“Quisieron
enterrarnos, pero no sabían que éramos semillas”, consigna de las
marchas a favor de la presentación de los estudiantes de Ayotzinapa. |
El
otoño representa una parte fundamental dentro de la vida, pues es la
época en donde la naturaleza se prepara para el cierre de su ciclo.
Así, esta estación está cargada de elementos simbólicos de gran
importancia, dado a que es un momento especial en el tránsito de los
procesos vitales. No es casualidad que en estas fechas celebremos a
nuestros muertos, quienes representan, en lo más profundo de la
tradición y sabiduría ancestral, la gracia y el regalo de renacer; la
posibilidad de transitar de una fase a otra; la multidimensionalidad de
la vida; la no permanencia de las cosas; la mutabilidad; la fe en la
transformación y la transcendencia; la certeza de un mejor estar.
La vida no se construye de casualidades, sino de sincronicidades. El 26
de septiembre inició el otoño de los mexicanos. Como un arrebato de
aliento que se dio con la caída y desaparición de los estudiantes de
Ayotzinapa, se levantaron los otros 25 mil faltantes; la injusticia
histórica; el hambre; la desolación de los más vulnerables; los
campesinos sin tierra; los obreros sin trabajo; los jóvenes sin
escuela; los niños de la calle; los enfermos no atendidos; las mujeres
indígenas que han tenido que parir en los patios de los hospitales; las
dignidades aplastadas; la no-memoria; la ruptura de la solidaridad; el
colapso del Estado; la putrefacción de la de indiferencia y la
indolencia.
Con la desaparición de 43 jóvenes nos llegó el
otoño y con él, la revolución. La revolución del alma, de la
conciencia, de la acción, del colectivo. Durante este último mes, el
otoño que brotó ha tirado vendas y ha abierto ojos. Al principio unos
pocos, pero hoy, todos los mexicanos estamos ciertos de que en los
eventos acontecidos en Iguala, nuestra sociedad encontró su tope para
dar inicio a su renacer.
En la marcha del 5 de noviembre fue
aún más claro que en las del 8 y 22 de octubre. Uno a uno, más 150 mil
mexicanos tomaron las calles para decirse que no estamos dispuestos a
pasar por alto una arbitrariedad más… y el mundo hizo eco otra vez.
Estudiantes, amas de casa, abuelos, niños, familias, obreros,
profesores, médicos, artistas, transexuales, homosexuales,
profesionales de todos tipos, campesinos, cineastas, sindicatos, todos,
salieron a hacer suya la lucha por Ayotzinapa, pero también, salieron a
exponer sus propias reivindicaciones. La marcha del 5 de noviembre si
bien estaba encabezada por los Normalistas Rurales, enarboló un clamor
general por un México diferente, desde los más diversos frentes.
Ya no sólo son los estudiantes desaparecidos, es también el hambre, la
falta a accesos equitativos a las oportunidades, la agresión permanente
a la educación, la falta de inclusión, la carencia de políticas
públicas, la ingobernabilidad, la violencia, la perdida de la paz, la
desarticulación sindical, la ruptura de las instituciones, la
incertidumbre, el desempleo, la crisis de las instituciones, en fin….
el Otoño Mexicano.
A medida en que los colectivos avanzaban
por Reforma hasta Juárez y de ahí al Zócalo, la masa dejaba de serlo
para convertirse en sociedad civil. Una sociedad civil que respondió
clara y organizadamente, con una demanda concreta: sí a la política,
pero no a los políticos; sí al Estado, pero no al narco-Estado; sí a la
gobernabilidad, pero no a Peña Nieto y lo que representa.
Por
primera vez, quizá desde 1968, se hizo evidente la urgente necesidad de
transformar el pacto social; y además, de transformarlo desde abajo. A
la sociedad mexicana la alcanzó su Otoño: no puede negar más su fondo y
está obligada a romper la apnea que la ahoga para renacer.
