Luis Linares Zapata
Aquellos admiradores
de los procesos electorales estadunidenses celebran los efectos de la
propaganda negativa. Sostienen que ayuda a conocer mejor a los
candidatos en pugna. A la sombra de esos postulados han crecido
numerosos publicistas que presumen ser especialistas en tal rubro.
Algunos al alcanzado inmerecida fama internacional y se teme su posible
arribo a México. Ya han sido empleados con anterioridad tanto por
panistas como por el PRI. Habría entonces que distinguir si esta
práctica merece ser adoptada como una fase lateral de la competencia por
los cargos públicos en juego. Insistir, por tanto, en la distinción
entre esparcir francas mentiras que azuzan fobias indebidas o temor
colectivo, frente a lo que implica sacar a la luz ángulos oscuros,
cadáveres ocultos de partidos o candidatos, pero que algo tienen de
realidad.
Lo que viene sucediendo en la precampaña en curso se aleja de ambas
posibilidades descritas. La difusión conlleva, hasta ahora al menos,
solo un conjunto de tonterías magnificadas. Decir que Andrés Manuel
López Obrador (AMLO) es un nini o que J. A. Mead
no levantaa muy poco conduce al electorado. Ningún descubrimiento dañino para los destinatarios contienen tan pedestres frases. Tachar, con cara desquiciada de gobernante pendenciero, a AMLO de estar loco, es simple desquite estomacal y no más de eso. Pintar bardas en Caracas apoyando la candidatura de AMLO en la Venezuela de Maduro fue una ridiculez. Insistir en agrandar la riqueza del panista R. Anaya por su caro tren de vida o los incrementos en las propiedades familiares es cuete quemado. Gastar tiempo aire en publicitar que Anaya habla inglés y francés tampoco le da ventaja. Como tampoco la da el ser avezado financiero.
Otras rutas iniciadas en la llamada precampaña, en cambio, comienzan a
orientarse por senderos que pueden ser efectivos en su cometido:
afectar las posibilidades de triunfo de uno o todos los contendientes.
El caso llevado en Chihuahua sobre el peculado con recursos públicos es
un punto señero, ejemplar. Ya esparce múltiples consecuencias para
formar o robustecer las opiniones ciudadanas. La sospecha de los dineros
públicos fluyendo a las campañas del PRI eran asunto casi normalizado
en el horizonte ciudadano. Lo novedoso es la comprobación con cantidades
y rutas usadas en la ilegal manipulación. La posterior detención del
secretario adjunto del PRI complica y esparce ramificaciones
insospechadas con anterioridad. La misma intervención de la Secretaría
de Hacienda le ha dado el toque adicional. La capacidad de esta poderosa
secretaría para llevar a las ocho columnas (radio, Tv y prensa) su
postura pone de relieve, no sólo la dimensión alcanzada por los sucesos
difundidos, sino su desmesurada influencia mediática. No se olvidan,
tampoco, las otras vertientes: reiteradas peticiones de extraditar al ex
gobernador César Duarte y la torpe negativa de la PGR de inacción
premeditada es una de ellas. Mientras más tarde esta procuraduría en
cumplir su obligación y solicitar la extradición, el encubrimiento en
curso causará más daños. Certificará las complicidades implicadas en los
altos nivel priístas. Otras vertientes adicionales van surgiendo en
cuanto se avanza en la desigual disputa que sostiene la Federación
contra el gobernador J. Corral. Muchos de estos y otros ángulos inciden,
de manera directa en colorear, con tonos y acentos negativos, la
realidad de las trampas electorales. Llama la atención el escaso efecto
que tuvo la intervención del presidente Peña para mediar o apaciguar el
diferendo. Los titubeos y excusas de los funcionarios de Hacienda para
justificar sus presiones, usando sus vastos recursos, sólo contribuyen a
reforzar la postura del gobernador. Lo notable, empero, es lo que
implica y revela el uso desmedido de la fuerza central en la intentona
de aplastar a Corral y socavar su versión. Sobran las peticiones y hasta
exigencias de no politizar el asunto comentado. Hay que afirmar, con
decisión, que el caso es de marcado tinte político y sus incidencias
electorales innegables. Por lo demás, alegar el poco éxito de la campaña
priísta a la Presidencia es redundante. La condena masiva (60 por
ciento) de los electores para votar por el PRI es cosa documentada.
Tendrán que llamar a magos en su auxilio para evitar la debacle. La
plutocracia y sus aliados están en un brete. Tendrán que arrellanarse
con la posibilidad de un cambio que no obedezca a sus intereses de
continuar imponiendo condiciones.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario