Tocar positivamente las fibras de sectores tradicionalmente alejados
de las contiendas políticas y la denuncia pública ha sido uno de los
resultados notables del acelerado proceso de toma de conciencia que se
ha producido a partir de la tragedia de Iguala. De pronto, mexicanos
ajenos a la parafernalia del activismo radical, e incluso repelentes a
esas prácticas, se han descubierto a sí mismos con una pequeña pancarta
crítica, redactando textos de indignación en redes sociales, exigiendo
justicia y castigo a la corrupción o caminando junto a otros ciudadanos
igualmente convencidos de que las cosas van muy mal en México y ha
llegado la hora de hacer algo para cambiarlas, más allá de la apatía,
el conformismo, la burla o el cinismo.
En términos generales, ese despertar cívico derrumba las
interpretaciones simples que atribuían la poca protesta social a una
modorra sin explicación aceptable. Algunos adversarios de la vuelta del
PRI al poder federal han llegado a culpar de la desgracia generalizada
que hoy se vive a los propios mexicanos ‘‘indiferentes’’ pues,
plantean, esos votantes sin conciencia de su función y destino
históricos se habrían ‘‘vendido’’ al partido de tres colores por unos
cuantos billetes y monedas o a través de las famosas tarjetas
electrónicas de consumo. Eso quisieron, eso tienen, sería la sentencia
emitida desde la presunta superioridad visionaria.
La realidad muestra hoy lo contrario. Hay amplios sectores populares
en pie de lucha, con matices muy distantes entre ellos (de las acciones
incendiarias en Guerrero y otras entidades, al exploratorio prendido de
velas entre clases medias poco politizadas), que convergen en la
convicción del asomo al abismo aunque difieran en los métodos de
rescate y salvación. La ironía del momento es que esa súbita
movilización social y ese exteriorizado deseo de ‘‘hacer’’ algo o mucho
para que México mejore no tiene cauces políticos o partidistas, pues
justamente el hartazgo masivo proviene del entendimiento (en diferentes
tonos, ha de insistirse) de que la nación ha sido consumida y está hoy
en grave riesgo a causa de las acciones e inacciones de los partícipes
del tinglado político y electoral, los partidos y las autoridades en
primer lugar.
Este ‘‘momento’’ de la sociedad puede ser efímero y contraproducente
(así lo fue el ‘‘momento’’ de México que pretendía asumir como homenaje
a sus políticas el ‘‘estadista mundial’’ hoy en quiebra) si no
encuentra formas aceptables, plurales, razonadas, de organización. Que
no haya ilusos para que no haya desilusionados, es la frase de Manuel
Gómez Morín que los panistas han aportado a la praxis
nacional. El florecimiento de una pálida primavera mexicana puede
quedar en un retroceso si los brotes críticos se marchitan con rapidez
y son devueltos a los maceteros áridos y amargos del pasado reciente
(la referencia primaveral es usada con las reservas que impone el
recordar que movimientos ‘‘espontáneos’’ han terminado en otras
latitudes con el triunfo de grupos e intereses supuestamente combatidos
o similares a los depuestos).
La
flora acostumbrada a los extremos, en cambio, está empujando con una
rudeza que la administración federal ha soportado por cálculo político
de la inmediatez, pero que no será borrada de la memoria vengativa de
un régimen en cuya genética predominan la corrupción, la simulación y
la represión. La quema de sedes de partidos políticos (PRI, PAN y PRD)
y de oficinas públicas (gobiernos y congresos) y las movilizaciones
sostenidamente rupturistas (cierre de carreteras, toma de casetas de
peaje para dar paso libre, por citar algunos ejemplos) están liberando
una energía social largamente contenida y constituyendo una pedagogía
de la insurrección que tiene al gobierno federal virtualmente inmóvil
frente a un jaque que debería ser (¿o haber sido?) manejable.
Entre esos polos de la protesta social no hay salidas políticas
construidas. Las convocatorias a las marchas masivas y a acciones
nacionales provienen de acuerdos básicos entre algunos activistas que
luego reproducen los llamados a través de las redes sociales, pero sin
un programa de mediano y largo plazos. Mucho se ha insistido en la
importancia de realizar un paro nacional (se habla de este 20, día
revolucionario), pero hasta ahora las condiciones sociales parecían
poco propicias para un lance de esa magnitud, que significaría pérdidas
laborales y otro tipo de afectaciones a los partícipes.