Nos llegó la Revolución de los #43. Y entiéndase esta revolución como
lo que es: el despertar de las conciencias, la politización de la vida
pública, la socialización de la información ciudadana, la ruptura de la
negativa a la movilización, el descrédito de la clase política, el fin
de la complicidad con quienes nos impiden crecer, la certeza de que la
respuesta está entre nosotros: la posibilidad real de un cambio que
venga desde la sociedad civil.
Llegamos a un punto sin
retorno en donde como sociedad, no tenemos otra sana opción más que
madurar. Nuestro Otoño nos conduce a la ciudadanización de un pueblo
dormido que ha despertado, porque lo han despojado hasta del miedo. El
único planteamiento viable dentro de los discursos que se han escuchado
hasta hoy, es el de la deconstrucción y la reinterpretación del poder y
los poderosos.
Con la contundencia que dan más de 150 mil
corazones y gargantas latiendo y gritando por un México mejor, quedó
claro que las instituciones, en su versión actual, han quedado
rebasadas, anquilosadas y absolutamente extintas.
Las
respuestas que nos daban ayer, no pueden ser las que den hoy; los
mecanismos adormecedores de legitimación que se habían empleado
tradicionalmente en la política mexicana y en el quehacer
gubernamental, han quedado completamente invalidados; los discursos de
una derecha y una izquierda anacrónicas ya no son bien recibidos. Hoy,
la sociedad pide respuestas convincentes, trato digno, acciones
concretas, inclusión… La sociedad pide Estado y no simulaciones de
Estado.
Si la vía partidista se ha agotado y el rojo, el
verde, el azul y el amarillo se amalgaman en el más profundo de los
negros; si el Estado de derecho se extravió; si decidimos no confiar
más en “ellos”; ¿Qué camino debemos seguir? Seguramente, el que se ha
venido trazando desde hace más de un mes: el de la sociedad civil.
Una sociedad civil que a diferencia de las movilizaciones más recientes
como la de #yosoy132, está siendo capaz de romper las barreras
partidistas, de clase y etarias. En esta ocasión, estamos todos
convocados porque a todos nos atañe, porque todos estamos en riesgo,
porque todos hemos perdido algo, porque todos tenemos algo que perder y
porque todos tenemos todo que ganar.
En esta ocasión, nadie
puede arriesgarse a venderse, porque se vende al país entero; y nadie
puede arriesgarse a excluir una sola voz, porque acalla la propia. A
diferencia de otras situaciones que nos han sacado a la calle, esta no
es una “llamarada de petate”, porque ya entendimos que con la apatía y
el entreguismo, se nos va la vida.
La noticia de los indicios
del hallazgo de los posibles restos de los 43 jóvenes de Ayotzinapa, el
momento en que se hizo y la crudeza e innecesario amarillismo con el
que se relataron los detalles, así como el cinismo con que la
autoridades han negado repetidamente su responsabilidad por acción y
omisión parecían intencionar un golpe mortal a la esperanza y a la fe;
parecía ser un muro con el que la gente toparía para no avanzar más,
derrocada por el dolor, la desesperación y la desesperanza. En las
calles la gente se veía desolada, el enojo era evidente, la tristeza no
podía negarse.
Pero de nuevo, los padres de estos jóvenes
alimentaron la Revolución de los #43, pidiendo que nos los olvidemos,
porque si así lo hacemos, los verdugos ganan. Una vez más, esos padres
nos invitaron a entregar nuestro corazón al negarse a creer que las
cosas tienen que terminar con el contundente “ya me cansé” del
Procurador de Justicia con el que cerró la rueda de presa en la que dio
los anuncios de las investigaciones y de un gobierno que ha sido
incapaz de hacer lo que le corresponde: gobernar, proteger nuestras
vidas, promover la democracia real. Así, esa misma noche, aunque triste
y dolorosa, se encendieron velas y corazones de forma tal decidimos
(porque es una elección) seguir en la lucha; porque si en nosotros
Ayotzi vive, la lucha sigue. Y la lucha sigue no sólo por ellos, sino
por cada uno de nosotros, por los que ya no están y por los que
vendrán. Este no es reclamo local o temporal, es un grito por el
rescate del sentido de la humanidad que hemos perdido, por el derecho a
la vida digna, por deseo de construir en nuevo sentido del ser y del
estar en el mundo. Seguramente por eso la demanda que día a día
enarbolamos, el mundo la ha hecho suya: porque es lo que todos
esperamos para cada uno de los que estamos aquí y los que están por
venir.
