Hermann Bellinghausen
Trascendamos la perogrullada, para colmo dicha desde las páginas de un diario. Sí, todos los días pasa algo. Es decir, grandes cantidades de
algoque necesitamos denunciar, documentar, bloquear, lamentar o pintarrajear con la frustrada demanda permanente de que no vuelva a suceder. Milagro es que no nos hayamos desesperado. Es tanto lo que acontece que las cifras, los mapas, los porcentajes comparativos enloquecen, se nos disuelven entre las manos y en el colmo de la anestesia colectiva acaban por no importar. Como quiera los feminicidios nunca se resuelven, ni los asesinatos de periodistas, ni los ataques de paramilitares.
Vemos desaparecer menores y mujeres para el comercio sexual o peores
ignominias, ejecuciones seriales a la luz del día, ya no digamos robo de
tierras, agua, pertenencias, identidad, semillas, bordados, ideas.
Celebrando sus mentiras desde el Ministerio de la Verdad Oficial, la
farándula política nos intenta distraer con vacuas declaraciones,
irrelevantes dimes y diretes anclados en la impunidad y las promesas.
Ajá, en todo el mundo pasan cosas constantemente, bombas, huracanes,
incendios, redadas, masacres, estupideces presidenciales, así como se
meten goles, se venden calzones y canciones, suben y bajan bolsas,
etcétera. Luego que ahora, deja tú los diarios y telediarios, las
noticias nos alcanzan al instante, como si nos persiguieran.
Pero lo de México, bien sabemos, es demasiado y trágico, cuando no
indignante vergonzoso, desolador, ridículo, insultante, cómico. Bien que
no sólo hay de eso. Centenares de libros, obras de arte y avances
científicos aparecen, se exponen, se divulgan o se aplican en
laboratorios, puentes y hospitales. Nuestra gente sabe hacer, puede
pensar. La buena creación literaria, y aun aquella de dudosa calidad,
revelan un ánimo positivo, propositivo, imaginativo, brillante en
ocasiones y quizá trascendental. Nunca antes exportamos tantas
luminarias del futbol, la danza, la música, el cine, la robótica. Lo
mismo cabe decir de la abundancia de novelas y poemarios publicados,
películas realizadas, puestas en escena de calidad, virtuosismos
gastronómicos. Se popularizan figuras de toda clase (Andy Warhol quedó
atrás), algunas con mérito. Si nos dieran un respiro las malas ondas,
hasta orgullosos nos podríamos sentir.
La terca realidad nos da para atrás. Qué puede ser más agotador que
la defensa de las decisiones comunitarias contra los depredadores, la
observación de los derechos humanos, la movilización para exigir
justicia por nuestros muertos, libertad a nuestros presos, aparición con
vida de nuestros desaparecidos. Sumemos el ataque o cerco policiaco y/o
militar de la semana contra pueblos o dignas acciones colectivas. Y,
por encima de todo, el funcionamiento cotidiano de la maquinaria
criminal que devora juventudes, bloquea comunidades, desaloja
territorios, masacra con frivolidad asombrosa.
Ni modo de que no hubiera crisis económica en un país donde no
te dejan trabajar en paz. O por desempleo, o por esclavitud, cobro de
piso, extorsión burocrática, ausencia de derechos laborales, censura,
hostigamiento sexual (Harvey Weinsten más o menos, aquí nadie dice ni
pío, como si el hostigamiento a las muchachas y el maltrato a la mujer
no fuesen en todas nuestras esferas una práctica normal y continua, con
perdón de Catherine Deneuve).
Ahí está el punto. Todo es normal. La mentira estadística,
propagandística, periodística. El fraude electoral. La represión ilegal.
Las prácticas criminales de las policías y las prácticas policiacas de
los criminales se confunden y escurren del gobernador y el señor
secretario para abajo sin que se sepa cuáles son peores.
Considérese garantizada la impunidad a los perpetradores, sin que por
ello dejen de estar saturadas las cárceles. Como no van a dar ganas de
desesperarse. O de vomitar. Si son tantos los eventos encabronantes,
¿qué nos impide impedirlos? Por comisiones y procuradurías no paramos
(¡y nacionales!). De justicia, protección al consumidor y el medio
ambiente, defensa de derechos humanos, de la mujer, de la infancia, del
indígena, del migrante. Todas debidamente reglamentadas y con harto
personal, aunque los bancos, que ni nuestros son, se cuenten entre los
más abusivos del mundo, y las empresas extractivas y de agroindustria
sean agresivas y cuenten con toda clase de facilitadores y protectores.
Esta colección de eventos, y los que no cupieron aquí, se manifiesta a
diario en México donde sea. Crece constante la lista de damnificados o
expulsados por algo, así como crece la certeza de que todo se pospone y
nada se resuelve hasta que revienta o cae por su propio peso. Y así
sucesivamente.
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