Este
2 de octubre se conmemoran 48 años de la matanza ocurrida en la Plaza
de las Tres Culturas, en Tlatelolco, Ciudad de México. Con la represión,
el gobierno del entonces presidente de la República, Gustavo Díaz
Ordaz, acabó con el movimiento social que aglutinaba a estudiantes de
instituciones públicas y privadas de educación media superior y superior
del país.
Primero
por la cerrazón informativa y luego por el centralismo que priva
incluso entre los activistas, hoy se recuerda al movimiento estudiantil
de 1968 como un asunto casi exclusivo de los alumnos de la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Politécnico Nacional
(IPN). Por supuesto que los contingentes de estas dos instituciones
fueron los más numerosos y los que, por ello, decidían el rumbo que
tomaba la emergente organización de estudiantes. Pero en las protestas
participaron muchas otras escuelas y universidades. Y no nos referimos a
las públicas (como las de Bellas Artes) y privadas (como la
Iberoamericana) del centro del país, que también lucharon.
Nos referimos a las escuelas normales rurales que, desde las regiones donde se encontraban, se movilizaron y pusieron en jaque
al gobierno federal. De hecho, a través de su Federación de Estudiantes
Campesinos Socialistas de México (FECSM), los normalistas rurales eran
los únicos que podían darle un carácter realmente nacional al
movimiento. Varias de las marchas que entonces se realizaron en la
Ciudad de México fueron nutridas también por contingentes de normalistas
rurales. Otras movilizaciones que se realizaron en la capital del país
tuvieron réplicas en los estados de la república, organizadas y
encabezadas por los estudiantes campesinos.
La masacre del 2 de
octubre en Tlatelolco cortó de tajo las protestas y la organización.
Pero no fue el único ni el último golpe ejecutado contra los
estudiantes. Todavía no se lavaba la sangre de la plaza y las calles
aledañas, cuando Díaz Ordaz ya había lanzado a los militares y a la
Dirección Federal de Seguridad (DFS) contra los normalistas rurales.
Poco
se ha dicho de lo que vino después de ese 2 de octubre: en lo que restó
de 1968 y a lo largo de 1969 las tropas se enfrentaron con los
estudiantes que se negaban a desalojar sus escuelas. Los operativos
estuvieron a cargo de la Secretaría de Gobernación, encabezada por Luis
Echeverría; la Secretaría de la Defensa Nacional, a cargo de Marcelino
García Barragán, y la DFS, cuyo mando era el capitán Fernando Gutiérrez
Barrios.
Para octubre 1968, 31 instituciones estaban organizadas
bajo las siglas de la FECSM: 29 escuelas normales rurales y dos centros
normales regionales. El Diazordacismo cerró 16. Literalmente, a sangre y
fuego. Si poco se sabe de la matanza de la Plaza de las Tres Culturas,
menos de las que ocurrieron para contener a estudiantes insumisos como
los normalistas rurales en regiones apartadas de la amplia geografía de
la República Mexicana.
En la Galería 1 del Archivo General de la
Nación (AGN) se integró, a petición nuestra, una versión pública de todo
lo que los agentes del régimen espiaron de los estudiantes de la FECSM
entre 1962 y 1987. Se compone de más de 10 mil fojas apiladas en 31
legajos. Y más allá del lenguaje rupestre e ideologizado de los
policías, se puede leer cuáles escuelas y centros regionales cerró el
régimen: La Huerta, Michoacán; Galeana, Nuevo León; Champusco, Puebla;
Palmira, Morelos; Santa Teresa, Coahuila; Huichapan, Hidalgo; Reyes
Mantecón, Oaxaca; Salaices, Chihuahua; San Diego Tekax, Yucatán;
Tamatán, Tamaulipas; Xocoyucan, Tlaxcala; Zaragoza, Puebla; Jalisco,
Nayarit, y Perote, Veracruz; y Ciudad Guzmán, Jalisco, e Iguala,
Guerrero.
Se puede saber, asimismo, que la intención del régimen
era cerrar todas las escuelas. Sólo desapareció las que pudo en ese
momento y dejó para después la supresión de las demás.
En las
fichas también se advierte la estrategia que llevaron a cabo las
autoridades ante escuelas de suyo insumisas. Buscaron minar la relación
de ayuda mutua entre los planteles y las poblaciones aledañas. La
priísta Confederación Nacional Campesina (CNC) sirvió para condicionar
apoyos a pobladores que se opusieran al cierre de las escuelas y para
gestionar premios a favor de quienes ignoraran el llamado de los
estudiantes.
En los reportes de los agentes se consignan cuántos
poblados podrían acudir en auxilio de los estudiantes, cuántos hombres y
mujeres se esperarían, qué capacidades de resistencia podrían
aglutinar, con qué herramientas de trabajo cuentan y qué cantidad de
alimentos podrían disponer.
Cuando Díaz Ordaz y Luis Echeverría
tuvieron la lista de la situación de cada normal, echaron a andar los
operativos. Formaron grupos de policías y soldados a los que
disfrazaron de “campesinos de la CNC” y los trasladaron a las afueras de
los planteles. Ahí iniciaban las luchas campales por la disputa de las
escuelas. Las tropas aguardaban para que, armadas, “disolvieran” las
peleas y ocuparan las instalaciones. No hay registros, en los archivos
del AGN, de cuántos estudiantes murieron, cuántos fueron detenidos y qué
proceso llevaron ni si hubo desaparecidos. La estructura de la FECSM
tuvo que pasar totalmente a la clandestinidad. En 1972 regresó a la
semiclandestinidad, condición que mantiene hasta el día de hoy.
Desafortunadamente
la agresión del 26 de septiembre de 2014 contra normalistas rurales en
Iguala no fue la primera ni será la última. El Estado ha decidido
desaparecer ese modelo educativo. No ha podido, gracias a la defensa que
realizan los estudiantes y a la solidaridad de las comunidades
campesinas que los respaldan. Los normalistas rurales saben que el
vínculo escuela-comunidad es vital para la sobrevivencia de las
escuelas. Fortalecerlo, es una de las tareas que no pueden relegar.
En
esta misma semana se conmemoran dos de las innumerables agresiones
contra los normalistas rurales: la de hace 2 años (por la que exigimos
la presentación con vida de los 43 y el castigo a los perpetradores
intelectuales y materiales) y la de hace 48 años, que concluyó con el
cierre de 16 planteles y un número indeterminado de víctimas. En 1968
los militares también se ensañaron con los estudiantes campesinos. No
olvidamos. No olvidemos.
Zósimo Camacho
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