Mario Campos
Sí, Ayotzinapa nos duele por los estudiantes, por sus familias, por sus compañeros. Porque nadie debería pasar por lo que están viviendo y merecen saber en dónde están los 43 jóvenes desaparecidos.
Pero también duele y preocupa porque el caso ha exhibido la fragilidad del Estado mexicano. Se lo dijo al presidente Peña Nieto uno de los padres de familia: no son ni el 10 por ciento de lo que imaginaba. Y tiene razón. Porque al menos yo siempre había creído que si el gobierno no resolvía un secuestro o un crimen era porque no quería. Que el problema era la falta de voluntad, el desprecio por la vida de los ciudadanos.
Hoy ya no pienso así. Con tristeza descubrimos cada día que pasa que si no hay solución no es porque no quieran, es porque no pueden. Y eso es todavía peor.
Cuando el secretario de Gobernación o el vocero presidencial dicen que hay diez mil militares, policías federales, investigadores y más en Guerrero, en vez de transmitir confianza, aumentan la percepción de vulnerabilidad. Porque si toda la fuerza del gobierno federal es incapaz de dar con ellos, entonces ¿qué podemos esperar de las policías municipales o estatales?
Cada vez que el procurador Murillo Karam o cualquier otro funcionario dice que van a capturar a José Luis Abarca y su esposa, el mensaje de fondo es que a pesar de ser una prioridad para el gobierno, no fueron capaces de frustrar su huída ni de localizarlo aunque ya han pasado más de 30 días desde que comenzó la crisis.
El panorama es desolador. Se trata, como admitió el Secretario Osorio Chong, de la situación más grave que ha enfrentado el gobierno. La historia ha llegado al Parlamento Europeo, al Vaticano y a la Casa Blanca. Ayotzinapa ha sido el golpe más duro a toda la estrategia del gobierno del presidente Peña Nieto Y ni así han podido dar con los estudiantes ni con todos los responsables.
¿Qué nos dice eso de las capacidades del gobierno para aplicar el estado de derecho?, ¿Cómo quedan las áreas de inteligencia civiles y militares?, ¿La procuraduría, la Policía Federal?
Y esta otra crisis, lo reconozca o no el gobierno, es tan grave como la tragedia original de Ayotzinapa, porque esa debilidad o falta de competencia es percibida por los ciudadanos que se saben y sienten desamparados, pero también por los grupos de la delincuencia que hoy saben que no tienen enfrente al poderoso Estado que puede hacerse sentir cuando quiere, sino a una maquinaria incapaz de resolver hasta el caso más importante que ha enfrentado en muchos, muchos años.
Aunque fuera sólo por esto, y no por razones de elemental humanidad, las autoridades deberían de asumir el tamaño del problema, dejar de lado la grilla que busca culpables en vez de soluciones, y enfocarse en cumplir con su obligación en vez de la desastrosa política de comunicación que han seguido hasta ahora.
Basta de conferencias huecas que no dicen nada nuevo, de generar expectativas que no se cumplen, de mandar mensajes cruzados. Ayotzinapa es la medida de la capacidad del Gobierno Federal, por eso es un tema de Estado y por eso es tan importante su inmediata solución.
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