CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La desenfrenada corrupción del gobierno
de Enrique Peña Nieto ha sido nuevamente desenmascarada. Se ha revelado
el método utilizado para el manejo ilegal de fondos del erario
destinados a apoyar al PRI en procesos electorales estatales, ejecutado
desde la Secretaría de Hacienda. Por comisión u omisión, los tres
titulares de esa dependencia este sexenio, así como el propio
mandatario, están presunta y claramente implicados en dicha tropelía.
La Fiscalía General de Chihuahua investiga el desvío de al menos 250
millones de pesos a las campañas electorales del PRI durante el gobierno
de César Duarte en el estado, cuando Manlio Fabio Beltrones era
presidente del PRI. De acuerdo con cientos de documentos revisados por
The New York Times y declaraciones de exfuncionarios vinculados al plan,
se depositaron cerca de 14 millones de dólares en las cuentas de cuatro
compañías fantasma; fueron utilizados para las campañas priistas en
2016 (NYT, 20/XII/17). Alejandro Gutiérrez, exsecretario del Comité
Ejecutivo Nacional del PRI, está preso, acusado de malversación de
fondos. Beltrones se amparó.
Duarte está prófugo y su proceso de extradición de Estados Unidos,
solicitado desde septiembre de 2017, ha sido indefinidamente postergado
por la Cancillería mexicana, debido a la cercanía del exgobernador de
Chihuahua con el presidente Peña Nieto. Otro personaje clave en el teje y
maneje del atraco, Luis Vega Aguilar, secretario de Finanzas y
Administración del PRI, también es amigo del mandatario. Por algo lo
puso ahí.
Luis Videgaray, José Antonio Meade, su tocayo González Anaya y el
jefe de los tres deben estar nerviosos. Ello se tradujo en una orden
presidencial temeraria: utilizar a la Secretaría de Hacienda como arma
política, a fin de frenar la investigación que ha develado el uso ilegal
de recursos públicos para fines electorales.
En conferencia de prensa, Javier Corral, gobernador de Chihuahua,
acusó al gobierno federal de haber cancelado 700 millones de pesos a
dicho estado como represalia por las investigaciones judiciales sobre la
defraudación perpetrada por su antecesor. La denuncia pública resulta
no sólo verosímil sino confirmatoria de un modo de operar el fraude
electoral y financiero, largamente practicado por el PRI.
Las respuestas confusas y falaces de González Anaya y Peña Nieto a la
acusación hecha por Corral exhiben la falta de argumentos del gobierno
federal.
Primero, Hacienda emitió un comunicado en el que desglosaba los
fondos entregados al gobierno de Chihuahua, sin mencionar los 700
millones reclamados por Corral. Al día siguiente, González Anaya explicó
en una entrevista televisada que dicho monto no había sido depositado
debido a que tenían “un número de cuenta equivocado” y aseguró que esos
recursos no se van a depositar, “pues son del ejercicio de 2017”.
Peña desdeñó la denuncia por tratarse de “un acto partidario” y, en
un desplante de cinismo extremo, declaró: “El presidente se conducirá
con su vocación democrática, con absoluta imparcialidad y apegado
estrictamente al derecho”. Lo que ha mostrado el mandatario es
exactamente lo contrario: vocación autoritaria, perversión de las
instituciones y desdén por la legalidad. Ahora se confirma por qué se
ufanó de que, si algo sabe hacer es “ganar elecciones”. Su destreza está
sustentada en la corrupción electoral. Así llegó al poder y así quiere
imponer a su sucesor.
Convertir a la Secretaría de Hacienda –cuya función primordial es
administrar el dinero público en beneficio de todos los mexicanos– en
instrumento de fraude e intimidación políticos es de extrema gravedad.
Utilizar los recursos del erario para financiar ilegalmente las campañas
del PRI y, una vez denunciado el saqueo, convertir a Hacienda en arma
de extorsión para obstruir una investigación judicial que comprueba la
corrupción del peñismo, es ominoso e intolerable.
El caso debe ser juzgado conforme a derecho hasta llegar a una
sentencia judicial –y una condena pública– contra todos los implicados
en el delito de corrupción, en sus diversas facetas: Peculado, desvío de
recursos públicos, abuso de funciones, encubrimiento, ejercicio ilícito
de la función pública y obstrucción de la justicia.
Ha quedado al descubierto la forma de operar el fraude electoral:
1. La Secretaría de Hacienda envía recursos a los gobiernos estatales del PRI.
2. Las secretarías locales de Hacienda asignan esos montos a
proyectos de inversión (en el caso de Chihuahua, al ramo educativo).
3. Se crean empresas fantasma donde se depositan los recursos y se simula la realización de los proyectos asignados.
4. De forma subrepticia, el dinero del erario se entrega en efectivo a
los funcionarios de los gobiernos y del PRI, federales y estatales,
para utilizarlo en las campañas políticas.
5. Con ese dinero ilegal, se procede a la compra clandestina de
espacios y voluntades en medios de comunicación, reparto de artículos
promocionales, así como diversas formas de compra y coacción del voto:
prestación de algún servicio público, programas sociales, despensas,
diversos productos para el hogar y dádivas en efectivo o a través de
tarjetas (caso Monex).
6. Paralelamente, los gobiernos del PRI pervierten o engañan a las
instituciones electorales y de procuración de justicia, tanto federales
como locales, a fin de poder cometer delitos electorales sin ser
sancionados.
7. La corrupción electoral se consuma en total impunidad.
Este tipo de atentado contra la democracia, el estado de derecho y la
dignidad ciudadana es lo que el gobierno y el partido de Enrique Peña
Nieto pretenden que siga impune, para poder repetirlo en el proceso
electoral de este año. Tal intención implica no sólo una idiosincrasia
putrefacta sino una inconsciencia y una irresponsabilidad monumentales.
El hartazgo social contra la burda corrupción electoral practicada por
el PRI mediante el envilecimiento de instituciones e individuos ha
llegado a su límite. Es imperativo acabar de una vez por todas con el
pacto de impunidad.
Este análisis se publicó el 14 de enero de 2018 en la edición 2150 de la revista Proceso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario