Por José Gil Olmos
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En la política mexicana hay
muchos sablistas o tramposos que para sus partidos representan una carga
indeseable, pero imposible de borrar. Se trata de una pléyade de
exgobernadores de todas las fuerzas políticas que han endeudado a sus
estados y se han enriquecido de manera ilegal, sin que la justicia les
haya tocado un solo pelo.
Un sablista, según una definición legal, “es aquel estafador
que con mentira en los motivos y falsedad en la promesa de restitución
obtiene, en ocasiones, dinero para sus necesidades, y con más frecuencia
para su holganza y vicios, con el fiel propósito de no devolverlo”.
Mejor
definición no podíamos haber hallado para ese grupo de exgobernadores
del PRI, PAN y PRD, aliados con otros partidos, que han saqueado las
arcas estatales y no reciben ningún castigo, al contrario, algunos de
ellos continúan con su vida política y tienen como premio el
solapamiento.
No es difícil ubicarlos, porque sus nombres sigue siendo
actuales: el exgobernador del PAN en Sonora, Guillermo Padres,
actualmente prófugo, acusado de enriquecimiento ilícito; Fausto Vallejo,
exgobernador del PRI en Michoacán, acusado de recibir dinero de los
Caballeros Templarios; Juan Sabines, el exgobernador de Chiapas apoyado
por el PRD, PAN y Nueva Alianza y actual cónsul en Orlando, a quien se
acusa de provocar una deuda de más de 40 mil millones de pesos al
estado, y los hermanos Rubén y Humberto Moreira, gobernador y
exgobernador de Coahuila, investigados por desvío de recursos públicos.
En esta lista de exgobernadores impresentables del PRI
también estarían el oaxaqueño Ulises Ruiz, que desfalcó el erario con
más de 3 mil 500 millones de pesos, así como Mario Marín, de Puebla;
Tomás Yarrington, de Tamaulipas; Rodrigo Medina, de Nuevo León; Jesús
Murillo Karam de Hidalgo, y Fidel Herrera, de Veracruz, además del
perredista Ángel Aguirre Rivero, en Guerrero, y el exgobernador panista
Emilio González, en Jalisco.
Todos y cada uno de estos exmandatarios tienen un historial
negro de corrupción e impunidad por el de desvío de recursos públicos
con los que se han enriquecido.
El expediente de cada uno de ellos engrosa la creciente
desconfianza ciudadana en toda la clase política y, sin excepción, en
cada uno de los partidos.
Es por ello que el caso del gobernador de Veracruz, Javier
Duarte, a quien el PRI le retiró sus derechos partidistas para que la
investigación de la Procuraduría General de la República (PGR) no tenga
ningún obstáculo, vaya encaminado a ser un fracaso como chivo expiatorio
de esa fuerza política.
Este caso no le va a alcanzar al Revolucionario
Institucional para recuperarse de la imagen de corrupción que ya tiene
por otros personajes igualmente salpicados como es el propio presidente
Enrique Peña Nieto.
De cara a las elecciones del próximo año –donde la más
importante será la del Estado de México por el número de electores y
porque es la entidad del grupo en el poder presidencial, pero también
para los comicios presidenciales de 2018–, al PRI le urge lavarse la
cara y por eso querrá deslindarse de Javier Duarte y de otros
gobernadores acusados igualmente de corrupción, como César Duarte, en
Chihuahua, y Roberto Borge, en Quintana Roo.
Sin embargo, la corrupción deja una huella indeleble en
todos los sablistas tramposos que igual son priistas que panistas,
perredistas y miembros de todos los demás partidos políticos como el
PVEM, que tiene el mayor número de sanciones en el Instituto Federal
Electoral.
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