Si el actual administrador federal se mantiene en su sitio, a pesar
de la creciente exigencia para que renuncie al cargo, y a pesar de los
diarios escándalos de corrupción y de criminalidad oficiales, la
protesta pública podría desenvolverse por caminos negativos. Los recién
llegados a la expresión pública de la insatisfacción podrían volver a
los nichos de un relativo confort cada vez más amenazado. Y los
desbordados podrían pasar a los terrenos de la oposición con las armas
en la mano al tiempo que el pasmo del gobierno federal optara por la
represión como respuesta desesperada. Lo único cierto es que las cosas
van mal y no hay motivos a la vista para suponer que podrían darse
soluciones inteligentes y eficaces.
Y, mientras El Chapo es beneficiado por un amparo debido a
las inconsistencias en la versión oficial de su apresamiento (atento,
Abarca sembrado en Iztapalapa), ¡hasta mañana!
Fuentes de Televisa
–dice CNNMéxico– informaron que sus productores, escritores,
directores, actores y actrices (como fue el caso de Angélica Rivera),
cuando laboran para la empresa ‘‘tienen como parte de su respectivo
contrato un derecho para adquirir inmuebles en los términos
establecidos en el mismo, así como para recibir, en su momento, una
terminación’’. Agrega CNN: ‘‘Este derecho busca incentivar y retener
talento en el largo plazo y favorecer la generación de un patrimonio.
La señora Angélica Rivera firmó diversos contratos bajo este esquema,
siendo el último (el) que firmó en el año 2004. Al amparo del mismo
recibió una primera propiedad en ese año y otra en 2010, misma que
eligió en 2008. Esta última, ubicada en Paseo de las Palmas’’,
refirieron las fuentes de CNNMéxico. No sólo Angélica Rivera ha sido
favorecida; asegura Televisa que más de un centenar de profesionales
han obtenido desde hace más de 10 años los beneficios de este esquema
de incentivos. ¡Qué maravilla! Ese esquema de estímulos habla muy bien
del generoso corazón de Emilio Azcárraga III. Sin embargo, su
generosidad ha sido correspondida, porque el año pasado Hacienda
condonó impuestos a Televisa por más de 3 mil millones de pesos, aparte
de otros premios vía contratos de publicidad.
Fregados pero contentos
México se ubicó en el lugar 64 de 142 países en el
Índice de Prosperidad 2014, creado por el instituto británico Legatum.
Nuestro país cayó cinco posiciones con respecto a 2013, y 15 en
relación con la primera edición del índice, que apareció en 2009. La
peor calificación de México fue en seguridad; quedamos en el puesto 99.
Le sigue educación, en el puesto 85; emprendimiento y oportunidad, 83;
capital social, 76; libertad personal, 75, y le fue algo mejor en
gobernabilidad, en el puesto 59; salud, 49, y economía, en donde
tuvimos la mejor calificación quedando en el puesto 34. A pesar de
todas las calificaciones negativas, el documento señala que la
satisfacción de vida de los mexicanos es de 7.3 puntos sobre 10; 56.4
por ciento de los habitantes del país considera que la corrupción en el
gobierno y en el sector empresarial está muy extendida. Las naciones
más prósperas, según el índice, son Noruega, Suiza, Nueva Zelanda,
Dinamarca y Canadá, en ese orden.
Naufraga la reforma laboral
Del año 2000 al día de hoy se han creado 5 millones de
empleos. Eso suena impresionante. Pero no tanto si consideramos que el
país necesitaba 20 millones. Además, son empleos mal pagados en su
mayoría. Estamos en vísperas de que se cumplan dos años de reforma
laboral y no se ha alcanzado su objetivo, que era estimular el empleo.
