1/15/2018

Todos los días pasa algo


Hermann Bellinghausen

Trascendamos la perogrullada, para colmo dicha desde las páginas de un diario. Sí, todos los días pasa algo. Es decir, grandes cantidades de algo que necesitamos denunciar, documentar, bloquear, lamentar o pintarrajear con la frustrada demanda permanente de que no vuelva a suceder. Milagro es que no nos hayamos desesperado. Es tanto lo que acontece que las cifras, los mapas, los porcentajes comparativos enloquecen, se nos disuelven entre las manos y en el colmo de la anestesia colectiva acaban por no importar. Como quiera los feminicidios nunca se resuelven, ni los asesinatos de periodistas, ni los ataques de paramilitares.
Vemos desaparecer menores y mujeres para el comercio sexual o peores ignominias, ejecuciones seriales a la luz del día, ya no digamos robo de tierras, agua, pertenencias, identidad, semillas, bordados, ideas. Celebrando sus mentiras desde el Ministerio de la Verdad Oficial, la farándula política nos intenta distraer con vacuas declaraciones, irrelevantes dimes y diretes anclados en la impunidad y las promesas. Ajá, en todo el mundo pasan cosas constantemente, bombas, huracanes, incendios, redadas, masacres, estupideces presidenciales, así como se meten goles, se venden calzones y canciones, suben y bajan bolsas, etcétera. Luego que ahora, deja tú los diarios y telediarios, las noticias nos alcanzan al instante, como si nos persiguieran.
Pero lo de México, bien sabemos, es demasiado y trágico, cuando no indignante vergonzoso, desolador, ridículo, insultante, cómico. Bien que no sólo hay de eso. Centenares de libros, obras de arte y avances científicos aparecen, se exponen, se divulgan o se aplican en laboratorios, puentes y hospitales. Nuestra gente sabe hacer, puede pensar. La buena creación literaria, y aun aquella de dudosa calidad, revelan un ánimo positivo, propositivo, imaginativo, brillante en ocasiones y quizá trascendental. Nunca antes exportamos tantas luminarias del futbol, la danza, la música, el cine, la robótica. Lo mismo cabe decir de la abundancia de novelas y poemarios publicados, películas realizadas, puestas en escena de calidad, virtuosismos gastronómicos. Se popularizan figuras de toda clase (Andy Warhol quedó atrás), algunas con mérito. Si nos dieran un respiro las malas ondas, hasta orgullosos nos podríamos sentir.
La terca realidad nos da para atrás. Qué puede ser más agotador que la defensa de las decisiones comunitarias contra los depredadores, la observación de los derechos humanos, la movilización para exigir justicia por nuestros muertos, libertad a nuestros presos, aparición con vida de nuestros desaparecidos. Sumemos el ataque o cerco policiaco y/o militar de la semana contra pueblos o dignas acciones colectivas. Y, por encima de todo, el funcionamiento cotidiano de la maquinaria criminal que devora juventudes, bloquea comunidades, desaloja territorios, masacra con frivolidad asombrosa.
Ni modo de que no hubiera crisis económica en un país donde no te dejan trabajar en paz. O por desempleo, o por esclavitud, cobro de piso, extorsión burocrática, ausencia de derechos laborales, censura, hostigamiento sexual (Harvey Weinsten más o menos, aquí nadie dice ni pío, como si el hostigamiento a las muchachas y el maltrato a la mujer no fuesen en todas nuestras esferas una práctica normal y continua, con perdón de Catherine Deneuve).
Ahí está el punto. Todo es normal. La mentira estadística, propagandística, periodística. El fraude electoral. La represión ilegal. Las prácticas criminales de las policías y las prácticas policiacas de los criminales se confunden y escurren del gobernador y el señor secretario para abajo sin que se sepa cuáles son peores.
Considérese garantizada la impunidad a los perpetradores, sin que por ello dejen de estar saturadas las cárceles. Como no van a dar ganas de desesperarse. O de vomitar. Si son tantos los eventos encabronantes, ¿qué nos impide impedirlos? Por comisiones y procuradurías no paramos (¡y nacionales!). De justicia, protección al consumidor y el medio ambiente, defensa de derechos humanos, de la mujer, de la infancia, del indígena, del migrante. Todas debidamente reglamentadas y con harto personal, aunque los bancos, que ni nuestros son, se cuenten entre los más abusivos del mundo, y las empresas extractivas y de agroindustria sean agresivas y cuenten con toda clase de facilitadores y protectores.
Esta colección de eventos, y los que no cupieron aquí, se manifiesta a diario en México donde sea. Crece constante la lista de damnificados o expulsados por algo, así como crece la certeza de que todo se pospone y nada se resuelve hasta que revienta o cae por su propio peso. Y así sucesivamente.

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