La Jornada
Norman Mailer había anunciado un
cambio de ritmo en la sociedad estadunidense: “Hay que alentar al
sicópata que somos cada uno de nosotros, explorar esas zonas de
experiencia en las que seguridad es sinónimo de aburrimiento y, por
consiguiente –de depresión–, de enfermedad; hay que vivir en el
presente, en el enorme presente, vacío de pasado y de futuro, de memoria
y de proyecto. Vivir una vida en la que se camina hacia la destrucción o
el éxtasis; hay que poner en juego toda la energía para afrontar las
situaciones imprevisibles; hay que ‘iniciarse’: de lo contrario, uno
está condenado” (Antología, Norman Mailer, Ed. Tiempo Contemporáneo).
Mientras Mailer advertía de ese enorme presente en el que refugiarse
para vivir o destruir el mito de la Norteamérica presente, en México de
acuerdo con datos del Coneval uno de cada cinco mexicanos sufre la
falta de acceso a la alimentación, lo que en lenguaje llano quiere decir que padece hambre. ¿El 20 por ciento de la población? (La Jornada, 1/3/17).
En la experiencia de los que viven en el hambre todo pareciera
situarse en el margen, en las fronteras, en el exilio, en el silencio,
en la exclusión, en la tierra de nadie, en el desarraigo, en la no
pertenencia, en el
no ha lugarde la ley, de la fragmentación.
Inframundo donde los fantasmas danzan en incesante carrusel de
escenas grotescas fantaseadas y reales, donde la angustia es el afecto
predominante, donde la muerte, las pérdidas y los duelos no dan tregua,
allí donde la falta de lenguaje condena al sujeto al grito y al
silencio. Individuos que han sido violentamente silenciados y que, por
añadidura, silenciaran a los suyos en forma violenta. Grito acompañado
de ecos terroríficos cuyo origen, sin origen, emerge de la oquedad, del
vacío, de la disonancia Mascarada de dolor y desencuentro, escenario del
terror sin nombre. Duelos negros, muy negros.
Herederos usufructuarios de desnutrición, depresión, carencias de
toda índole y duelos no elaborados, los niños vienen al mundo en
condiciones precarias llevadas al extremo: servicios médicos
inaccesibles, inadecuado aporte nutricional y para agravar aún más la
situación llegan a un hogar donde privan el ruido, el hacinamiento y la
miseria.
La mayoría de ellos crecen entre una madre deprimida y un
padre ausente, o bien con problemas de adicciones y violencia. Crecen en
su mayoría en hogares de un solo padre, donde varias figuras sustitutas
ejercen los cuidados, pues la madre con frecuencia tiene que laborar
fuera del hogar.
Hogares que se convierten en excelente
caldo de cultivopara las neurosis traumáticas. Ruido, violencia, confusión de roles, hostilidad, falta de privacidad o intimidad, obediencia por imposición, relaciones incestuosas y vinculaciones primitivas matizadas por el sadomasoquismo condicionan la
huidade los hijos, previa actuación, de un hogar sofocante.
La promiscuidad en los adolescentes condiciona embarazos no deseados y
es el inicio de una nueva familia que vendrá a engrosar las filas de la
marginalidad. En estas condiciones el nuevo niño nace cargado con la
estafeta de
no deseadoy de fantasías filicidas. Crece entre el rechazo y la desconfianza, el reproche y el autodesprecio; aferrado a un narcisismo de muerte, a la omnipotencia (enmascaradora de impotencia), condenado a perpetuar vinculaciones de índole sadomasoquista, cargado de rencor y odio hacia los demás y hacia sí mismo y limitado severamente en sus capacidades cognoscitivas y en los procesos de simbolización.
La nueva cultura estadunidense en su omnipotencia pretende enviarnos a los
millones
de mexicanos que encontraron casa, vestido y sustento en el país
vecino. Habrá que estudiar con anticipación y detenidamente la
integración de los doblemente exiliados con los diferentes niveles de
pobreza incluida la cercanía con el hambre.
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