Los intentos del Vaticano por restañar la imagen de la Legión de Cristo, sumida en una grave crisis por la inocultable trayectoria delictiva de su fundador, el sacerdote mexicano Marcial Maciel, iniciaron ayer una nueva etapa con la designación del arzobispo italiano Velasio de Paolis –experto en derecho canónico y encargado de las finanzas de la sede apostólica– como nuevo
delegado pontificiode esa congregación.
Según informó el propio Benedicto XVI en mayo pasado, el nuevo comisario tiene la consigna de acompañar y ayudar
a los legionarios en el camino de la purificación
y redefinir el carisma
de la Legión de Cristo, lo que, en otros términos, significa tomar el control de esa poderosa orden religiosa. Es por eso que, aunque hasta el momento no se han anunciado otros relevos en la cúpula de la Legión de Cristo, la designación de ayer representa el desplazamiento de la actual dirigencia de esa congregación, encabezada por el sacerdote mexicano Álvaro Corcuera –sucesor y mano derecha del difunto Maciel–, y un avance en el designio vaticano de desmontar, así, la estructura heredada por el difunto religioso michoacano.
En tal contexto, no han faltado voces que señalen que el nombramiento de De Paolis al frente de los legionarios es, más que una medida para renovar y purificar
esa orden, como señaló Ratzinger, una acción del Vaticano para hacerse del control de las vastas cuotas de poder secular político, económico, mediático y educativo que la congregación aporta al catolicismo institucional en diversos países, entre ellos México. Dichas versiones no sólo son consistentes con la designación, al frente de la Legión de Cristo, de un experto en temas económicos y encargado de las finanzas vaticanas, sino también con la opacidad con que se ha conducido la jerarquía católica al analizar los informes y las propuestas episcopales en torno a esa orden y sus recursos en condiciones de secreto pontificio
.
En la circunstancia presente, de ser ciertos los ánimos reformadores que pregona el Vaticano en lo relacionado con la organización fundada por Maciel, un primer paso ineludible tendría que ser el reconocimiento público, por parte del papado, de que los excesos y vejaciones cometidos por el religioso mexicano no habrían sido posibles sin el encubrimiento de miembros de su propia congregación –punto en el que el mismo Corcuera desempeñó, a decir de diversos ex integrantes de esa orden religiosa, un papel fundamental–, y de altos funcionarios de la cúpula eclesiástica.
El esclarecimiento de las responsabilidades en esa orden religiosa por las fechorías de su fundador, así como el esclarecimiento de sus opacos manejos financieros, constituye, por hoy, una responsabilidad principal del Vaticano ante los fieles que fueron engañados por la dirigencia legionaria, y hasta una obligación por consideraciones pragmáticas y de imagen, habida cuenta de que, de no hacerlo, el catolicismo enfrenta el riesgo de un colapso en su credibilidad y de una mayor pérdida de feligreses. En la medida en que esto no ocurra, la opinión pública internacional no tendrá motivos para ver, en relevos como el anunciado ayer, más que meras medidas cosméticas y políticas de control de daños.
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