Como ocurre en cualquier país con una democracia consolidada, esto fue una auténtica fiesta cívica sin perdedores. Bueno, el único fue Felipe Calderón, cuya versión personal de priísmo no gustó mucho que digamos entre los electores. No es para menos: cuando Calderón no confunde al Estado con la policía, lo confunde con las agencias de opinión. Pero hasta él tuvo uno que otro triunfo, como lo confirma el tratamiento dado por El País –agencia de relaciones públicas del calderonato por vía cuñadil– a la elección: El PRI pierde tres estados de México que gobernaba desde hace 80 años
. El PRI, que todavía se llama PRI, gana nueve de 12, pero hay el afán de beneficiar, haiga sido como haiga sido
, al PRI que cambió de nombre.
Otros diarios españoles todavía le tienen –a veces– algún cariñito a la realidad: La jornada de las estatales mexicanas comenzó como cualquier día: con muertos; cuatro cadáveres colgaban de mañana en diferentes puentes de Chihuahua capital
, redactó ABC. Pero los treinta y tantos asesinados de ayer no fueron parte del score, porque esta vez lo importante no era quién falleció, sino quién ganó: olvídense del muerto, que su hermano ya es gobernador.
Las izquierdas partidistas participaron en la fiesta cívica, a veces del brazo de un PRI, a veces de la mano de otros PRIs. Dicen que si no es para ir a elecciones, entonces para qué se conforman en partidos, y en ese punto tienen razón. Pero entre ellas imperó el miedo a la soledad, se amancebaron con lo malo y hasta con lo peor, y salvo en Oaxaca, donde tal vez hayan logrado amarrar algunas facturas (ojalá: vale por una demolición de caciazgo), perdieron el rumbo a cambio de unas entradas a las fiestas de toma de posesión. Se les desea que al menos cenen rico.
Al cabo de 10 años la vida política formal está por culminar una vuelta sobre sí misma y hoy aparece más descompuesta que hace 40, cuando Díaz Ordaz festejaba la democracia, y mucho más alejada que entonces del país de abajo. En éste hay muchas noticias malas pero también una que otra buena, y esas no se agotan en una jornada electoral. Por debajo del PRI reconstituido y triunfante con distintos colores y siglas, al margen de rituales cada vez más vacíos de significación y contenido, lejos de mecanismos de representación reducidos a su propia caricatura, la sociedad se reconfigura a sí misma, en preparación para el momento en que se decida a hacer efectivo el principio básico de la democracia.
En una primera mirada de las elecciones se puede destacar que las alianzas opositoras funcionaron en varios casos, el más importante es Oaxaca, por la carga simbólica que tiene haber derrotado un severo caciquismo. En Puebla y Sinaloa también hay resultados positivos, pero la lógica política apunta más hacia una pugna interna; de igual forma se puede entender la derrota panista en Aguascalientes y la del PRD en Zacatecas. La lógica aliancista no ganó en Hidalgo y en Durango, pero fue competitiva.
Es posible que en Veracruz una alianza y un mejor candidato hubieran tenido un mejor resultado, pero la imposición calderonista llevó a la derrota del PAN. Cuando termine este proceso electoral (cómputo, impugnaciones, constancias de mayoría), los nuevos gobiernos llegarán en condiciones muy complicadas.
En los 12 estados se abren ciclos de gobierno y en seis habrá renovación, pero el mapa político e institucional del país sobre el que se desarrollarán estos gobiernos anuncia tiempos difíciles. El tipo de competencia electoral y las reglas del juego para acceder al poder nos hablan de un régimen político que aún está a medio camino entre las herencias del viejo autoritarismo y tendencias más democráticas que ya se dan, sobre todo en espacios nacionales.
La actuación de varios gobernadores, convertidos en jefes reales de campaña en sus estados, con el poder y el dinero público al servicio de su partido, fue uno de los rasgos centrales de la campaña que acaba de concluir. Esta forma de operar ha regresado tal vez con más fuerza que antes o quizá sólo con mayor cinismo y menos controles de los que tenía el viejo partido hegemónico.
El peso de la operación corporativa ha disminuido en importancia, pero en su lugar ha llegado un amplio y bien aceitado esquema clientelar; los ciudadanos se reducen —en muchos casos— a beneficiarios y el voto es una mercancía que se compra en el mercado de los intercambios de pobreza, favores, programas sociales y apoyo a candidatos que hacen campaña para comprar votos. Sin dejar de lado la parte mediática, los gastos que rebasan los topes de campañas, frente a una débil estructura de fiscalización.
Pero, a pesar de todo este paquete, el pasado 4 de julio hubo espacios de libertad y decisiones ciudadanas que cambiaron el mapa político de algunas regiones y, sobre todo, no hubo el terrible anuncio de un “carro completo” del PRI. En esta época de la postransición, el control de las instituciones y los recursos se han vuelto una de las piezas estratégicas del poder de los gobernadores de todos los partidos. Puede haber un poco más de contrapesos y algunos equilibrios con una oposición más estructurada, algún medio de comunicación independiente, ciertos movimientos sociales que pelean por su agenda, pero la política en los gobiernos estatales es un espacio controlado por los gobernadores como hace 40 años, pero ahora con dos diferencias: no hay la disciplina del viejo presidencialismo y puede haber alternancia.
Una vez que han pasado las urnas lo que sigue es empezar a construir un nuevo entramado institucional, porque en muchos estados la división de poderes se convierte en una metáfora frente a un Poder Ejecutivo superpoderoso. La capacidad de las instituciones autónomas, que representa los contrapesos democráticos en materia electoral, de derechos humanos y de transparencia, simplemente es asimilada al poder local y su independencia se anula. Cambiar estas inercias tendría que ser una prioridad de los gobiernos aliancistas. Vamos a ver qué hacen los nuevos gobernadores aliancistas a la hora de tomar las riendas del poder, sobre todo porque el valor de las marcas partidistas se ha diluido como una diferencia de las agendas políticas.
El mapa que deja este 4 de julio tiene una gran heterogeneidad, desde territorios que nunca han cambiado de partido y seguirán igual (Durango, Hidalgo, Tamaulipas, Veracruz), pasando por los que han tenido ciclos completos de alternancia (Aguascalientes, Tlaxcala, Zacatecas), hasta los que se inician en la alternancia (Oaxaca, Puebla y Sinaloa). A pesar de que las alternancias ya no representan lo que eran hace 20 años, es decir, el cambio de paradigma político, se puede observar que la reproducción de un mismo partido en el gobierno lleva a tener un mayor atraso político y menores contrapesos.
Después de estas elecciones, los problemas de la democracia en las regiones seguirán con una agenda complicada de resolver: fortalecimiento institucional, construcción de pesos y contrapesos, mayor transparencia y rendición de cuentas, es decir, la agenda de un buen gobierno. Por lo pronto, el 2010 abre un escenario de competencia para el 2012… Investigador del CIESAS
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