Avicentarse
Sergio Aguayo Quezada
saguayo@colmex.mx
Las elecciones de este año dejaron una cosecha de nuevas preguntas. Selecciono una particularmente relevante para el futuro: ¿Gabino Cué intentará cumplir con sus promesas de campaña o recorrerá el trillado camino del reformador arrepentido?
Hay fenómenos tan complejos y dinámicos que es imposible encorsetarlos en un
verbo. ¿Cómo subsumir en un solo vocablo el abandono de los principios, la adopción de los usos y costumbres que durante años se combatieron y el frívolo otorgamiento masivo de licencias para la impunidad? Cuando esto sucede, y tomando en cuenta que la lengua es viva, viene la innovación y, por tanto, sugiero a los lectores y a los académicos de la lengua española examinar la conveniencia de acuñar el verbo "avicentar". Reconozcámosle a Vicente Fox su gran capacidad para engañarnos y venderse a sí mismo como la encarnación del cambio. Le compramos el estribillo y cuando nos dimos cuenta de nuestro error no pudimos encontrar a quién reclamarle los daños desencadenados por la mercancía defectuosa.
Gabino Cué es un enigma para el futuro. Hasta ahora está replicando el fenómeno del Fox candidato: derrotó al cacicazgo priista de Ulises Ruiz por la confluencia de su biografía y carisma, la convergencia de partidos, movimientos sociales y organismos civiles y el hartazgo de buena parte de una ciudadanía que decidió creer en la urna una vez más. Su gesta tiene más mérito porque Fox contó con el respeto del entonces presidente Ernesto Zedillo y de una autoridad electoral eficaz y comprometida, mientras que Cué se enfrentó a un gobierno cínicamente militante y a una autoridad perdida para la causa de la imparcialidad.
Si no queremos tropezarnos con la misma piedra, la actitud más saludable frente a Cué es la del escepticismo. Tengo diferencias con aquellos colegas que vitorean
las elecciones dominicales como un ejemplo de civismo, transparencia y limpieza
que permitió una alternancia que demuestra el renacer de una democracia. Fue un
retroceso y el ejemplo está en el Informe de Alianza Cívica sobre los comicios presidenciales de 1994: "Hubo una amplia participación y en muchas regiones del país el proceso fue pacífico y tranquilo. Otros millones de mexicanos no pudieron votar así. Hubo serias irregularidades. Se configura un patrón de violación sistemática al secreto del voto y de presión a los votantes en todo el país [...] También hay información suficiente que confirma el uso de programas, permisos, trámites y recursos gubernamentales, para ofrecer dádivas y exigir con amenazas el voto a amplios sectores de ciudadanos, especialmente a los más pobres".
Si a esta categorización le añadimos la manera en que la violencia criminal está afectando las elecciones en diversos estados, es más sensato preguntarnos si México cumple con los criterios establecidos por una reciente investigación coordinada por Dante Caputo para la Organización de los Estados Americanos y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: "La existencia de elecciones libres y transparentes, el respeto de la libertad y seguridad de las personas, la defensa de la libre expresión [y la alimentación] son algunos de los derechos indispensables que caracterizan el mínimo legítimo de ciudadanía. Por debajo de esos mínimos, la democracia tiende a ser ilegítima". (www.democraciadeciudadania.org: "Un marco conceptual para los déficit democráticos", La Democracia de Ciudadanía, noviembre de 2009, p. 13).
La prudencia en la celebración se hace más evidente si pensamos en el vergonzoso espectáculo dado por los institutos electorales de los estados. No estamos ante algo menor porque la credibilidad de las elecciones depende de que
los gobiernos, los partidos, los candidatos y los ciudadanos se sujeten a leyes que son interpretadas y aplicadas por árbitros imparciales y profesionales. ¿Puede
confiarse en el Instituto Electoral del Estado de México para 2011?, ¿están preparados el Instituto Federal Electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales para enfrentar una elección, la de 2012, que se avizora lodosa, costosa y violenta? Me temo que no, porque a los partidos no se les ve el ánimo de elegir este próximo otoño a personajes independientes para las tres vacantes que tendrá el Consejo General del IFE. Ésa es una de las batallas que debemos librar quienes estamos interesados en adecentar las elecciones. ¡Frenemos a los farsantes y simuladores!
Pero ya me estoy acelerando y pensando en las batallas del otoño. Por ahora celebremos la caída de los cacicazgos, sí, pero sin extender a los ganadores el certificado de demócratas. Tendrán que ganárselo. Por lo pronto, de la nueva camada de gobernadores, el único que tiene un historial que inspira algo de confianza es Gabino Cué. Por ello, me atrevo a pedirle que cada día repita, como si fuera mantra, "no me avicentaré", "no me avicentaré", "no...".
saguayo@colmex.mx
Las elecciones de este año dejaron una cosecha de nuevas preguntas. Selecciono una particularmente relevante para el futuro: ¿Gabino Cué intentará cumplir con sus promesas de campaña o recorrerá el trillado camino del reformador arrepentido?