En la práctica sólo sirvió para proteger los intereses de los líderes charros
del sindicalismo. El IMSS dio a conocer un nuevo reporte: en octubre de
este año se crearon 172 mil 134 puestos de trabajo, el mayor
crecimiento mensual del que se tiene registro. En total el instituto
tiene registradas a 17 millones 352 mil 227 personas con empleo formal,
de las cuales 85.5% corresponde a plazas permanentes y 14.5 a plazas
eventuales. Sin embargo, de acuerdo con los datos de septiembre, casi 6
millones de personas ganan dos salarios mínimos o 4 mil pesos
mensuales; 3.3 millones obtienen tres salarios mínimos o 6 mil pesos al
mes, y sólo 3 por ciento (457 mil 192 personas) gana 20 salarios
mínimos o más. A pesar de que se dice que nadie gana un salario mínimo,
el instituto tenía registrados a 426 mil 610 trabajadores con ese
sueldo al mes de septiembre. Y todavía hay quien se opone a un aumento
al mínimo.
Una buena y una mala:
la primera, que en el circuito oficial celebran que en 2014 la economía
mexicana crecerá el doble que en 2013; la mala, que en un año atrás tal
crecimientoa duras penas llegó a 1.1 por ciento, de tal suerte que si bien va el
avanceque tanto presumen será de 2.2 por ciento, o lo que es lo mismo nada que cubra las necesidades mínimas del país.
No cabe duda de que el optimismo oficial es envidiable, porque en
tal circuito están felices porque el Fondo Monetario Internacional
avala el manejo macroeconómicodel gobierno peñanietista,
elogia la culminación del proceso legislativo que impulsó una amplia agenda de reformas estructurales, y muestra su
confianza en los fuertes fundamentos de la política económica de México.
Sin embargo, el propio organismo financiero enciende los focos rojos cuando advierte que
la perspectiva de crecimiento de la economía mexicana a corto plazo permanece sujeta a riesgos significativos, de tal suerte que en el mejor de los casos, y sólo en él, la tasa de
crecimientoen 2014 llegaría a 2.4 por ciento (40 por ciento menos que la estimación original de 2.9).
Resulta que el directorio ejecutivo del FMI concluyó su revisión
periódica de las condiciones económicas del país –algo común para las
naciones integrantes del organismo–, así como sus perspectivas, y entre
sus conclusiones se cuenta la siguiente: “tras una fuerte
desaceleración en 2013 –proveniente de una demanda externa débil y una
disminución en la actividad de la construcción– se espera que el
crecimiento se recupere para llegar a 2.4 por ciento este año”.
Sin duda, dos es mejor que uno, pero ello no equivale a
una fuerte recuperacióneconómica, como propone el Fondo, en el entendido de que lo mínimo que requiere México para comenzar a salir del hoyo es una tasa sostenida de crecimiento no menor a 6 por ciento anual, algo no visto, dicho sea de paso, desde hace más de tres décadas.
Pero el circuito oficial es feliz, porque el FMI aplaude la
ola de reformaspeñanietistas, las cual, según dice,
puede elevar en tres cuartos de punto, a un rango de entre 3.5 y 4 por ciento, el potencial de incremento del producto interno bruto. No le pone fecha en calendario para que esa apuesta se cumpla, pero sí advierte que lo anterior depende de
la efectividad con que sean llevadas al terreno de la práctica esas reformas, hoy por hoy el principal riesgo interno para el crecimiento del país(La Jornada, Roberto González Amador).
Pronósticos similares hizo el FMI en cada uno de los cinco sexenios
reformistas que precedieron al de Enrique Peña Nieto, con estimaciones
de crecimiento sobradamente por arriba de la realidad, y en los hechos
los muchos
ajustesy demás
modernidadespracticadas con el aval del organismo en nada contribuyeron a mejorar la tasa de crecimiento del país y mucho menos su perfil social.
En su reporte, el FMI detalla que algunos de sus directores
ejecutivos subrayaron la necesidad de que el gobierno mexicano aumente
los ingresos no petroleros,
especialmente si los ingresos petroleros son menores a lo esperado. Alentaron a las autoridades a mejorar aún más la implementación del marco presupuestal, a través de un presupuesto de gasto más realista y controles más estrictos de la ejecución del gasto, y le dieron la bienvenida a la creación del Fondo Mexicano del Petróleo para la Estabilización y el Desarrollo, así como al plan para reformar el sistema de pensiones de las dos empresas estatales más grandes.
