11/12/2014

La pradera y el fuego

Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha

Creo que lo peor no ha ocurrido aún. Ni el gobierno ni nadie sabe qué hacer. La chispa puede producirse en cualquier momento.


Caminar antier por entre los manifestantes que en plantón cercaron el aeropuerto de Acapulco fue una experiencia intensísima, de sentimientos encontrados y por supuesto estresante. Un kilómetro de cuerpos echados en la hierba o enhiestos y armados de tubos y palos. La mayoría con el rostro cubierto por trapos o pasamontañas que, sin embargo, dejaban ver los ojos encendidos de furia. Carbones vivos que parecen reclamarte que tengas prisa por volar, cuando ellos tal vez no lo harán nunca. 
Perdón, pero no pude evitar acordarme de aquella escena final de Los Pájaros, de Hitchcock, en que la pareja de protagonistas camina entre las aves —que poco antes habían realizado ataques irracionales e inexplicables— cuidando de no molestarlas, de no pisarlas, de no irritarlas. Algo así íbamos palpando mi compañero camarógrafo Luis Manuel Barajas y yo, cuando se nos acercó una joven de playera blanquísima para decirnos entre dientes: “mejor por la carretera; no se acerquen al edificio, no se puede entrar; sigan de frente hasta el fondo; allá hay una entrada al aeropuerto privado; no los volteen a ver; ustedes miren para adelante; confíen en mí, soy de seguridad del aeropuerto”. Y así siguió instruyendo a otros viajeros desesperados mientras nosotros veíamos pero sin mirar la entrega de panes y litros de leche de camiones de reparto llevados ahí y la actitud hostil y retadora de quienes nos hacían el favor de dejarnos caminar. 
Unas horas antes habíamos testimoniado el enfrentamiento feroz contra policías federales, quienes descendieron de 30 autobuses de turismo previamente secuestrados. Una veintena de uniformados heridos, algunos pateados en el suelo y un arreglo para dejarlos seguir al aeropuerto con la promesa de bloquear pero no destruir. 
Pocas veces en mi vida he tenido la sensación de que algo terrible va a ocurrir. Y es que la situación, el estado de cosas, el escenario y las circunstancias son extremadamente frágiles. Y yo no tengo respuestas, sólo preguntas: ¿Cuándo habrá una declaración contundente sobre la pregunta elemental: dónde están? ¿Qué va a pasar cuando se sepa qué les hicieron y cuánto sufrieron camino a la fatalidad? ¿Hasta dónde llegará la rabia incubada en estos días de trueno? ¿Qué pasa si las policías federales o estatales se salen de los protocolos y matan a uno o a varios de los normalistas? ¿Qué pasa si los normalistas matan a uno o a varios de los policías? ¿Vamos a esperar semanas para que desde Austria nos digan la verdad? ¿Cuánto tiempo más de resistencia a la incertidumbre y la violencia? 
La rabia no es nueva en Guerrero. Se ha gestado durante décadas de injusticia, corrupción, represión y una miseria que ofende. Sin embargo, se multiplicó el 26 de septiembre con el dolor y la indignación por los 43 de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala. Un capítulo tan oscuro, terrible y explosivo que me llevó a escribir en este mismo espacio el 15 de octubre que “En Guerrero puede producirse un baño de sangre de grandes proporciones… así que nadie se sorprenda de lo que está por venir”. 
Hoy, creo que lo peor no ha ocurrido todavía. Y que ni el gobierno ni nadie sabe qué hacer. Y que la chispa puede producirse en cualquier momento.
ddn_rocha@hotmail.com 

Periodista.

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