María Teresa Priego
El miedo al abandono
En la película “Te doy mis ojos”, una pareja con una relación de amor intensa, tiene un juego recurrente: Antonio le pide a Pilar partes de su cuerpo y ella conmovida, se las “regala”. En este vínculo, el “juego” late inmerso en una situación de violencia doméstica. ¿Cómo llegaron allí? En un primer tiempo de la relación Pilar le prometió a su pareja “darle todo” (La promesa nunca es explícita). Él es probable que haya prometido lo mismo. Hasta allí, vivían el ritual de casi todo enamoramiento: el anhelo de acariciar de alguna manera el absoluto. Juntos. Sentirse capaces de crear y sostener un amor tal, que cada uno en la pareja se jura que las fisuras serán mínimas, (si llegaran a existir), la incertidumbre partirá expulsada por la ventana, el dolor se detendrá ante el umbral (o se sobrellevará armoniosamente) el desacuerdo, el malentendido y el desencuentro serán circunstancias más que esporádicas.
La pareja supone que la soledad y los avatares de la separateidad, fueron/han sido/ serán, expulsados de ese hogar suave y rodeado de jardines secretos, que se construye a dos. Y un día estalló la violencia en ese espacio en el que una mujer (o un hombre) estuvo dispuesta/o a “regalar” su cuerpo. El cuerpo como metáfora de singularidad, de la inevitable alteridad. Pilar no pudo más colmar/responder a la demanda de amor imposible. Antonio se sintió estafado. A pesar del amor y de la lealtad de Pilar, a él, la vida le seguía doliendo (¿Podría ser de otra manera?), su sensación de fracaso regresaba, su pánico al abandono le cortaba el aire, como un puño antiguo que aprieta la garganta. Pilar —para él— se convirtió en “la traidora”, de ese primer tiempo del amor, (el de absolutos) que Antonio no podía superar.
Antonio no pudo acotar las expectativas creadas adentro suyo, por el significado que otorgó a las promesas del enamoramiento. No pudo sanarse de su pánico de abandono, en un amor que sucediera en la realidad. Limitar la demanda imposible. Transitar hacia lo que Didier Anzieu llama “la desilusión, esa segunda etapa que toda pareja debe franquear”. La “desilusión”, no del otro en tanto que ser humano, o en tanto que pareja, sino una “desilusión” que tiene que ver con la inevitable caída del ideal amoroso. La separateidad existe, aunque el amor sea grande. Las diferencias están. Las complicaciones de la vida. Los retos y las crisis personales. La historia distinta. Los deseos separados y los compartidos. Los anhelos separados y los compartidos.
Las diferencias con Pilar, las preferencias antagónicas, la necesidad de espacios individuales comenzaron a ser vividos como traición. La diferencia tomó en su imaginario la dimensión del desamor. ¿Cómo sucede? En “Crear/destruir”, el psicoanalista Didier Anzieu, indaga las relaciones fusionales y la violencia que generan. Fusionales porque ambos lo exigen, o porque uno de los dos no logra concebir un amor vivido y construido en un más allá de la relación especular de los inicios de la vida. Un más allá del oscuro narcisismo de la “diada perfecta”, cuya promesa siempre incumplida se retoma- de alguna manera- en la intensidad del enamoramiento.
Didier: “(En las relaciones fusionales) Cada uno pide al otro que de sentido a su vida; cada uno solicita al otro ejercer en su lugar las funciones psíquicas desfallecientes en él: que sea su memoria, su juicio, su voluntad; que también sea el depositario pasivo de sus quejas, de sus cóleras, de sus angustias; que el otro se anticipe a sus deseos, sus enfermedades, o que las adivine sin que tenga que formulárselas y que tome la iniciativa de llenar sus deseos, de curar sus enfermedades; cada uno quiere que el otro le de señales de amor siempre repetidas, y de las que una buena parte consisten en pruebas de similitud (‘Si verdaderamente me amas debes pensar como yo, sentir las mismas cosas que yo)”.
