Por Jesusa Cervantes
(Proceso).- Durante su
gestión, el panista Felipe Calderón Hinojosa pretendió combatir la
delincuencia organizada con un Estado sucio y corrupto. Contó para ello
con un gran presupuesto para instrumentar una “represión sucia con
desapariciones forzadas”.
El priista Enrique Peña Nieto no sólo sumó a las pifias de su
predecesor “la represión social” contra grupos que buscaban detener las
violaciones masivas a derechos humanos; también se metió a negociar con
grupos criminales. El resultado: más fosas y más desapariciones
forzadas.
Así resume Edgardo Buscaglia lo que ha pasado en México durante los
últimos dos sexenios. Y advierte: las desapariciones forzadas en el país
no son producto de una junta militar, sino de “un fenómeno atomizado”
que se va trasladando de un lugar a otro. Forman parte de la corrupción y
la impunidad donde 99.9% de los casos no se resuelven.
Según el especialista en seguridad, prevención y combate al delito,
temas en los que ha asesorado a países de cuatro continentes, eso es
resultado del vacío de poder. “Estamos ante un Estado fragmentado donde
algunos sectores se asocian a los grupos criminales; otros luchan contra
ellos, y así como hay policías que combaten a cárteles de la droga,
otros se les alinean”.
E insiste: las desapariciones forzadas empiezan a darse de manera
fragmentada en todo el país. “A veces son periodistas; otras, activistas
sociales: otras, empresarios que se niegan a ser extorsionados, otras
pueden ser entre los mismos delincuentes”.
En junio de 2013 la Comisión Nacional de los Derechos Humanos
contabilizó 27 mil 243, cifra similar a la que reportó la Secretaría de
Gobernación: 27 mil 523.
En marzo de 2016, el gobierno de Enrique Peña Nieto, por medio del
Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública,
admitió que la cifra creció a 28 mil 161 personas. A ellas habría que
sumar las 43 desapariciones forzadas de los estudiantes de Ayotzinapa.
Ellos fueron calcinados por el grupo criminal Guerreros Unidos, según
“la verdad histórica” construida por Tomás Zerón cuando fue titular de
la Agencia de Investigación Criminal de la Procuraduría General de la
República. Hoy, este personaje es secretario técnico del secretariado
encargado de contabilizar a los desaparecidos.
“Pax” mafiosa
Edgardo Buscaglia sostiene que, antes de combatir a la delincuencia
organizada y “lanzar a las Fuerzas Armadas o policiacas a la calle,
primero se debe limpiar mínimamente al Estado”, algo que no hizo
Calderón. Y, añade, deben establecerse controles patrimoniales
democráticos a funcionarios y policías, así como una ley de extinción de
dominio que apliquen las unidades de investigación patrimonial
autónomas en cada entidad federativa que trabajen en red.
Asimismo, dice, debe haber una prevención social y una prevención de
corrupción política para evitar la filtración del crimen organizado en
las listas de candidatos a cargos de elección popular en todos los
niveles.
Si no se limpia el Estado sucio, advierte, la corrupción aumenta
exponencialmente a nivel operativo. Y pone un ejemplo: cuando Genaro
García Luna estuvo al frente de la Agencia Federal de Investigación, los
policías federales ya estaban corrompidos.
Así, cuando Calderón lo nombró titular de la Secretaría de Seguridad
Pública y le otorgó un presupuesto 20 veces superior, la corrupción se
incrementó; peor aún, los delitos y violaciones a los derechos humanos
se dispararon, explica.
Y puntualiza: Al incrementar el presupuesto a la Policía Federal
(PF), Calderón sólo le echó gasolina al fuego. Además, indica, lo hizo
contar con instituciones de prevención social en medio de vacíos de
Estado, sin someter a la policía a una auditoría social.
“¿Cómo pudo ocurrírsele aumentar la capacidad represiva a través de
presupuestos altos? Lo único que hizo fue crear este tsunami de más de
27 mil desaparecidos.”
Lo que hoy tiene México es represión sucia con desapariciones
forzadas, gente colgada en las calles, comandos de la PF secuestrando a
sus propios compañeros, activistas sociales. Calderón nunca entendió que
con un Estado fragmentado y sucio era imposible combatir a la
delincuencia organizada, sostiene Buscaglia.
Abunda: en este clima de impunidad y corrupción, pequeños pedazos de
la PF trabajan para grupos criminales, como el Cártel de Sinaloa; otros
se alinean con Los Zetas o con La Familia Michoacana, etcétera. Hoy,
ellos mismos comienzan a limpiar sus territorios para los grupos
criminales. En ese proceso de limpia caen ángeles y demonios.
Ante la impunidad –99.9% de las desapariciones jamás se resuelven–,
los grupos criminales piensan en los costos y beneficios: si no hay
sanción por asesinar a alguien o enterrarlo en una fosa, las cosas
pueden seguir.
En su reporte entregado al Senado en febrero último, la Procuraduría
General de la República (PGR) indica que de agosto de 2006 a octubre de
2015 el gobierno localizó 662 cuerpos en 201 fosas.