Lo
anterior es relevante, porque el precio del barril mexicano de
exportación se mantiene en descenso, y ayer cerró la jornada en 73.12
dólares, contra los 79 dólares presupuestados para 2015. El problema es
que con el precio del barril a la baja, al igual que la producción de
crudo, el mercado interno deprimido y los salarios reales miserables,
el camino para aumentar los ingresos no petroleros no sería otro que el
de aumentar los impuestos, ruta que el propio gobierno peñanietista dio
por clausurada a lo largo del sexenio, aunque ya es tradición que la
autodenominada autoridad rompa sus propios acuerdos.
Entre los llamados
factores externosel FMI advierte que “el principal riesgo para la economía mexicana está relacionado con un incremento en la volatilidad de los flujos de capital (de los que México ha sido receptor importante en los últimos seis años, y que han provocado
nerviosismoen el gobernador del Banco de México) por la incertidumbre derivada de una previsible reversión de las políticas de expansión monetaria en Estados Unidos. En aquel país, las tasas de interés de referencia han sido reducidas por el banco de la Reserva Federal a niveles mínimos para estimular la economía después de la crisis de 2008-2009, lo que ha aumentado los flujos de capital hacia países con mayores rendimientos. Esa política, según se ha anunciado, comenzará a ser revertida en los próximos meses” y los especuladores que hacen pingües negocios en México simple y sencillamente
volaríana otras latitudes.
En fin, las buenas y las malas noticias económicas, entre ellas las
del ámbito laboral. La parte positiva refiere la generación de poco más
de 827 mil empleos formales de enero a octubre del presente año
(eventuales una tercera parte de ellos), con lo que es el mejor
registro en el transcurso del sexenio peñanietista, de acuerdo con el
IMSS. La negativa, que los salarios son miserables y su poder
adquisitivo se mantiene cuesta abajo, y que la tasa oficial de
desempleo permanece inamovible.
En el año penúltimo del
calderonato se inventó, en forma un tanto desesperada para reactivar un
poco el alicaído mercado interno, una copia tropical del Black Friday gringo:
el Buen Fin. Se trataba, claro, de sacar de los bolsillos de los
consumidores la mayor cantidad de dinero posible, con la diferencia,
con respecto al original estadunidense, de que las ofertas del Buen Fin
suelen ser simbólicas, por usar un calificativo benigno. Desde la
primera edición del programa la gente descubrió –y lo difundió en redes
sociales– que con frecuencia las rebajas iban precedidas por
retiquetados al alza para simular un descuento que dejaba los productos
en su precio original, o que se ofrecían descuentos de 0.1 por ciento
del precio de los artículos. Si la palabra vendimia quiere decir
cosecha de uvas, en México, donde la cultura vitivinícola es más bien
escasa, se ha usado desde hace mucho para denotar cosecha de ganancias,
es decir, en una acepción más cercana a la tercera de la Real Academia:
provecho o fruto abundante que se saca de algo; en este caso, del bombardeo publicitario inmisericorde y, con frecuencia, mentiroso.
En la extremada violencia que vivió el país en 2011, el Buen Fin fue
visto, por añadidura, como un intento de Felipe Calderón por distraer
la atención de la catástrofe en que había hundido al país y menudearon
las parodias que enfatizaban la mala manera en que llegaba a su fin esa
administración de la que uno no quisiera acordarse: con el país bañado
en sangre, la descomposición institucional a tope, la economía
estancada y un pobrerío multiplicado.
Pero de Echeverría en adelante, la sociedad mexicana ha ido
desarrollando la noción manriquiana de que toda presidencia pasada es
menos peor que la que sigue, y así llegamos a este 2014 en el que el
calderonato parece de peluche comparado con la pudrición, la violencia,
la dependencia, el cinismo y el encharcamiento económico que
caracterizan al peñato. La imposición antidemocrática de las reformas
estructurales, la insolencia autoritaria de los ministros de la Suprema
Corte, las atrocidades de Tlatlaya e Iguala y los subsecuentes
desmanejos gubernamentales han terminado por colocar a la sociedad ante
la evidencia de que está pagando un dineral, tanto al contado como a
crédito, para mantener a un funcionariado rapaz cuya existencia es muy
útil para sí mismo, para Washington y para las corporaciones
trasnacionales, pero que a esta nación le causa un enorme daño.