Antonio y Pilar, y el pánico de abandono de cada uno de ellos se enganchan en una escalada de violencia. Pilar huye de él y regresa a su lado. “Va a cambiar”. Él encarna la convicción del amor que se inventa “traicionado” y castiga. Ella, la convicción de un amor redentor que intenta sanar al otro, a pesar de sí mismo, y a costa de ella misma. En el círculo cerrado, ninguno de los dos sana. Tánatos le gana a Eros. En la más descabellada de las batallas.
Escritora
La pareja supone que la soledad y los avatares de la separateidad, fueron/han sido/ serán, expulsados de ese hogar suave y rodeado de jardines secretos, que se construye a dos. Y un día estalló la violencia en ese espacio en el que una mujer (o un hombre) estuvo dispuesta/o a “regalar” su cuerpo. El cuerpo como metáfora de singularidad, de la inevitable alteridad. Pilar no pudo más colmar/responder a la demanda de amor imposible. Antonio se sintió estafado. A pesar del amor y de la lealtad de Pilar, a él, la vida le seguía doliendo (¿Podría ser de otra manera?), su sensación de fracaso regresaba, su pánico al abandono le cortaba el aire, como un puño antiguo que aprieta la garganta. Pilar —para él— se convirtió en “la traidora”, de ese primer tiempo del amor, (el de absolutos) que Antonio no podía superar.
Antonio no pudo acotar las expectativas creadas adentro suyo, por el significado que otorgó a las promesas del enamoramiento. No pudo sanarse de su pánico de abandono, en un amor que sucediera en la realidad. Limitar la demanda imposible. Transitar hacia lo que Didier Anzieu llama “la desilusión, esa segunda etapa que toda pareja debe franquear”. La “desilusión”, no del otro en tanto que ser humano, o en tanto que pareja, sino una “desilusión” que tiene que ver con la inevitable caída del ideal amoroso. La separateidad existe, aunque el amor sea grande. Las diferencias están. Las complicaciones de la vida. Los retos y las crisis personales. La historia distinta. Los deseos separados y los compartidos. Los anhelos separados y los compartidos.
Las diferencias con Pilar, las preferencias antagónicas, la necesidad de espacios individuales comenzaron a ser vividos como traición. La diferencia tomó en su imaginario la dimensión del desamor. ¿Cómo sucede? En “Crear/destruir”, el psicoanalista Didier Anzieu, indaga las relaciones fusionales y la violencia que generan. Fusionales porque ambos lo exigen, o porque uno de los dos no logra concebir un amor vivido y construido en un más allá de la relación especular de los inicios de la vida. Un más allá del oscuro narcisismo de la “diada perfecta”, cuya promesa siempre incumplida se retoma- de alguna manera- en la intensidad del enamoramiento.
Didier: “(En las relaciones fusionales) Cada uno pide al otro que de sentido a su vida; cada uno solicita al otro ejercer en su lugar las funciones psíquicas desfallecientes en él: que sea su memoria, su juicio, su voluntad; que también sea el depositario pasivo de sus quejas, de sus cóleras, de sus angustias; que el otro se anticipe a sus deseos, sus enfermedades, o que las adivine sin que tenga que formulárselas y que tome la iniciativa de llenar sus deseos, de curar sus enfermedades; cada uno quiere que el otro le de señales de amor siempre repetidas, y de las que una buena parte consisten en pruebas de similitud (‘Si verdaderamente me amas debes pensar como yo, sentir las mismas cosas que yo)”.
Antonio y Pilar, y el pánico de abandono de cada uno de ellos se enganchan en una escalada de violencia. Pilar huye de él y regresa a su lado. “Va a cambiar”. Él encarna la convicción del amor que se inventa “traicionado” y castiga. Ella, la convicción de un amor redentor que intenta sanar al otro, a pesar de sí mismo, y a costa de ella misma. En el círculo cerrado, ninguno de los dos sana. Tánatos le gana a Eros. En la más descabellada de las batallas.
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