El
principal adversario a vencer por Margarita Zavala para convertirse en
candidata de Acción Nacional a vivir y despachar por segunda ocasión en
Los Pinos no es, como generalmente se estima Ricardo Anaya, el
presidente del instituto controlado por una docena de familias y
calificado como “gandalla” por usar la presidencia panista para aspirar a
la principal candidatura de 2018. Tampoco lo es Rafael Moreno Valle, el
gobernador que dispone del presupuesto poblano para promoverse y llevó
al Palacio de Gobierno a José Antonio Gali, quien lo respaldará en el
caso de que sea el aspirante presidencial.
Tampoco serán los principales adversarios de Zavala Gómez del Campo en la puja por la silla más importante de México, el moreno Andrés López Obrador, o bien Miguel Ángel Osorio, José Antonio Meade o cualesquiera de los prohombres del
Revolucionario Institucional, pues todavía no se observa que Claudia
Ruiz Massieu tenga los tamaños para tal encomienda y su tío –el magnate
Carlos Salinas– la fuerza suficiente para imponérsela a Enrique Peña,
quien no descansa en los afanes por promover a su delfín Aurelio Nuño.
El
principal obstáculo para que la señora del reboso gane la batalla para
representar a su partido en la puja por la Presidencia es precisamente
su esposo Felipe Calderón, el guerrerista que con tal de legitimarse
como presidente después de una elección que muchos aún consideran que no
ganó y se robó el máximo cargo institucional de México con el decisivo
apoyo de los poderes fácticos locales y de George W. Bush, desató la
“guerra contra el narcotráfico” que costó 121 mil vidas humanas –cifras
oficiales en vías de ser superadas por los que juran “Mover a México”–,
desplazó de sus viviendas, centro de trabajo y ciudades a cientos de
miles de paisanos e instauró el atropello generalizado a los derechos
humanos por el Ejército, la Marina y la Policía Federal.
El
enorme peso que ese pasado-presente tiene en el imaginario colectivo,
lo corroboró Zavala el día 23, en Ciudad Juárez, en el café Nueva
Central, durante una reunión con diputadas locales y regidoras. Allí
decenas de comensales la rechazaron y uno gritó: “Calderón y su esposa
no son bienvenidos en Juárez”. Y explicó que los juarenses “no olvidan
los miles de muertos que ocasionó el gobierno en Chihuahua y Juárez en
particular, con su supuesta guerra contra el narcotráfico”; “el daño
provocado a esta frontera es inmenso, además de los abusos cometidos por
las fuerzas armadas”. Otras personas se acercaron a la mesa de la
panista.
Es previsible que ésta sea la constante
en las giras de la abogada y por ello anunció: “No quiero ser etiquetada
como la esposa del expresidente de México, ya que somos personas
diferentes y buscaré borrar ese estigma, para demostrar y convencer que
no somos la misma persona”.
Por supuesto que son
dos personas distintas, pero como primera dama –cualquier cosa que tan
ridículo título signifique–, fue harto solidaria con la guerra de su
esposo, como lo demostró durante la visita de éste a la colonia Villas
de Salvárcar, donde una mujer cuyo hijo murió en la matanza del 31 de
enero de 2010, le explicó por qué no eran bienvenidos, y otras madres
les dieron la espalda durante el acto oficial realizado el 2 de febrero.
Y Margarita intentó reunirse con las madres, mismas que la rechazaron
porque el soldadito de plomo calificó a sus hijos de “pandilleros”,
desde Japón y sin tener la menor información. El tipo era y es de “mecha
corta”. Y esto también perjudicará y mucho a la precandidata.
IbarraAguirreEd
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