Entre la indignación y la nostalgia. Güeros,
de Alonso Ruizpalacios, cinta filmada en blanco y negro, ubicada en la
ciudad de México en el contexto atemporal de una huelga universitaria,
que es todos los paros y protestas y desencantos de una generación sin
asideros ni propósitos muy precisos (
Estamos en huelga de la huelga), es un primer largometraje de originalidad sorprendente.
Tres jóvenes, a los que luego se suma la novia de uno de ellos, se
colocan a contracorriente de una coyuntura política apremiante (una
revuelta estudiantil) y deciden partir en busca de un viejo roquero,
alguna vez popular, perdido ahora en las brumas de una mitología
incierta. Su propósito aparente es dejar atrás por un rato el letargo
cotidiano, explorar de lleno la ciudad entrañable y hostil, y afianzar
esos lazos afectivos confiables que son la amistad y la complicidad en
la confusión existencial compartida.
La
primera sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN)
decidió ayer liberar a tres de los cinco indígenas tzotziles que
permanecían presos en el penal de El Amate, desde hace casi 17 años,
por su participación en la masacre de Acteal, por considerar que las
investigaciones realizadas en su momento por la Procuraduría General de
la República (PGR) y las corporaciones policiacas locales fueron
manipuladas, y tras haber documentado diversas violaciones al debido
proceso de los inculpados. Así, del total de encarcelados por la
masacre de 45 indígenas, el 22 de diciembre de 1997, sólo dos
permanecen en prisión, y no parece descabellado que pudieran tener un
destino jurídico similar al de los tres que fueron excarcelados ayer.
Perspectiva de género para el caso Iguala
Las y los asistentes al XXI
Coloquio Anual de Estudios de Género manifestamos nuestra indignación
ante los sucesos ocurridos en Iguala, Guerrero, en septiembre pasado en
los que 43 estudiantes fueron desaparecidos, y tres más fueron
brutalmente asesinados.
Hoy
día México tiene un debate profundo en relación con los problemas
derivados de la inseguridad, el desempleo, la pobreza, la desigualdad y
la crisis profunda que afecta a grandes grupos de la industria, el
campo, los servicios y la población. Los graves cuestionamientos, las
dudas generalizadas, la falta de certidumbre respecto del rumbo de la
nación, vienen a impactar más el estado de ánimo y el optimismo de los
mexicanos. En este momento, y hoy más que nunca, se requiere retomar el
rumbo, volver al respeto y la democracia, obligar a que la justicia se
aplique objetiva y limpiamente, terminar con la impunidad y la
corrupción que tanto daño han hecho a la imagen de nuestro país, dentro
y fuera del mismo.
México está inmerso en
una profunda y desconocida crisis que toca a las instituciones del
Estado, a la economía, a la vida pública como tal, pero sobre todo al
modo como se relacionan y articulan las autoridades y la ciudadanía.
Esta situación viene de lejos, incubándose en los cambios erráticos o
inconclusos de los años recientes, en la autocomplacencia del poder que
no se refleja en el espejo de la realidad, en el vacío de un ciego
reformismo que trastoca el modo de ser del país pero no lo mejora, en
el abandono ideológico y práctico del interés nacional como fundamento
del proyecto
de las mayorías.
