Héctor Tajonar
El titular del Ejecutivo, Enrique Peña Nieto. Foto: Yahir Ceballos |
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Todo indica que la corrupción impune será el signo y
sino de la presente administración. El gobierno ha tomado la decisión
de condenar al olvido el conflicto de interés y la falta ética
involucrados en la compra de las residencias de las Lomas y Malinalco,
debido a que no hubo institución que iniciara una investigación sobre
los hechos. Podría pensarse que todo quedó en escándalo efímero y
deshonra soportable. Sería un error. El daño en legitimidad del
presidente y su gobierno no será pasajera, a menos que se enfrente el
problema de la corrupción con la voluntad de resolverlo, no de
facilitarlo y ocultarlo como parece estar ocurriendo.
La determinación de Enrique Peña Nieto de enviar su felicitación por
las fiestas de fin de año sólo a través de Twitter y de la página de
Presidencia –no en cadena nacional de televisión rodeado de toda su
familia frente a un árbol de Navidad como lo hizo el año pasado– revela
un cierto temor al rechazo de sus gobernados. ¿Por qué no aprovechó el
momento para mandar un mensaje similar al ofrecido por el rey Felipe VI
de España, quien enfrenta una situación igualmente embarazosa por el
involucramiento de su hermana y su cuñado en un escándalo de
corrupción? A pesar de su disminuida credibilidad, la mayoría de los
mexicanos hubiera apreciado escuchar en voz de Peña Nieto frases como
las pronunciadas por Felipe VI: “Debemos cortar de raíz y sin
contemplaciones la corrupción. La honestidad de los servidores públicos
es un pilar básico de nuestra convivencia… Necesitamos una profunda
regeneración de nuestra vida colectiva. Y en esa tarea, la lucha contra
la corrupción es un objetivo irrenunciable”.
En lugar de eso, el mandatario mexicano expidió una nota anodina en
la que se desliga de su responsabilidad sobre la situación del país. En
una acusación velada, culpa a quienes, sin mencionarlos, supone están
dividiendo a la nación. Ese mismo concepto discursivo fue utilizado por
el jefe de la Oficina de la Presidencia y por el secretario de
Gobernación. “Las resistencias vienen de quienes no quieren perder sus
privilegios”, dijo Aurelio Nuño. Por su parte, Miguel Ángel Osorio
Chong señaló que las reacciones de protesta por la desaparición de los
normalistas de Ayotzinapa obedecen a resistencias por las reformas
estructurales. La gravedad y ambigüedad de dichas acusaciones enrarecen
aún más el clima político y revelan una estrategia de contraataque
errática, de cara a los comicios de 2015.
Otro ejemplo de esa táctica es el exceso retórico en que incurrió el
jefe de la Oficina de la Presidencia al haber comparado al primer
mandatario con José María Morelos y Pavón, en un momento en que Peña
Nieto ha mostrado un claro desdén por los sentimientos de la nación en
los casos de Tlatlaya, Ayotzinapa y la Casa Blanca. Ofendido, el
ingenio mexicano ya empieza a llamar al presidente “el siervo de la
mansión”, para contrastarlo con el prócer de la Independencia. El
desdén gubernamental ante las demandas de una población sumida en el
hartazgo y el terror tiene efectos muy diversos; uno de ellos es la
sátira. No es sensato menospreciar la dignidad de una sociedad
agraviada.
“La corrupción es una plaga insidiosa que tiene un amplio espectro
de consecuencias corrosivas para la sociedad. Socava la democracia y el
estado de derecho, da pie a violaciones de los derechos humanos,
distorsiona los mercados, menoscaba la calidad de vida y permite el
florecimiento de la delincuencia organizada, el terrorismo y otras
amenazas a la seguridad humana”. La definición dada por la Convención
de Naciones Unidas contra la Corrupción retrata la situación que
padecemos en México.
Ante la magnitud del reto, la respuesta del gobierno no ha sido
combatir y sancionar la corrupción sino favorecerla y encubrirla. La
explicación del secretario de Comunicaciones y Transportes ante la
comisión de diputados que revisa el caso de la cancelada licitación del
tren México-Querétaro tuvo el propósito de ocultar cualquier
irregularidad, atribuyendo su cancelación a las “suspicacias”. En su
intento por negar el conflicto de interés, el funcionario llegó al
extremo de declarar que hasta el 15 de octubre, cuando se dio el fallo
del tren rápido, la secretaría a su cargo no se enteró de que en ese
proyecto estaban asociados Hinojosa Cantú y un pariente político de
Carlos Salinas de Gortari. ¿Serán tan crédulos los diputados de la
comisión revisora del caso para dar por cierta una versión tan
retorcida e inverosímil? Veremos si la capacidad del gobierno para
cooptar congresistas vuelve a confirmarse.
También está por resolverse si el Sistema Nacional Anticorrupción
tendrá la suficiente independencia del Ejecutivo para convertirse en un
instrumento eficiente, no en otro elefante blanco. Fortalecer la
autonomía y la capacidad fiscalizadora de la Auditoría Superior de
Federación es un factor esencial. Pero sabemos que nuevas reformas e
instituciones no bastan si no existe la voluntad de cumplir la ley y
sancionar a los corruptos, sin condicionamientos políticos. La
escandalosa exoneración de Raúl Salinas de Gortari del delito de
enriquecimiento ilícito es prueba fehaciente de que la impunidad
selectiva sigue imperando en nuestro sistema de justicia. La superación
de esa oprobiosa realidad se ve lejana.
A ese desolador panorama se suma la reforma a la Ley de Obras
Públicas y Servicios Relacionados con las Mismas que acaba de ser
aprobada, sigilosa y apresuradamente, en el Congreso. De acuerdo con un
reportaje publicado en Proceso 1991, la reforma “le dejó las manos
libres al gobierno federal para que contrate la mayor parte de obra
pública sin pasar por la regulación de la ley correspondiente”. Ello
propiciará un aumento de la corrupción en los contratos de
infraestructura carretera, ferroviaria, aeroportuaria, hospitalaria,
educativa, energética y de telecomunicaciones. El asunto es de extrema
gravedad e indica que el gobierno de Peña Nieto y sus aliados en el
Congreso conciben a la corrupción como destino.
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