar con especímenes altamente descompuestos y degradados".
El historial de éxitos que han acumulado él y sus compañeros científicos indica que la anterior no es una presunción hueca. Bajo la batuta de Parson, investigadores de Innsbruck han participado en la identificación de restos óseos aparentemente secos, sin rastros de ADN y con siglos de degradación encima, como los cráneos de Friedrich Schiller y Wolfgang Amadeus Mozart. Ambas molleras, almacenadas con casi devoción religiosa por décadas, resultaron pertenecer a perfectos desconocidos.
Pero como en el caso de Iguala-Cocula, la obra magna de este laboratorio tiene relación con el fuego. En 2008, Parson y sus colegas ayudaron a esclarecer la identidad de dos cuerpos que habían sido incinerados y bañados en ácido en una fosa clandestina descubierta en los montes Urales. Se trataba de los hijos del último zar de Rusia, Nicolás II, un misterio que tuvo resolución hasta 91 años después de su muerte, durante la revolución bolchevique.
En los próximos días, las habilidades de ese equipo estarán a prueba con un caso de manufactura más reciente y peso no menos histórico: Cocula. Los restos hallados por la Procuraduría General de la República en un tiradero del municipio guerrerense ya se encuentran en ruta a Austria para ser entregados por agentes federales al Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Innsbruck. Una vez ahí serán estabilizados y después almacenados en una cámara especial para evitar contaminaciones.
Luego, bajo protocolo, los investigadores se dividirán en equipos de dos e iniciarán un análisis a nivel microscópico para determinar si es posible extraer de los fragmentos óseos rastros suficientes de ADN. La meta es compararlos con las muestras tomadas a sus familiares y responder a la duda de si los vestigios pertenecen a los 43 normalistas de Ayotzinapa. Es una tarea difícil que distintos laboratorios europeos y estadunidenses se negaron a emprender por considerarla imposible.
Especialista en casos de corte imposible —su biografía profesional está repleta de investigaciones que parecían insolubles—, el investigador austriaco insiste en que solo es necesaria una célula para dar con la identidad de su dueño. "Todas nuestras células contienen ADN que podemos extraer y analizar", afirma.
A horas de iniciar la que se antoja como una de las investigaciones más complejas que hayan llegado a manos de su equipo, Parson admite que por motivos éticos no se encuentra en libertad de abordar detalles particulares de cómo se enfocarán los esfuerzos en el caso Iguala-Cocula. Aun así, adelanta que cualquier resultado de las pruebas con ADN mitocondrial "tomará de un día a varias semanas".
LA VERDAD Y LA LUZ
El hombre que ahora encabezará los esfuerzos por resolver uno de los casos criminales más grandes de la historia de México está doctorado en biología forense molecular, colaboró en la fundación de la base de datos de ADN del Ministerio del Interior de Austria y forma parte de la Comisión Internacional de Personas Desaparecidas, un organismo internacional fundado en la década de los noventa del siglo pasado para identificar cuerpos en la extinta Yugoslavia. Ha colaborado en más de 800 investigaciones criminales y es autor de un libro aptamente titulado: La verdad siempre sale a la luz.
No estará solo en su nueva misión. Su equipo está integrado por un multilaureado grupo de científicos que ha publicado artículos con títulos como Investigaciones moleculares en el santo patrono de Austria, Leopoldo III; Quimerismo en muestras bucales; Control de ADN mitocondrial en el análisis de tres grupos étnicos de Macedonia y Comparación de género morfológico y molecular en restos esqueléticos humanos del medioevo, entre otros.
Aunque Parson y su equipo son científicos más habituados a un laboratorio que a una escena del crimen, el austriaco reconoce que han tenido que asumir también el papel de criminólogos que ayudan a esclarecer misterios y dar paz a familias. No son pocos los casos de homicidio en los que han participado, al estilo CSI estadunidense. "Nuestro objetivo es producir resultados de alta calidad basados en ciencia dura. Y sí. Creemos que el ADN puede resolver un crimen y ayudar a que un delito por fin cierre", expone.
En el caso de los restos hallados en Cocula y hasta que pasen por secuenciadores, computadoras y otros instrumentos, queda por verse si su ADN no está demasiado degradado por el fuego y la trituración a los que fueron sometidos, como presupone la PGR. Parson promete que, como todos los casos bajo su mando, se investigará con el mismo celo, independientemente de la atención mediática.
Como fuere, según Parson el rastro a seguir en los restos ahora se halla en las células de las madres de los desaparecidos. Serán ellas y su material genético las que podrán responder de forma concluyente si los huesos y dientes que han sido enviados al otro lado del Atlántico pertenecen a los 43 normalistas desaparecidos.
Parson lo explica: "el análisis de ADN mitocondrial (solo) es realizado por laboratorios especializados. En nuestro laboratorio, en el Instituto Legal de Medicina, somos una referencia mundial para este tipo de análisis por laboratorio. El análisis de ADN mitocondrial es más sensible que los convencionales e incrementa las posibilidades de obtener muestras útiles aun cuando estén severamente degradadas. Este ADN es heredado de madre a hijo y, por ende, puede ser utilizado para comparar la relación entre muestras, aun a lo largo de varias generaciones".
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