Iguala no es el Estado mexicano, así responde iracundo y tajante el procurador general de justicia del país frente a un reportero que le pregunta sobre el sentir general de que nos encontramos frente a un crimen de Estado cuando no hay respuestas ciertas ante la desaparición de 43 estudiantes y el asesinato y tortura de otras seis personas más. El procurador está muy cansado e irritable, le molestan las preguntas
necias: ¿acaso no entendió?, es claro que después de 42 días de una muy agotadora búsqueda –dice– hemos logrado finalmente encontrar a los verdaderos culpables directos, tres miembros del último peldaño de la banda criminal. Para demostrarlo ellos escenifican en un burdo montaje –montado muy especialmente para la opinión televisiva– que todo sucedió así nomás, que ellos no saben por qué, ni para qué, ni quiénes fueron, pero que allí los apilaron, que allí los mataron, que allí los aventaron y que allí los quemaron y que ahora no queda nada, ninguna prueba real, ni vestigio comprobable de 43 jóvenes dignos y vivos que subieron a las patrullas los policías, último dato documentado. ¿Por qué, entonces, insistir en que es un crimen de Estado, cuando sólo es un crimen de los criminales comunes y corrientes?
La
caída del Muro de Berlín, hace 25 años, no fue espontánea. Se venía
gestando desde muchos años antes, por lo menos desde la invasión
soviética a Hungría en 1956 y, sobre todo, a Checoslovaquia en 1968. La
raíz del problema se encuentra en la formación de la burocracia como
una especie de nueva clase social en la URSS, una categoría social que
se apropió el Estado y que, si bien no obtuvo ese poder de los ingresos
privados de una economía estatizada ni podía vender las empresas
estatales, usufructuaba los beneficios de éstas y de su administración
y gestión que, muy probablemente, dado el ambiente de corrupción
existente e innegable, capitalizaba para su provecho personal. Las
mafias rusas, por ejemplo, y que ahora son famosas por su fuerza
económica, no surgieron ni podían surgir por generación espontánea a
los pocos meses del vuelco al capitalismo de la URSS. Se fueron
haciendo de privilegios poco a poco hasta convertirse en verdaderos
oligarcas. Putin, quien había sido el director del Servicio Federal de
Seguridad en el gobierno de Yeltsin, sabía muy bien lo que ocurría en
el seno de la nomenklatura, y en 2001 declaró que la
población rusa no había sido indiferente al comportamiento de esos
oligarcas que, tras repartirse los bienes del Estado, dirigían sus
avionetas cargadas de
fulanas(blyad) hacia la Costa Azul. Y así era: la burocracia se repartía, primero, los beneficios de las empresas estatales, y luego, los de la venta de éstas a particulares. Muy parecidos fueron los casos de Polonia, la antigua Checoslovaquia y, en general, del resto de los países del Este, incluyendo obviamente a la República Democrática Alemana, que era cualquier cosa menos democrática.
Aveces descubrimos algo de nuestro pasado que nos sorprende o, cuando
menos, nos confirma algo que sospechábamos. En Estados Unidos (y otros
países, incluyendo Canadá, Australia y Argentina), no pocos ciudadanos
se han enterado de algo que los incomoda mucho: que sus padres, quienes
creían que habían salido de Alemania como refugiados políticos tras la
Segunda Guerra Mundial, en realidad habían participado activamente en
el movimiento nazi.
La exigencia de los
padres de familia para que regresen vivos a los estudiantes de
Ayotzinapa o que el procurador presente evidencia científica del
destino de sus hijos, resuena con firme eco de indignación por todo
México y el mundo. También entre los millones de mexican@s que han
tenido que emigrar por el neoliberalismo, incapaz de generar empleo y
bienestar, pero además porque la migración forzada está repleta de
riesgos, desiertos y fosas clandestinas. Para la Red Mexicana de
Líderes y Organizaciones Migrantes (RED)
existe responsabilidad federal por omisión desde el momento en que el Ejército mexicano estuvo al tanto de los sucesos el día del ataque a los estudiantesen Iguala, mientras el Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FRENTE) exigió al gobierno de Estados Unidos asumir su responsabilidad, “por ser el mayor consumidor de drogas, por surtir armas a los criminales mexicanos y por sus políticas neoliberales…” (La Jornada –LJ– 9/11/14).
En las últimas semanas hemos
presenciado un despliegue extraordinario de la mafia mediática
imperialista que machaca la caída del Muro de Berlín como el
fin del comunismo. Aunque el clavo final al ataúd de la Unión Soviética fue puesto el 25 de diciembre de 1991, se ha instalado la percepción de la caída del muro como el principio del fin de aquel magno primer experimento de liberación humana iniciado por el Partido Bolchevique en 1917.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario