Quinto poder
Por: Argentina Casanova*
La
propia vida de los y las periodistas se ha convertido en una narrativa.
Historias cortadas por la violencia, de las que se revelan detalles que
sus propias narrativas plasmaron, o no, por la censura del miedo. Pero
como una ofrenda a la “verdad” del discurso, termina por revelarse en
sus propios asesinatos.
Han transcurrido 15 días de iniciado el año y dos periodistas fueron
asesinados. Uno consecuencia de la violencia social –cuasi cotidiana- y
otro como resultado de la violencia residual de la “guerra contra el
narco” en la que el fuego cruzado alcanza y va por la población civil y
sus cronistas.
Vista como una historia dentro de la historia, la vida de periodistas
asesinados desde que inició esta guerra inútil -como todas las
guerras-, la más reciente se nos aproxima a la realidad con una columna
que critica, cuestiona la violencia de la “cultura política” en un
México desmembrado. Última publicación, prólogo a una historia que
anuncia su cierre sin saberlo pero que la realidad escribe su última
línea.
Acaso si revisamos la vida de las y los periodistas encontramos
narraciones imbricadas de las violencias cotidianas, de las mujeres que
viven el acoso de gobernantes que las desacreditan como vía para
cuestionar sus decires y cuestionamientos al sistema en sus narrativas
periodísticas, en sus discursos de vida que son, por sí mismas esas
historias de personajes reales que así sortean las agresiones de una
realidad social violenta.
De periodistas acusados de escribir para el crimen organizado, de
reporteros subsumidos en la precariedad del ejercicio periodístico y el
sueño de ser parte de la narración de un mejor país.
Quienes las escriben –la narrativa de la muerte de otros periodistas-
suelen ser los que sobreviven, los que saben que su historia se narra
hoy pero no saben cuándo se verá truncada por el fuego de esa violencia
que no tolera oponentes al sistema mismo de violencia, ni en el crimen
organizado, ni en el sistema político depredatorio.
A pesar de lo que nos involucra como sociedad, lo cierto es que la
gente no lee esas historias, apenas se enuncian cuando llega el
asesinato de sus protagonistas, pero sin interés de sus desenlaces que
–como la historia de otros 130 mil mexicanos- se diluyen en un olvido
intencional para sobrevivir, porque de otra forma sería imposible
sostener el duelo constante.
Las historias se escriben de las noticias que a diario vemos, de lo
que optamos por vivir porque no hay otra alternativa, porque ¿qué margen
de decisión tiene quien tiene frente a sí el abismo o la cuerda para
sostenerse e intentar ir del otro lado? ¿qué margen de libertad
narrativa tiene quien solo sabe del miedo?
Es por eso que la historia, la última que escriben las y los
periodistas asesinados es la de su propia muerte. Un canto de cisne
anunciando que se extingue y aun así, canta, porque el canto es su
escritura en la que decide hacer lo único que puede en una sociedad en
la que sus actores callan, gritan o disparan como únicas formas de
diálogo.
¿Acaso, la mexicana, será la primera de las sociedades que se
extingan por y en la auto depredación? No, no es casualidad que a diario
haya noticias de niñez, adolescencia, juventudes, recién nacidos, que
no sobreviven a la violencia y son así, parte de esta narrativa de
violencia que solo aparece en los diarios pero que se evade en una
poética instalada en la torre de marfil o novelas a la violencia,
disfrazada de ensalzamiento de personajes antihumanos capaces de
deshacer cuerpos en ácido, haciendo a un lado la cadena de muerte tras
de sí.
El nuestro, el discurso que se escribe en lo cotidiano, es la
historia –no Historia- que vivimos en esta sociedad, y que parece más la
narración primera de la extinción de las humanidades, la renuncia a lo
humano como moneda de cambio en la extinción y el sacrificio consciente
de los “débiles”, y ¿qué periodismo se hace en esos tiempos?
Si leemos la historia de vida de los y las periodistas tenemos otra
narrativa más allá de lo que encontramos en los diarios, leeremos la
historia de una sociedad cuyas violencias amenazan y matan a los
mensajeros, que nos privan de las narraciones cotidianas cercenando
nuestra capacidad de leer el presente y escribir el futuro.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
CIMACFoto: Gabriela Mendoza Vázquez
Cimacnoticias | Campeche, Cam.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario