Siempre puede empeorar
México no es una isla;
su perfil político es un reflejo del mundo (del occidental, para ser
precisos) y el extremismo de derecha que florece en otros países, lo
hace también en el nuestro: en la derechización de la política a nivel
general.
La derechización de la política es un fenómeno que se
manifiesta en la reducción paulatina de los derechos humanos, y se
refleja en la caída del ingreso económico individual; que se aplica en
el desmantelamiento de las conquistas sociales y en la militarización de
la seguridad; es un proceso en el que las guerras son vistas como
negocios y se estimula la proliferación armamentística; la riqueza se
concentra en pocas manos y el hambre se extiende como epidemia. No se
trata de un fenómeno espontáneo ni de una manifestación retrógrada que
salió repentinamente del closet; es el resultado de un proceso
histórico, cuyo punto de inflexión se ubica en la década de los sesenta,
momento en que el ingreso percápita y las garantías individuales
alcanzan unos máximos históricos, para luego comenzar una caída que se
extiende hasta nuestros días, acompañada de una transformación
político-histórica en dirección hacia la derecha.
En México hubo un
amplio sector que disfrutó los privilegios de ese auge económico y que
se resistió al término del mismo, se manifestó de muy diversas maneras,
aunque tuvo su momento emblemático en el movimiento del 68, repelido de
forma brutal por un estado autoritario. Pero esta brutalidad sería
apenas el principio de un proto-estado que habría de gobernar el país
más peligroso del mundo. En los años siguientes el país adquiriría
deudas de tal dimensión que lo anclararán a su rol de economía
periférica, frenando de golpe sus posibilidades de desarrollo, para
luego seguir con la aniquilación de la economía, a través de la
especulación bancaria y, posteriormente, con el sabotaje de todas las
industrias nacionales, bajo la premisa de la privatización
neoliberalista.
El avance del proyecto de derecha provocó la
evolución de la resistencia popular en un movimiento de izquierda, que
se vio prematuramente acelerado por el terremoto del 85, pues la crisis
humanitaria, provocada por el siniestro, exhibió la ineficacia del
gobierno frente a la emergencia, mientras que se revelaba la acción y
poderío una sociedad solidarizada. El impulso de esta toma de
consciencia alcanzó para llevar a Cuauhtemoc Cárdenas a ganar la
elección de 1988. Sin embargo el triunfo no sería reconocido y, por lo
contrario, develaría una regla fundamental del proceso de derechización:
la izquierda no es bienvenida al proyecto de gobierno.
La clase
gobernante, decadente y agotada por luchas intestinas, sería
paradojicamente revitalizada por la irrupción de la izquierda,
revistiéndose en un manto de pluralidad y democracia. La derechización
alcanzará entonces sus primeras grandes privatizaciones y pondrá la
cereza en el pastel al introducir al país en un tratado de libre
comercio que aumentará la desigualdad entre dominados y poderosos. Este
aliento artificial se agotará en apenas un sexenio, expirando con el
asesinato de Colosio y dando inicio a una nueva etapa.
Con
Zedillo, se abre la gran posibilidad del cambio de gobierno y se destapa
otra regla de la derechización: la transición es posible, siempre y
cuando se mueva hacia la derecha. Las élites industrial-empresarial,
fortalecidas gracias a los procesos de las décadas anteriores, acceden
fácilmente al poder por medio de la propaganda y la manipulación de
masas. El modelo de derecha se materializa, con los capitalistas
sirviéndose del estado, sin intermediación alguna. Además se da, en ese
mismo periodo, un auge del valor del petróleo, que refuerza su posición y
su proyecto político.
Al mismo tiempo, la izquierda alcanza su
madurez, afianzando el control de varias entidades, junto con la capital
del país; juega un papel de oposición contestataria e impulsa muchas
leyes progresistas, como las del aborto y la unión entre homosexuales.
En este punto hay que mencionar que, si la lógica de la izquierda es la
de representar al pueblo marginado y carente de poder, entonces el
ascenso al poder, por parte de la izquierda, es ya un paso hacia la
derecha. Esta lógica se cumple en el caso del PRD, el cual, a la par de
ir corporativisando sus bases populares, se crea un antagonismo para con
los movimientos de resistencia emergentes, condenándolos a resistir
desde el lugar de las minorías, sin representación.
De cualquier
modo el movimiento mantiene su fuerza e impulso, y se presenta a la
elección del 2006, encabezado por López Obrador, sólo para confirmar que
la cúpula, con todo y sus descalabros, aún cuenta con la fuerza
suficiente para encauzar el rumbo de cualquier contienda y de otorgar el
triunfo a quien mejor le parezca, independientemente del número de
votos. Del nuevo fraude se acuña el término "PRIAN", como revelación
definitiva de que no existe una democracia, sino un poder con múltiples
rostros y facetas; cabezas de una misma hidra que se muerden entre si,
pero que obedecen al mismo insaciable apetito.
El segundo
gobierno del PAN, marcado por la falta de legitimidad, iniciará una
guerra contra las mafias de la droga, como mero pretexto para instalar
un estado de sitio, y así garantizar su permanencia en el poder; una
guerra que pondrá en marcha los peores rasgos de la derechización hasta
ahora conocidos en el país, aumentando los niveles de violencia,
corrupción y criminalidad, al tiempo que se continúa con la suspensión
de las garantías, se aumenta el nivel de precariedad de la población y
se vende el país a pedazos; todo esto frente a la mirada incrédula de la
población, que no alcanza a distinguir a su enemigo entre el fuego y la
sangre.
En el 2012 habrá una nueva transición, el nuevo PRI
viene con la encomienda de desenredar todas las trabas que el viejo PRI
dejó para impedir el avance de la derechización. Cumple plenamente su
cometido y, además, supera los récords de terror de su predecesor. El
petróleo, pieza central del proyecto cupular, ha sido al fin puesto a la
deriva del mercado libre.
El 2018 nos sorprende con el regreso
de López Obrador a la contienda electoral. Continúa estando a la
izquierda del PRIAN, pero esto no es difícil, considerado los extremos
que aquellos han alcanzado. Lo sorprendente, aunque la propaganda trate
de minimizarlo, es la fuerza con la que se ha mantenido: tiene
verdaderas posibilidades de ganar. El sonsonete mediático no ha logrado
mermar la posibilidad de un triunfo de la izquierda en el imaginario del
electorado. Estos años le han servido al movimiento para aprender de su
rival y corregir sus propuestas y discursos: lo han moderado. Entre sus
comparsas se incluyen ahora voces de derecha, personajes de derecha,
alianzas con la derecha retrógrada radical. Algunos de sus antiguos
incondicionales han tenido que desmarcarse abiertamente de entre sus
simpatizantes para no ensuciar sus imagenes públicas, y sus principios
éticos, con la anexión de estas figuras y discursos putrefactos, de esta
extrema-derecha al proyecto de la izquierda. Paradójicamente, el
movimiento se muestra más vivo que nunca, sus posibilidades de ganar son
enormes. Sólo que ya no es el mismo movimiento; da igual si gana o
pierde la elección, ya no tiene la fuerza para corregir el rumbo de la
derechización, pues su nuevo perfil, de “centro”, ha perdido la brujula
de la resistencia anticapitalista.
La historia da de vueltas,
pero no se repite. La derechización del mundo ha provocado las masacres,
el hambre y la pobreza más siniestras, pero los nuevos extremismos de
derecha nos alertan de que siempre puede ser peor.
Blog del autor: modernidadespeculativa. wordpress.com
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