El año más crítico fue 2011, cuando se detectaron 26 fosas en
Veracruz, Tamaulipas y Durango. En la última entidad había 53 cuerpos,
según la PGR. Sin embargo, la prensa local reportó 231, la mayoría no
identificados, y denunció que las autoridades estatales exhumaron los
cadáveres con trascabos y retroexcavadoras, “como si se tratara de
cascajo”.
Según el reporte de la procuraduría, entre octubre de 2014 y junio de
2015 en Iguala, Guerrero, se descubrieron 63 fosas con 133 cuerpos:
ninguno era de los estudiantes de Ayotzinapa.
Buscaglia comenta al respecto: Las desapariciones donde participa el
crimen organizado son por disputas territoriales, como en Durango.
Cuando ello sucede, las convenciones internaciones lo consideran “un
conflicto armado”, pues algunos elementos del Estado se alinean con
alguno de los bandos, mientras la población civil queda en medio de los
enfrentamientos.
“Durango sufrió uno de los más altos índices de desapariciones
forzadas; luego se colapsa ese índice una vez que el Cártel de Sinaloa
toma el territorio y establece a sus funcionarios”, señala el
especialista.
Explica: dada la crónica incapacidad del Estado mexicano para
procesar casos, imponer castigos y desmantelar redes criminales por
falta de controles patrimoniales, la tasa de homicidios se reduce porque
un grupo criminal se adueña del territorio, desplaza a sus rivales y
hace alianzas con el gobierno. Esa es la pax mafiosa.
Los tsunami de desapariciones forzadas y homicidios obedecen sólo a
los conflictos, aleatorios o no, entre las redes criminales. Cuando un
grupo triunfa, va en pos de otro territorio. Ante el vacío de poder del
Estado, las bandas criminales son las que imponen las tasas de
desapariciones, no el Estado.
Buscaglia, presidente del Instituto de Acción Ciudadana en México,
recuerda que en los ochenta había una “pirámide de comando y control”
del gobierno federal. El crimen organizado formaba parte de ella, pero
durante la pretendida “transición democrática” se desmantelaron las
instituciones autoritarias. Lo grave es que no se sustituyeron.
Y pone un ejemplo: Lo que hizo Vicente Fox con el Centro de
Investigación y Seguridad Nacional no fue sustituirlo por una policía
democrática. Además, en las entidades siguen los mismos jueces. “Con esa
pirámide de comando de control desquebrajada, el crimen organizado
comenzó a financiar a los políticos y a imponer policías y funcionarios.
También hay grupos que cometen desapariciones forzadas. “Forman parte
del Estado y los conforman policías estatales. Ellos son los que cavan
las fosas, extorsionan gente, asesinan”.
Cita el caso de Chiapas, donde, como sucedió en Afganistán, “un
pedazo del Estado trata de imponer la ley a otro pedazo del Estado,
asediando a fiscales y deteniéndolos. Eso me tocó verlo. Y esto es
difícil de resolver porque no está sujeto a una orden de Los Pinos, Hoy,
el presidente Peña Nieto es un cero a la izquierda, una figura
simbólica con menos poder que la reina de Inglaterra”.
Buscaglia insiste: Peña Nieto continuó con los errores de Calderón en
la persecución al crimen organizado, y además lo hizo sin implementar
ninguna medida de control patrimonial ni de prevención para atacar la
corrupción política.
Peor aún, “se metió a negociar con los grupos criminales, como en
Michoacán. Ahí neutralizó a los grupos sociales que defendían a la
población. Con ello agregó a los errores de Calderón la represión a los
grupos sociales y la entrega incondicional de territorio (a los
criminales)”.
También habla de otros estados, como Chihuahua, donde ese mismo
esquema se aplicó pero no de manera pública. Afirma que hoy el control
de esa entidad lo tienen los grupos criminales.
Buscaglia también menciona el caso de Cherán, donde Peña Nieto ha
enviado a la PF y al Ejército para fragmentar a esa comunidad indígena y
reprimirla. Al mismo tiempo empieza a incrementarse la violencia, la
violación a los derechos humanos, las desapariciones forzadas y el
descubrimiento de fosas clandestinas.
Frente a esa realidad oprobiosa, dice, los familiares de víctimas y
desaparecidos deben crear una sola agrupación, una Comisión de la
Verdad, y elaborar una agenda nacional; deben buscar el respaldo y
financiamiento de organismos internacionales, como el Alto Comisionado
de Naciones Unidas para Desapariciones, invitar a técnicos extranjeros
para organizar sus descubrimientos y testimonios, y pedir asesoría a
jueces o exjueces extranjeros.
Recomienda que, una vez organizados, deben “rodear el Congreso”,
ejercer presión para que las autoridades respondan por los
desaparecidos. Dice que un ejemplo digno es el de los padres de los
normalistas de Ayotzinapa, a quienes el gobierno de Peña Nieto no ha
podido dividir.
“Ellos han tenido la mejor práctica internacional, apoyo en Europa.
Han hecho escándalo mediático. Ya pusieron en jaque al gobierno. Tarde o
temprano su caso va a llegar a la Corte Penal Internacional.”
Advierte que cuando las organizaciones de víctimas empiezan a
aglutinarse, el gobierno trata de cooptarlas, bloquearlas, meterles
miedo, darles dinero. “Nunca había visto tanto reparto de dinero como en
México. En Brasil, Colombia o Argentina nunca vi algo así”.
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