La marcha del 8 de noviembre no fue tan festiva como
las otras, pero sin duda, ha sido la más emotiva hasta este momento.
Llena de familias, niños, abuelos, jóvenes, estudiantes, profesores,
trabajadores, todos unidos en un profundo dolor, también estábamos
llenos de esperanza y firmes en la decisión de que en esta ocasión, no
daremos un paso atrás y no nos permitiremos enterrar la fuerza con la
que caminamos; esta vez, la calle gritaba que no nos permitiremos dejar
pasar la oportunidad que la historia nos da para redefinirnos.
No obstante, aunque la energía sigue presente, estamos llegando al
punto en que el discurso y la toma de las calles, pronto serán
insuficientes. Cuando la movilización no se concreta y se queda sólo en
el crisol del reclamo justo y los buenos deseos, poco a poco y de forma
natural, la gente la va abandonando. Ahora toca pensar en frentes que
permitan materializar la lucha, canalizar las expectativas y dar
espacio concreto a todas las voces.
Si bien es cierto que las
vías institucionales son justo las que en este momento se critican y
desmoronan, una propuesta valida es la exploración de la redefinición
de las estructuras partidistas vigentes, los mecanismos de acceso al
poder, las instancias del diseño legislativo y la construcción
sustantiva, no sólo formal o normativa, de la gobernanza. Será esta
quizá, la única manera de mantener viva la Revolución de los #43 en el
espacio público, así como en lo cotidiano.
Eso nos obliga a
mirar las experiencias recabadas en otras latitudes; tal vez sea ahí en
donde podamos obtener algo de luz, para este túnel que parece tener
final. Recientemente en China los jóvenes, con la Revolución de los
Paraguas, se han manifestado de forma contundente y original a favor de
una democracia real; los estudiantes chilenos no ceden en su afán por
una educación amplia y de base extendida y democrática; y en España el
partido de muy reciente creación llamado PODEMOS, que nació en filas de
la academia, ha logrado no sólo atemorizar a los viejos partidos de
derecha e izquierda, sino unificar deseos y posiciones, construir un
discurso político novedoso y avanzar en las urnas dando voz a una
sociedad segregada y acallada por una élite política corrupta y en
decadencia; justo como la nuestra. Salvando las diferencias existentes
y entendidas las particularidades de cada espacio y sociedad, estos no
dejan de ser ejemplos de gran valía en el proceso de aprendizaje en el
que nos encontramos inmersos. Ver a nuestro alrededor y explorar nuevos
caminos, nos puede brindar aliento y estimulo; nos da la posibilidad de
pasar de lo aparentemente abstracto a lo innegablemente concreto.
No nos prestemos a la provocación. La tentación de irse con la inercia
del juicio fácil y acrítico representa un altísimo riesgo. Conservemos
la atención alerta y los argumentos claros para no distraernos de lo
relevante, de lo real. Mantener la cabeza alta y clara, con perspectiva
a futuro, sabiendo que esta revolución debe convertirse en la
Revolución que posicione a México a la altura de las expectativas de
los mexicanos, es lo que nos permitirá hacer frente a los embates que
se vienen. Que no extrañen las infiltraciones, los argumentos pobres y
los actos vandálicos promovidos por agentes interesados en desarticular
la lucha justa. Es momento de cerrar las filas de la conciencia y la
solidaridad, de no distraernos, de no cansarnos y de no perder la fe
que se necesita para seguir avanzando y construyendo.
Nuria Ortega Font. Socióloga
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