Hay fenómenos tan complejos y dinámicos que es imposible encorsetarlos en un
verbo. ¿Cómo subsumir en un solo vocablo el abandono de los principios, la adopción de los usos y costumbres que durante años se combatieron y el frívolo otorgamiento masivo de licencias para la impunidad? Cuando esto sucede, y tomando en cuenta que la lengua es viva, viene la innovación y, por tanto, sugiero a los lectores y a los académicos de la lengua española examinar la conveniencia de acuñar el verbo "avicentar". Reconozcámosle a Vicente Fox su gran capacidad para engañarnos y venderse a sí mismo como la encarnación del cambio. Le compramos el estribillo y cuando nos dimos cuenta de nuestro error no pudimos encontrar a quién reclamarle los daños desencadenados por la mercancía defectuosa.
Gabino Cué es un enigma para el futuro. Hasta ahora está replicando el fenómeno del Fox candidato: derrotó al cacicazgo priista de Ulises Ruiz por la confluencia de su biografía y carisma, la convergencia de partidos, movimientos sociales y organismos civiles y el hartazgo de buena parte de una ciudadanía que decidió creer en la urna una vez más. Su gesta tiene más mérito porque Fox contó con el respeto del entonces presidente Ernesto Zedillo y de una autoridad electoral eficaz y comprometida, mientras que Cué se enfrentó a un gobierno cínicamente militante y a una autoridad perdida para la causa de la imparcialidad.
Si no queremos tropezarnos con la misma piedra, la actitud más saludable frente a Cué es la del escepticismo. Tengo diferencias con aquellos colegas que vitorean
las elecciones dominicales como un ejemplo de civismo, transparencia y limpieza
que permitió una alternancia que demuestra el renacer de una democracia. Fue un
retroceso y el ejemplo está en el Informe de Alianza Cívica sobre los comicios presidenciales de 1994: "Hubo una amplia participación y en muchas regiones del país el proceso fue pacífico y tranquilo. Otros millones de mexicanos no pudieron votar así. Hubo serias irregularidades. Se configura un patrón de violación sistemática al secreto del voto y de presión a los votantes en todo el país [...] También hay información suficiente que confirma el uso de programas, permisos, trámites y recursos gubernamentales, para ofrecer dádivas y exigir con amenazas el voto a amplios sectores de ciudadanos, especialmente a los más pobres".
Si a esta categorización le añadimos la manera en que la violencia criminal está afectando las elecciones en diversos estados, es más sensato preguntarnos si México cumple con los criterios establecidos por una reciente investigación coordinada por Dante Caputo para la Organización de los Estados Americanos y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: "La existencia de elecciones libres y transparentes, el respeto de la libertad y seguridad de las personas, la defensa de la libre expresión [y la alimentación] son algunos de los derechos indispensables que caracterizan el mínimo legítimo de ciudadanía. Por debajo de esos mínimos, la democracia tiende a ser ilegítima". (www.democraciadeciudadania.org: "Un marco conceptual para los déficit democráticos", La Democracia de Ciudadanía, noviembre de 2009, p. 13).
La prudencia en la celebración se hace más evidente si pensamos en el vergonzoso espectáculo dado por los institutos electorales de los estados. No estamos ante algo menor porque la credibilidad de las elecciones depende de que
los gobiernos, los partidos, los candidatos y los ciudadanos se sujeten a leyes que son interpretadas y aplicadas por árbitros imparciales y profesionales. ¿Puede
confiarse en el Instituto Electoral del Estado de México para 2011?, ¿están preparados el Instituto Federal Electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales para enfrentar una elección, la de 2012, que se avizora lodosa, costosa y violenta? Me temo que no, porque a los partidos no se les ve el ánimo de elegir este próximo otoño a personajes independientes para las tres vacantes que tendrá el Consejo General del IFE. Ésa es una de las batallas que debemos librar quienes estamos interesados en adecentar las elecciones. ¡Frenemos a los farsantes y simuladores!
Pero ya me estoy acelerando y pensando en las batallas del otoño. Por ahora celebremos la caída de los cacicazgos, sí, pero sin extender a los ganadores el certificado de demócratas. Tendrán que ganárselo. Por lo pronto, de la nueva camada de gobernadores, el único que tiene un historial que inspira algo de confianza es Gabino Cué. Por ello, me atrevo a pedirle que cada día repita, como si fuera mantra, "no me avicentaré", "no me avicentaré", "no...".
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